El cambio cultural en el ámbito de la política es, en gran parte, el resultado de una combinación entre las experiencias del pasado, las posibilidades y condicionantes que plantea el presente y las exigencias del futuro.
Después de 70 años en el ejercicio del poder político ųla mayoría de ellos como opción únicaų, el PRI se enfrenta ahora a la necesidad de entender que muchas de sus prácticas quedaron desfasadas y que las nuevas realidades lo obligan a hacerse un replanteamiento desde varias perspectivas.
Desde la perspectiva de la sociedad, que está atenta a lo que hace o deja de hacer, en momentos en que la oferta política se ha diversificado y otras opciones detentan posiciones de poder que les permiten proponerse como alternativas reales frente al PRI.
Desde la perspectiva de las opciones, que buscan desbancarlo, para lo cual le niegan toda posibilidad de transfor-mación, aprovechando cualquier falla para descalificarlo frente a las nuevas circunstancias. Desde el gobierno de él surgido, que requiere de su eficacia, a pesar de que la modernización del país modificó el pacto social del cual es producto el propio partido y que ha detonado en una sociedad profundamente transformada.
Desde su interior, que lo mismo que el cuerpo social ha visto multiplicarse la diversidad de visiones y organizaciones que buscan legítimamente participar en el hacia dónde, incidir en los cómo y opinar en los para qué de la acción política.
Quienes tenemos como nuestra principal pasión la política, sabemos que la democracia no se alcanza por decreto ni se hace en un día, sino que se construye a diario con acciones democratizadoras. También tenemos por cierto que la democracia, más que un estado perfecto de cosas, es un proceso permanente en constante perfección. Por eso, sin dejar de aceptar fallas en los medios y en la operación política, no se puede dejar de reconocer que los acontecimientos del pasado 17 de marzo son un paso en la democratización del PRI.
Las decisiones que con motivo de la renovación de la dirigencia nacional del PRI tomó el Consejo Político al cambiar tiempos y métodos para llevarla a cabo son un avance, con todo y que muchas de las actitudes asociadas reflejan más las formas de pasado, de la vieja cultura política, que el anuncio de las que ya nos reclama el futuro.
Es un avance, en primer lugar, porque el hecho de que el Consejo Político no supiera de lo que se iba a tratar y modificara el mecanismo originalmente previsto para el relevo anticipa que no habrá en el futuro ningún procedimiento en la dirección u objetivo que se quiera, que pueda dejar al margen a las instancias partidistas que deban conocerlo, discutirlo y decidirlo.
En segundo lugar, porque la llegada de la nueva dirigencia será el resultado del voto directo y secreto de la instancia partidista que debe intervenir. Con todo lo que se diga, no podrá reponerse el método que marginaba al partido de sus decisiones esenciales. Si decidí no competir, fue porque aspiraba a ganar, no a perder, lo que hubiera sucedido si las condiciones para realizar el proceso hubieran sido otras. Hay que entender que no todas las batallas se pueden ganar y que el incipiente avance puede revertirse si no hacemos de la unidad la divisa mayor, actuando con responsabilidad sin que ello signifique claudicar.
En tercer lugar, porque el espacio que el Consejo Político abrió para el registro de candidatos podrá emplearse para hacer de la inclusión el eje de la nueva etapa. Si el PRI recupera el método de establecer alianzas, reconociendo y dirimiendo abiertamente sus diferencias, estaría revitalizando uno de sus principales activos: abrir espacios de expresión y construir consensos como forma de democracia eficaz y equilibradora, no sólo entre personas y corrientes, sino entre las distintas perspectivas de país y entre las diferentes visiones de proyecto de nación que existen en su interior. Hacía adelante, tenemos que recuperar lo mejor de nuestra tradición, transformando y mejorando las formas políticas que las nuevas circunstancias nos exigen.