Olga Harmony
La sombra del gato

El excelente actor que es Demián Bichir intenta la dirección escénica ųal tiempo que produceų con un débil texto de Norma Barroso, autora de la que no tengo mayores antecedentes. La sombra del gato es premonición de madre, mal fario, destino, que envuelve a Renato, joven preso en un extraño reclusorio o Cereso (nunca se nos informa) en el que existe auditorio, pero no hay un teléfono con que la población pueda comunicarse. La misma situación de este interno resulta muy poco clara, pues aunque se nos dice que es protegido por una tal Gloria, nunca se nos explica la razón de este apoyo que le permite privilegios tales como recibir visitas en su celda ųque no comparte con otros reclusos a pesar de la hacinación que, afirma Susana, existe en todas las áreasų o no portar el uniforme reglamentario, sino una camiseta conmemorativa de los 30 años del movimiento de 1968, que por cierto se condice poco con su situación y carácter.

Es verdad que la autora no propone una obra realista, ya que la presencia simbólica de la madre, que alterna parlamentos con lo que ocurre en la celda, permite otra lectura. Pero la falta de ubicación real de la prisión ųasí se nos haga saber que es una ciudadų y de las circunstancias precisas del protagonista privan de peso específico las denuncias, no por lugar común menos verdaderas, que se hacen del sistema carcelario mexicano. Podemos suponer que la tal Gloria es la mujer que encabezó el secuestro y asesinato en el que Renato es un chivo expiatorio y que así paga su silencio, en una red de complicidades que muestran la corrupción reinante, pero es mera elucubración ante la falta de solidez de la narración dramática.

La historia de este nacido para perder es tan melodramática como puede serlo la vida real de muchos de estos jóvenes: hogar desintegrado; padre poco presente, madre sobreprotectora, ignorante y supersticiosa como influencia decisiva en su vida; escasa escolaridad, raterías y drogas desde pequeño; pobreza y falta de oportunidades. Pienso que el afán de Norma Barroso de rehuir el melodrama implícito en su historial, al narrarla con intercalaciones del pasado en que Renato y el padre rechazado por la madre son el mismo, la orilló a no prestar demasiado sustento real a sus personajes.

En otro contexto, la ambigüedad de los motivos de Susana, la visitante que llega a extremos inverosímiles por cumplir un trabajo de taller literario, sería interesante. Leticia Huijara lucha contra la inconsistencia del personaje y le da muchos matices que casi lo hacen creíble. Es muy obvio que la dirección de Bichir se afocó principalmente a sus actores, por lo que también Martín Altomaro resulta bastante convincente, al contrario de Evelyn Solares que poco puede hacer con el personaje de la madre. El trazo escénico del director también es eficaz, con momentos muy felices de cruces entre el custodio y la invisible madre y con soluciones buenas para las vueltas al pasado. Le reprocharía, empero, no haber puesto mayor cuidado en los pequeños detalles y, sobre todo, no utilizar ese área izquierda, espectador, en que se encuentra el espantosamente simbólico moisés roto, mismo que afea un tanto la escenografía de Mónica Raya, la que en su parte central hace una interesante mixtura de rejas carcelarias y jaula de tender la ropa (lo que, por cierto, es bien utilizado por el director en alguna escena).

Otro melodrama, éste pacifista, contado también de otra manera, pero ahora con una deslumbrante cantidad de recursos técnicos, sería Leitmotiv presentado por la compañía canadiense Les Deux Mondes en el contexto del Festival del Centro Histórico (a cuyos espectáculos no invitan a los críticos. En esta ocasión fui invitada porque se presentó en un teatro del INBA, que es mucho más cortés). Con música compuesta por Michel Robidoux, la mezzoprano Nöella Huet y los actores Yves Simard ųque más se antoja bailarínų y Caroline Lavigne se presentan en medio de un extraordinario despliegue de técnica, casi perfecto en su realización, pero que de algún modo opaca el desempeño actoral. Recuerdo, hace mucho tiempo, la frase de un niño pequeño entusiasmado por el entrañable Cachirulo: ''En el teatro la gente es gente". A esta sabiduría infantil poco se puede añadir. Se disfruta, cómo no, el prodigio desplegado ante nuestros ojos, pero seguimos prefiriendo a ese actor de carne y hueso al que ninguna técnica puede remplazar.