Entre agosto de 1995 y marzo de 1999 la capacidad de convocatoria del EZLN en la sociedad mexicana cuando menos se duplicó. En la consulta organizada por los rebeldes poco después de la ofensiva gubernamental de febrero de 1995 participaron un millón 300 ciudadanos. A la realizada el pasado 21 de marzo asistieron cerca de 3 millones de personas.
Esta cifra, que en el caso de Chiapas es aún más significativa, evidencia que, en contra de lo que la propaganda oficial ha difundido insistentemente, el zapatismo ni se ha desgastado ni se ha aislado. El tiempo transcurrido no ha actuado en su contra. Por el contrario, su influencia ha crecido y su capacidad para relacionarse con otros sectores sociales se ha diversificado.
Sin embargo, el balance de esta jornada de lucha no puede circunscribirse a las cifras. Hay hechos de gran relevancia que no reflejan los números. Durante una semana cinco mil zapatistas tuvieron miles de encuentros y reuniones con grupos sociales y actores políticos que viven en la mayoría de los municipios del país. Empresarios, líderes religiosos pertenecientes a distintas iglesias, deportistas profesionales, trabajadores industriales, chicanos, amas de casa, migrantes, pobres urbanos, comunidades indígenas, políticos profesionales, estudiantes, maestros y ciudadanos de a pie dialogaron con los delegados zapatistas en condiciones de igualdad, en un hecho sin precedente en la vida política del país.
La consulta ha hecho evidente que la insurrección zapatista es capaz de explicarse a sí misma. Su fuerza principal proviene no sólo del brillo de los fusiles o del enigma de los pasamontañas sino de la palabra. Si desde enero del 94 los rebeldes deletrearon con fina caligrafía su revuelta, y al hacerlo renovaron el lenguaje de la política mexicana, la consulta del 99 ha reafirmado el valor de la acción comunicativa como propuesta de transformación.
Durante una semana los delegados zapatistas que, en su mayoría, tienen el español como segunda lengua, se explicaron a sí mismos con claridad, coherencia, firmeza y convicción. Escucharon con paciencia, interés y voluntad de aprendizaje todo tipo de opiniones. Respondieron a cuanta pregunta les fue formulada. Una iniciativa de esta naturaleza sólo puede ser posible si está precedida de una profunda y amplia cruzada educativa, si existe a nivel comunitario un amplio consenso sobre lo esencial y si ha enraizado en la población una sólida fuerza moral. Además de una identidad renovada, el zapatismo le ha dado a las comunidades indígenas y rurales chiapanecas esa educación, ese sentido común compartido y esa fuerza moral que se requieren para una empresa de esta envergadura.
A su lado miles de ciudadanos anónimos, en la mayoría de los casos no organizados en partidos políticos, instalaron mesas, contaron votos, consiguieron recursos económicos, y acompañaron a los zapatistas de manera desinteresada. Su participación no estaba motivada por la promesa de ganar posiciones políticas o recibir estímulos económicos. Muchas ONG y promotores sociales pusieron su infraestructura y capacidades al servicio de la consulta.
Al calor del ecuentro entre zapatistas y ciudadanía se han creado multitud de nuevas solidaridades, vínculos afectivos y compromisos de acción en común. Ellos desempeñarán un papel central en la renovación de la política en el país. Los viejos agravios han sido nombrados con nuevas palabras. Un sujeto político-social alternativo está en gestación acelerada. La voluntad y el deseo de transformación han ganado miles de mentes y corazones.
Los oídos gubernamentales están demasiado cerrados por la soberbia para escuchar los sonidos de la consulta. Su intento por descalificarla antes, durante y después de su realización es una mala señal. La respuesta de la Secretaría de Gobernación ante el éxito rebelde es una acción publicitaria que busca ocultar el fracaso de su estrategia. La insistencia presidencial en defender y legislar ya su iniciativa de reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas al margen de lo pactado en San Andrés, en contra de los millones de voces que se escucharon en la auscultación, es una nueva señal de guerra.
Del gobierno mexicano no saldrán, en el corto plazo, ofertas sinceras de paz y negociación. Son la sociedad civil mexicana y los partidos políticos democráticos quienes tienen en sus manos la posibilidad de construir la paz.