...después de las
Batallas
Al utilizar la fotografía como mera ilustración, la prensa recurre al modo de expresión más inadecuado para dar testimonio de los hechos que trata o expone. Como se deja influir por el poder de las imágenes que muestra la televisión, esta misma prensa pide a los fotógrafos que le proporcionen documentos evidentes, inmediatos, choques visuales que con el paso del tiempo se convierten en una letanía de estereotipos que tartamudean irreflexivamente en las gacetas. Con el influjo de la televisión, esta prensa ha aceptado la velocidad como valor determinante de la información; pasa sin cesar de un tema a otro incurriendo en terribles amnesias; remplaza un drama por otro sin abordar el terreno de lo que ha constituido su fondo comercial y su argumento de venta. Nunca he comprendido, por ejemplo, por qué la situación de hambre endémica y tragedia al sur de Sudán se vuelve de tiempo en tiempo tema de moda y ocupa efímeramente los encabezados que olvidaron durante varios años a estos niños descarnados ante los que ahora nos proponen compasión.
Un fotógrafo que desee explorar el estado actual del mundo para transmitir su testimonio por medio de la página impresa debe -aun si lo deplora- saber que ejercerá su mirada en ese contexto. Y esto funciona en el ámbito internacional.
Paolo Pellegrin sabe esto perfectamente. Ha tenido la dolorosa experiencia y ha podido medir la distancia que separa el reconocimiento de pares y profesionales de la publicación efectiva en las revistas. Se puede decir que sus elecciones, cada vez más radicales y coherentes, se desfasan de las publicaciones que utilizan la fotografía sin plantearse, en la mayoría de los casos, lo que están poniendo en juego. En el caso de Paolo Pellegrin lo que está en juego es, ante todo, la fotografía. A su obra le exige la forma pertinente que permita traducir el sentimiento, el punto de vista, la determinación ante los temas cuya importancia rebasa, por mucho, lo meramente periodístico.
Es documentando la situación patética de los enfermos de sida en Uganda -uno de los países más afectados y de los que disponen de menos recursos para hacer frente a una plaga que amenaza a Africa más que a cualquier otro continente-, que se ve confrontado con la exigencia de ir más allá de la indispensable necesidad de mostrar para provocar una reacción. Surge la pregunta: ''¿Qué es lo que a fin de cuentas estoy mostrando?'' Esta toma de conciencia lo llevará a explorar hasta el límite las posibilidades de las imágenes con gran angular y los contrastes marcados en la estructuración de grafismos intensos, para desembocar en la conclusión de que quizás las imágenes más enigmáticas, aquellas que detienen el ojo para plantear preguntas más que para afirmar certezas, son las más importantes.
Por ello ha decidido que cuando regrese a Bosnia, después de la guerra -cuando la comunidad internacional crea que ya no existe conflicto- cambiará de formato: el cuadrado en lugar del rectángulo. Abordará la situación de los niños después del enfrentamiento bélico, algo que no se había hecho desde que David Seymour recorrió una Europa arruinada por la Segunda Guerra Mundial para mostrar la situación de los huérfanos. Fue hace medio siglo, en un momento en que ni Life ni Paris Match hubieran dudado en publicar ese tipo de reportaje. Era también un momento en que se creía que un fotoperiodista descriptivo, cuyo objetivo se limitaba a mostrar, era, aun con un pobre rigor gráfico, el honor del reportaje. Ahora sabemos que esta descripción es más eficaz para la imagen en movimiento, el cine documental o incluso la televisión, y que la fotografía va más lejos: evoca más de lo que muestra e interroga más de lo que figura. También hemos aprendido que en estos tiempos de comunicación planetaria fascinada por hechos y organizada como espectáculo mediante un montaje necesariamente superficial en nombre de la eficacia, la fotografía puede ser utilizada para otra cosa.
Puede, por ejemplo, hacer perceptible a través de la imagen lo que no es visible. Esta es la paradoja que entra en juego en la serie de intensos cuadrados que Pellegrin trajo de Sarajevo, en estos niños cuyos rostros cerrados, gestos enigmáticos y actitudes incomprensibles evocan un universo perturbado al que apenas tenemos acceso. El traumatismo no se resume en unas cuantas cicatrices en la piel, por más dolorosas que puedan ser, sino por una fractura interior. El fondo de muros cribados por impactos de balas nos exige pensar en lo indecible de lo que viven estos niños en un país que oficialmente ya encontró la paz.
Nunca podremos entrar a sus pesadillas, pero observar estos cuadrados en donde la luz y la sombra luchan como lucha la imprecisión de los primeros planos y la nitidez de los fondos, nos lleva a evocarlas. Por medio de una fotografía púdica y austera que ha desaprendido a representar, intenta, recordando las fotografías de los niños de Meatyard, hacernos compartir un sentimiento, emociones y cuestionamientos.
Es el mismo procedimiento que encontramos en Cambodia, en el que, continuando su trabajo sobre el sida en los países subdesarrollados, Paolo Pellegrin logra recordar el contexto trágico en que esta nueva desgracia viene a golpear a un país que intenta renacer después de cuatro siglos de guerras ininterrumpidas, a las que hay que agregar la tragedia del Khmer Rojo, que entre 1975 y 1979 aniquiló de manera atroz a dos de los siete millones de habitantes del pequeño país. Los enfermos de sida, como las víctimas de las minas antipersonales, viven en un mundo en donde los mártires de Tuol Sleng no están ausentes, dado que formaban parte de sus familias. Mundo negro, mundo de sacrificados, pero, hasta la evidencia, mundo de espíritus desestructurados, de referencias imprecisas, de heridas profundas en el interior de las almas. No puede ser de otro modo cuando se sabe que por lo menos una cuarta parte del vocabulario khmer desapareció con Pol Pot.
Aun si nos remiten a nuestra propia impotencia, estas imágenes nos vuelven sensibles ante la situación y nos implican en el cuestionamiento sobre la desesperante capacidad del hombre para destruirse, simplemente porque proporcionan un apoyo a lo que no es visible y es casi indecible, aunque nunca hay que dejar de decirlo y testimoniarlo.
Christian Caujolle, director de la agencia VU
Traducción: Verónica Volkow.