José Cueli
Ponce y El Juli, los triunfadores

Manuel Benítez, El Cordobés, en los años sesenta inició el toreo juguetón, el toreo ballet y con él puso un velo a las viejas historias de los toreros clásicos de antaño. Aquellas vidas riesgosas y tormentosas, vidas a parte, expuestas, salpicadas de picardía. Y dio un paso a una nueva concepción del arte de torear reses bravas. En que pretendía que se formara de él, un concepto torero que compendiara esas historias con su juguetón quehacer en el ruedo, con toros que empezaron a perder la casta. En México, Manolo Martínez es el iniciador de este toreo y al igual que El Cordobés, en el mundo torero, fue el mandón de la fiesta mexicana.

El nuevo toreo, a toritos chicos (novillines) descastados, sumisos y de contra, sin bravura, abrió amplios horizontes a estos diestros. Unos cuantos guardaban la pureza del toreo a pesar de sus irregularidades: Antonio Ordóñez, Curro Romero, Rafael de Paula y algunos otros. Después, los de más talento y personalidad ųhoy El Juli y Ponceų están a la cabeza de este toreo ballet, gracias a sus atributos de personalidad, transmisión rápida con el público, faenas interminables y una técnica muy bien dominada. Con la que consiguen tapar la falta de emoción de los toritos descastados, sin bravura, que deambulan por las plazas del mundo. No es lo mismo casta que bravura.

Rápidamente el negocio prosperó y funciona a la maravilla. En todas las plazas donde se presentan agotan el boletaje y el público, "no aficionados", sale encantado. Ellos cortan orejas y más orejas por aclamación multitudinaria. El dinero que atesoran en unas temporadas corre al ritmo directo del perfeccionamiento de sus actuaciones, en sociedad con ganaderos y empresarios.

Se organizan eficientes empresas modernas en administración de corridas, mercadotecnia y publicidad enlazadas a la televisión, para la explotación de las faenas a novillines, calca una de la otra, que repiten cada tarde en su viajar por las plazas del mundo torero. Se llega a crear en fin, un arte que tiene por fundamento la mímica, el baile, el no riesgo, y claro, la chispa que el torero lleva a dentro para lo lúdico, el ballet, dentro de la libre y real ofrenda de irresistible sugestiones que acaba por encandilar a los públicos.

En este contexto los modernos balletistas, Enrique Ponce y El Juli, fueron los triunfadores de la temporada de la Plaza México con su toreo juguetón, bailador, caminando alrededor de los toros que esconden la falta de toreo clásico. En la misma forma que vuelven a ser triunfadores en el inicio de la temporada española, esta semana, en la primera feria importante, en Valencia. Esto sin contar que don Curro Romero, a sus 65 años, con tres verónicas y una media en la que meció el toreo, barrió sus interminables pases. Así a una cuidada personalidad revestida en las revistas de corazón, deportivas y planas especializadas de los diarios, aunada a una técnica depurada que les permite "jugar al toro", cuando éste ya dejó de serlo, se perfilan como los modernos seguidores del Cordobés destacándose en la vida social de su país y los lugares en los que torean.

Dentro de este contexto, la fiesta brava en México se torna subdesarrollada, dependiente de los juegos de estos toreros y sus administradores. Los toreros mexicanos actuales ųa excepción de Armillita, ya sin ganasų sin escuela, sin personalidad, sin figura atractiva, sin administración a la moderna, quedan marginados a los caprichos del destino y no el mérito propio, para su disgusto y el del público mexicano...