La economía del mundo se debate hoy día en problemas muy distintos, pero no menos importantes o graves.
Por un lado, los países del Este asiático, como producto de su crisis estructural (que no únicamente financiera) y que ha sido magnificada por los estragos que les han ocasionado los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional, sufren una depresión económica (decrecimiento de la producción y la demanda y aumento del desempleo) que no conocían, han deprimido el ritmo de crecimiento del resto del mundo y, por lo mismo, han afectado la estructura de los precios internacionales.
Los países de la ex URSS no tienen los elementos para detener a sus economías de la caída libre en que se encuentran desde fines de la década pasada. Carecen de sistemas fiscales y de los consensos sociales y políticos mínimos que generen credibilidad a sus monedas, estabilidad cambiaria y actividad económica.
Estados Unidos se ha convertido en el importador de última instancia, por lo que su desequilibrio externo no tiene registro histórico y ha rebasado cualquier pronóstico. La reducción de los precios de materias primas de los países emergentes (para fortuna del resto del mundo), ha permitido que la expansión económica continúe por un espacio más largo de lo que todos creían. Sin embargo, la burbuja especulativa que se sigue inflando en la bolsa de valores, la caída tendencial de las utilidades empresariales y el riesgo de que la Reserva Federal eleve los tipos de interés frente al agotamiento de la capacidad ociosa, esboza escenarios mundiales preocupantes.
Japón, por su parte, lleva una década en recesión, que inició justamente a raíz de la burbuja especulativa financiera de fines de la década pasada. Las medidas de política no han logrado la mínima eficiencia, un tanto por terribles errores en su aplicación que han afectado negativamente la credibilidad y las expectativas del público, y otro tanto porque su economía está afectada por un problema que por mucho tiempo se pensó como un caso muy extraño: trampa por liquidez. Este concepto se refiere a un escenario en el que la tasa de interés ya no reacciona ante cambios en la oferta monetaria, por lo que la política monetaria se vuelve ineficiente para reactivar la economía.
Europa también presenta problemas e interrogantes no menos importantes. Por un lado, asiste a un problema muy poco conocido por los economistas jóvenes, ya que fue propio de la Gran Depresión del 29: la deflación. Se refiere a la caída sistemática del índice general de precios, habitualmente generada por una reducción de la demanda y de los activos monetarios. La consecuencia es un incremento de la competencia entre productores y, por tanto, la contracción de las utilidades. Lógicamente todo esto afecta el ritmo de acumulación y, por tanto, del crecimiento económico de corto y largo plazos. La reducción del crecimiento económico en el viejo continente ya se ha comenzado a manifestar en que la brecha entre el producto potencial y el real se ha ampliado en alrededor de 2 por ciento en los últimos años.
China, a pesar de su exitoso desempeño macroeconómico de los últimos 15 años, enfrenta múltiples problemas de corto plazo, como son: alta ineficiencia de sus empresas públicas, un exceso de la capacidad instalada manufacturera en alrededor de 40 por ciento; enormes presiones competitivas por los mercados mundiales, con un tipo de cambio nominal que no se ha movido durante mucho tiempo.
Argentina, que desde 1991 ha sido un ejemplo de estabilidad cambiaria y reducción de la inflación, enfrenta fuertes amenazas ante la crisis brasileña, país con el que mantiene un intercambio comercial de más de 30 por ciento. Por lo mismo, el Mercosur pasa por un momento difícil.
México, finalmente, se debate en la discusión sobre cambios en el sistema monetario, al tiempo que el crecimiento se desacelera con relativa alta inflación y enorme incertidumbre ante la naciente democracia.