n Fraude electoral en tres tiempos


La marcha guerrerense, una lucha de agravios acumulados

I

Paco Ignacio Taibo II, especial para La Jornada n El fraude se inició hace un año, cuando se hizo una selección de priístas confiables para que fueran los presidentes de casillas. Luego, durante los meses previos a la elección y de manera ilegal, se movieron enormes cantidades de dinero del estado para la compra de votos. Se produjeron amenazas, chantajes, asesinatos. Se advirtió a comunidades que la obra pública federal se interrumpiría si ganaba el PRD, se dijo que se perderían empleos, se compraron credenciales de elector, se traficó con la miseria de una población eternamente castigada y reprimida.

Donde las amenazas no funcionaron ingresaron los pistoleros de los caciques priístas.

Pero el prefraude fue incapaz de frenar el descontento popular que encabezaba la candidatura de Félix Salgado Macedonio. Entonces se puso en marcha el fraude:

Veinte mil rasurados en el padrón, casillas volantes, electores fantasma, presión directa en las casillas forzando a los votantes a mostrar su boleta a soldados o funcionarios priístas, muertos votando.

Pero el fraude fue incapaz de frenar el impulso de una sociedad que quería el cambio, y entonces vino el posfraude: cambios en el cómputo, sumas mal hechas, actas que discrepaban de la votación efectuada, votos del PRD transferidos al Verde Ecologista al mover los renglones.

Finalmente, el PRI se declaró vencedor con unos 423 mil votos, contra 406 mil.

El PRD presentó ante el Consejo Estatal Electoral sus inconformidades. En unas 2 mil 300 casillas se cometieron irregularidades graves. Las autoridades locales anularon 40 primero y 18 después, pero con los mismos argumentos que anularon ésas hubieran anulado centenares más que hubieran dado el triunfo al PRD.

Ahora le llega la hora a los tribunales federales. Por eso marchan esos guerrerenses.

 

II

 

Durante la guerra de Independencia, Hermenegildo Galeana siempre se hizo acompañar por una escolta de un centenar de negros de la Costa Chica guerrerense, que por mejor armamento usaban un machete de regular tamaño, el mismo que se utiliza en las plantaciones de azúcar de la región.

Estaban Galeana y sus huestes un día en la hacienda de los Bravo, tratando de ganarlos para la causa con la palabra, cuando aparecieron las tropas del gachupín Garrote a reprimirlos.

Dio la casualidad de que la carga de los dragones realistas se produjo mientras Galeana y sus negros se estaban bañando en el río. Sin guardias y sin reservas, y para dar tiempo a que se reorganizaran los hermanos Bravo en la hacienda, Hermenegildo gritó: "šAhora o nunca!", y se puso en pie, desnudo a mitad del río, imitándolo sus compañeros, que tenían la sabia costumbre de no dejar el machete ni cuando estaban encuerados bañándose, teniéndolo clavado en la arena, cerca de los bajos donde se solazaban.

Garrote quedó desconcertado al ver cómo avanzaba sobre sus tropas un centenar de negros encuerados armados con tremendo machetón, aullando y echando agua por todos lados. El susto fue suficiente para dar tiempo a que los Bravo se reorganizaran y pronto intervinieron en la refriega cañones y la caballería. Los realistas se desbandaron y Galeana y sus negros los persiguieron, encuerados aún, durante tres leguas.

Todavía, y han pasado muchos años, pocos para una memoria popular que nunca olvida, se sigue diciendo en Guerrero con malicia y buen humor que a los de Garrote les espantó el idem, y no tanto el machete suriano desenvainado.

 

III

 

El compa que carga la bandera viene marchando en chanclas, pantalón corto, paso lento y parejo, un poco rumboso, como el paso de la mayoría de los costeños.

Le pido que me deje cargar un rato la bandera, desde la secundaria no he tenido tal honra; me mira medio seco e informa que él es comisionado y que no la suelta.

Ocho kilómetros después, bajo el sol de injusticia de la entrada al valle de México, parece estar dispuesto a reconsiderar el asunto, ya no soy recién llegado; tres kilómetros más tarde me la presta, si le presto el libro que traigo entre las manos, una novela de espías españoles en Alemania durante el siglo XVII. Yo cargo la bandera orgulloso y él ojea mi libro.

Nunca tendré el estilo de estos compas guerrerenses, pero ahí voy con la banderota que mueve el viento.

 

IV

 

En 1821, perdido en las montañas de Guerrero, en tierra de mosquitos y hombres pobres, sostenía una pequeña guerrilla Pablo Galeana, más por terquedad y fidelidad a los vivos y los muertos que por otra cosa.

De allí lo había desalojado un año antes el gachupín Armijo, arrasando pueblos y sembrados, y allá volvió a seguir peleando.

Era el último de los Galeana. Luis, su hermano, había muerto en el sitio de Cuautla en 1813; Juan Antonio, su padre, había muerto en 1813 debido a unas fiebres durante el cerco de Acapulco; Hermenegildo, su tío, el mariscal de Morelos, había muerto en combate cerca de Coyuca, en junio del 14, cuando una maldita rama se cruzó ante su caballo en huida.

Ya no quedaban Galeanas. Nomás este ranchero de 40 años, coronel de una partida misérrima de insurgentes que combatía en Zacatula.

Fue entonces que le llegó un recado de Guerrero: que ya había independencia, que había un pacto con Iturbide para lograrla. Y llegaron más mensajes que decían que ya casi todo había terminado, y menos mal que Guerrero se acordó de él, porque si no le avisan, todavía seguiría en esos cerros peleando. Galeana no se lo acababa de creer, pero por si las dudas puso a sus hombres a caballo e invadió Michoacán para encontrarse allí con Guerrero.

Una vez que se desmoronó la resistencia realista, Galeana rechazó ofrecimientos civiles y militares, y diciendo "me voy tal como vine", se retiró al rancho del Zanjón, a cultivar la tierra y a recordar a los muertos.

 

V

 

La marcha avanza por la carretera federal al ritmo de mil músicas.

Para mi sorpresa y desconcierto, los de Zihuatanejo vienen bailando cumbias. šCómo le hacen para marchar y bailar después de 300 kilómetros de camino!

Ante nosotros viene una tambora de Malina, que resuena tan potente que tengo la tentación de marcar los pasos del tumba-tumba. En varias camionetas, sonideros rojos hacen zumbar el aire al paso con sus canciones.

A cada rato aparece una guitarra con su correspondiente narrador de corridos atrás: el corrido del latifundista culero, el corrido de Genaro Vázquez, el corrido del toro, el corrido de la marcha, el corrido de los fraudes electorales.

Todo es susceptible de ser cantado y, por lo tanto, bailado.

ƑDe dónde sale el tono festivo de este movimiento?

La camioneta del servicio médico recoge a un par de mujeres que traen los pies destrozados.

ųƑUsted ya no va a marchar? ƑSe va a echar el final de la marcha en la camioneta, compañera?

La mujer, de unos 50 años, costeña, sin duda, me mira ofendida.

ųNomás me curan y vuelvo al camino.

Esta no es simplemente una lucha electoral. Los agravios se han acumulado. Sangre, miedo. Comunidades campesinas organizadas o caciques asesinos todopoderosos son las disyuntivas. Se juega mucho más que un presidente municipal honesto, una administración eficaz.

Esta gente ganó las elecciones para librarse de una estructura de caciques corruptos, despóticos y asesinos.

Se juegan mucho.

 

VI

 

Durante los últimos meses del año pasado, mi compadre, el escritor Juan Hernández Luna, arriba a mi casa a altas horas de la noche. Era una especie de terapia. Salíamos a caminar por la colonia Condesa.

Venía de recoger, para la Fundación Ovando y Bravo, las crónicas de los asesinatos de perredistas durante los sexenios de Salinas y Zedillo. El material formaría parte de un libro testimonial, cuya primera parte ya ha sido editada.

Juan retornaba de las más terribles tragedias, las más horribles historias, y tenía que contármelas para que no lo ahogaran. Muchas veces me narró el horror con la voz rota, y a punto de romperse en llanto.

Yo me iba a la cama compartiendo sus pesadillas.

Los días en que retornaba de Guerrero, nuestra salud mental se puso a prueba.

Dirigentes campesinos asesinados por los pistoleros de los caciques frente a sus esposas, jóvenes baleados cuando retornaban de ver a sus novias.

Y Juan volvía con 200 historias, Guerrero había sido el estado más castigado de este país. Los caciques, los judiciales, las guardias blancas, habían intentado frenar el crecimiento del PRD y los ayuntamientos democráticos.

Una historia no se me ha olvidado y a veces el rostro de esa niña que nunca he visto retorna en las noches a matarme el sueño. Es una niña de la Costa Chica que vio cómo asesinaban a su padre y perdió el habla. Una niña muda que sigue viendo pasear por el zocalito de su comunidad a los asesinos de su padre.

 

VII

 

Raquel Sosa me cuenta que en el cañón del Zopilote la atacaron los jejenes; que el frío de la montaña morelense, en el ascenso hacia Tres Marías, hizo estragos entre los compañeros; que no hubo pueblo, caserío, ranchería en la salida de Guerrero donde no hubiera un acto de apoyo, una entrega solidaria de comida o dinero...

Me cuenta la guerra fraternal entre los cocineros acapulqueños y las mujeres que se adelantan para cocinar. Me cuenta del hartazgo de arroz y frijoles y de la magia de los cocineros para mejorar la dieta de la enorme caravana.

Una marcha es una pequeña ciudad en movimiento, que consume una tonelada de frijol al día, 300 kilos de café, miel, huevos; que necesita 5 mil cobijas y 400 garrafones de agua, que necesita lugares dónde dormir, un servicio médico.

Pero esta marcha es también una fiesta. Cuesta trabajo creer que se trata de un movimiento social despojado de un legítimo triunfo electoral.

 

VIII

 

De todas las historias que he escrito en mi vida, hay una que retorna en estos tiempos con una tremenda intensidad a darme una patada en la cabeza. Abrí con ella Arcángeles, porque sentía que esa historia venía del pasado a depositarse en nuestras manos, directamente.

Era la historia de Juan R. Escudero, alcalde acapulqueño en los años 20, al que mataron dos veces por buscar una democracia social.

Entre las muchas anécdotas está la de las segundas elecciones al ayuntamiento que ganó: Escudero dictaba sus discursos y hacía que los muchachos que lo acompañaban los ensayaran frente a él, y luego los pronunciaran en público ante su mirada atenta.

Extraña estampa bajo el sol de invierno de Acapulco la de ese hombre paralizado del lado izquierdo, con el brazo derecho amputado, sentado en una silla de ruedas, con un adolescente al lado, subido en un cajón, que habla por él, y a su espalda una joven costeña, Anita Bello, con una escuadra calibre 32 entre la falda y la blusa de encaje.

Extraña estampa, la del hombre que afirma cabeceando sus propias frases en boca de niños, que pronuncian, siempre con el estribillo de "Juan dice", un discurso incendiario que promete el fin de la injusticia en el paraíso corrompido.

Y Juan Escudero vuelve a ganar las elecciones para la presidencia municipal de Acapulco, derrotando al progachupín y traidor Martiniano Díaz.

 

IX

 

Camino 12 kilómetros con los hombres y las mujeres del éxodo. Los traileros saludan la marcha con sus cláxones. Poco a poco me lleno de orgullo de esta gente. Su lucha es la lucha de muchos que piensan que no habrá puerta de entrada al nuevo siglo con fraudes electorales descarados como éste, a modo de antecedente.

Decido que cuando sea grande quiero ser guerrerense.