Que no existan fórmulas universales para el desarrollo es algo que ya sólo no entienden los economistas conservadores, prisioneros de sus certezas doctrinarias, y sus congéneres marxistas, que hacen de la moralidad un sustituto candoroso de la historia. Y sin embargo, entre las pocas cosas que los vaivenes de la economía mundial indican de forma inequívoca, hay una que puede formularse así: a largo plazo, cualquiera que sea el primum mobile, una economía dinámica requiere de instituciones confiables y capaces de domesticar las motivaciones de utilidad personal a favor de necesidades de amplio espectro social. Si el egoísmo de las motivaciones individuales produce el egoísmo de las estructuras colectivas, la idea misma de modernidad productiva deja de ser concebible. ƑQué tiene eso que ver con las dimisiones en bloque de la Comisión Europea, el máximo órgano ejecutivo de la Unión Europea (UE), la semana pasada?
Intentemos una respuesta sintética. O por una forma de inconsciente sabiduría de la historia o por una mezcla de accidentes, casualidades y fortuna, la Comisión Europea acaba de caer, lo que revela algo esencial: pretender construir una sociedad europea cada vez más integrada sobre la base de instituciones públicas escasamente creíbles, sería una locura de consecuencias nefandas en el largo plazo. Y si eso vale en la historia de las naciones, vale mucho más en la historia de una Europa que intenta convertirse en un Estado plurinacional. Si uno mira a las circunstancias del terremoto institucional europeo, las motivaciones parecen anodinas. Menos del uno por ciento de los casos de corrupción y fraude en la UE se originan en la Comisión Europea; en la gran mayoría de los casos los problemas de este tipo vienen de los gobiernos de los países miembros que administran cinco sextas partes del presupuesto comunitario. Y sin embargo, Ƒpor qué ese uno por ciento es tan importante? Porque la Comisión Europea es el máximo órgano ejecutivo de la UE, el más visible y aquel sobre el que se concentran las mayores presiones de intereses sectoriales, partidos, gobiernos nacionales y grupos varios. Un bajo nivel de credibilidad en el centro del gobierno europeo implicaría producir tensiones capaces de volver inviable la apuesta misma de una Europa unificada. El pescado se pudre desde la cabeza.
Probablemente se cumplió una injusticia. Parece, honestamente, excesivo forzar a las dimisiones a la Comisión Europea porque uno de sus 20 miembros contrató a su propio dentista para un puesto que requería otras capacidades profesionales. Y sin embargo, una injusticia necesaria, útil, providencial. Una injusticia que fortalece Europa y las instituciones que deberán guiarla en los próximos años hacia tareas complejas que requerirán reducir al mínimo los inevitables factores nacionales de conflicto y suspicacia hacia Bruselas. No se construyen instituciones sólidas sobre la escasa confianza. Un estudiante que está elaborando su tesis en el Centro de Investigación y Docencia Económicas, escribió hace poco algo que puede sintetizarse así: donde no hay confianza en las instituciones, sólo queda espacio para la esperanza, un sentimiento religioso que toma el lugar de una dimensión cívica ausente. Y, obviamente, tiene razón.
Será una casualidad o será el sereno, pero las mayores economías del siglo XX construyeron estructuras burocráticas de servicio civil de carrera de notable eficacia y probidad desde las últimas décadas del siglo pasado. Y se trata de la historia de Inglaterra, Prusia, Japón y Estados Unidos. Los países que, por una u otra razón no pudieron cumplir estas tareas y se entregaron a gobiernos con poderes excesivos siguen hoy en el subdesarrollo o, en pocos casos, no muy lejos de él. ƑUna casualidad? Tener instituciones de baja credibilidad en los momentos en que Europa está a punto de definir, entre conflictos y desacuerdos, su presupuesto para el período 2000-2006, habría sido algo no muy distinto a un acto de autolesionismo colectivo.
Los ciudadanos europeos tienen en estos momentos el derecho de experimentar dos sentimientos contradictorios: la vergüenza y el orgullo. Vergüenza por instituciones comunitarias en las cuales un comisario puede contratar a su dentista sin encontrar oposición legal. Y el orgullo que un episodio tan nimio desencadene una voluntad de honestidad que lleva hasta la caída del gobierno europeo. Buena seña para el futuro.