Ciencia, Iglesia y educación
Luis Javier Alvarez y Pedro Bosch
A unas cuantas semanas de concluida la visita papal, que distrajo la atención de los mexicanos de asuntos tan importantes como la delincuencia organizada e impune y los recortes presupuestales, entre otros, queremos revisar en este artículo el papel de la Iglesia católica en el conocimiento científico y la educación en México.
Con las reformas a los artículos constitucionales 3, 5, 24, 27 y 130, en 1992 se otorgó a las iglesias la capacidad de poseer bienes y participar en el campo de la educación. Como consecuencia de ello, los planteles educativos claramente vinculados al Opus Dei, los Legionarios de Cristo y los jesuitas, entre otros, se han multiplicado.
En particular, nuestras élites son clientes asiduos de tales planteles que imparten una educación como negocio. Ese es el mal menor, pues afecta a una minoría, que por otra parte se puede dar ese lujo. Por desgracia, ese tipo de educación es doctrinaria y sectaria. Lo cual va en contra de los preceptos constitucionales en materia de educación recogidos en el artículo tercero, que a la letra dice:
"La educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia... dicha educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa... El criterio que orientará a esa educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios." Los subrayados son obviamente nuestros.
Es importante insistir en el vínculo que la propia Constitución establece entre educación y progreso científico. Recordemos que para la ciencia el criterio de la verdad sólo existe en las revelaciones de la naturaleza; para los protestantes está en las escrituras; para los católicos, en la infalibilidad del Papa como exégeta.
Las dos iglesias rivales, la protestante y la católica, han estado y están conformes en un punto: no tolerar ninguna idea, ningún progreso científico que no esté en armonía con las escrituras. Esa armonía la determina, desde luego, el Papa, en el caso de los católicos, aunque a menudo hay discrepancias entre un Papa y otro.
Hay que destacar que, gracias a las reformas constitucionales mencionadas, hoy, en contra de los que han sido los principios doctrinarios de la educación en México en el siglo XX (ver artículo de educación de la Enciclopedia de México), la Iglesia católica puede educar a sus pupilos dentro de una fe, que ante todo es, y ha sido, enemiga acérrima de los avances científicos. Basta con recordar los casos de Galileo, de Copérnico o de Darwin, revolucionarios científicos a todas luces, menos a la del Espíritu Santo.
Juan Pablo II, en 1979, inició una maniobra en la que involucró a teólogos, científicos e historiadores a "profundizar" en el caso Galileo. En 1992, los especialistas convocados por el Papa concluyeron, después de una comedia, que se puede consultar en detalle el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano (traducción, introducción y notas de Antonio Beltrán Marí, Alianza Editorial, 1994), que la tortura infligida a Galileo por la Inquisición fue producto de "un doloroso malentendido que pertenece al pasado".
En efecto, según los exégetas católicos, la escritura debe "interpretarse correctamente". Lo correcto, claro, lo determina el Papa. A Galileo, por supuesto que le da igual, pues de él solamente queda, después de 300 años, un dedo apuntando al cielo en el Museo de la Historia de la Ciencia de Florencia.
Según el libro La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors, "la educación a lo largo de la vida se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser".
Los preceptos de la Iglesia católica se fundamentan en creencias rígidas, opuestas al razonamiento crítico y lógico que es el pilar del aprender a conocer, es decir, de esa educación que, por ley y a todas luces, debe estar basada en los resultados del progreso científico. Investigar sobre el origen del universo, el origen de la vida, sobre los mecanismos de generación de sismos o los de erupción volcánica, sobre la creación de nuevos materiales, nuevos seres vivos, por mencionar algunos temas, es, según los preceptos católicos, herejía. Son todos temas claramente ya resueltos por Dios y publicados en la Biblia.
En esa virtud, nos queda vivir como dinosaurios a ver a qué horas una catástrofe apocalíptica, la caída del peso o el fenómeno de El Niño, nos llevan al Juicio Final, con el beneplácito de Su Santidad. Los mensajes papales en América han sido, en general, contrarios a aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser.
En efecto, en El Salvador, Guatemala, Cuba y Nicaragua, la jerarquía católica ha estado siempre en contra de la construcción de sociedades libres, y por otra parte ha honrado con su presencia regímenes fascistas como los de Pinochet y Galtieri. Esas consideraciones aclaran el papel que la Iglesia católica juega, ha jugado y pretende jugar en la educación y en la ciencia: oscurantismo puro.
Estamos convencidos, por tanto, de que hay que volver a los preceptos de la Constitución mexicana de los años 30, promulgados durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas.
Es una ironía de la historia que haya sido precisamente su hijo Cuauhtémoc uno de los notables que orquestaron la visita papal. La ley decía: "Sólo el Estado ųFederación, estados, municipiosų impartirá educación primaria, secundaria y normal. Podrán concederse concesiones a los particulares que deseen impartir educación en cualquiera de los tres grados anteriores, de acuerdo, en todo caso, con las siguientes normas: I. Las actividades y enseñanzas de los planteles particulares deberán ajustarse, sin excepción alguna, a lo preceptuado en el párrafo inicial de este artículo, y estarán a cargo de personas que en concepto del Estado tengan suficiente preparación profesional, conveniente moralidad e ideología acorde con este precepto. En tal virtud, las corporaciones religiosas, los ministros de los cultos, las sociedades por acciones, que exclusiva o preferentemente realicen actividades educativas y las asociaciones o sociedades ligadas directa o indirectamente con la propaganda de algún credo religioso no intervendrán en forma alguna en escuelas primarias, secundarias o normales, ni podrán apoyarlas económicamente; II. La formación de planes, programas y métodos de enseñanza corresponderá, en todo caso al Estado..."
El párrafo inicial al que se refiere dice: "La educación que imparta el Estado será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social".
Ese es el punto que a los científicos les importa transmitir a las nuevas generaciones: "Un concepto racional y exacto del universo", en la medida de lo posible, para evitar los fanatismos que se propagan, con la complacencia oficial, cada día más en nuestro país. Obviamente, para que haya progreso científico hay que invertir en la investigación científica.
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