Como en otros ámbitos, los temas centrales de la discusión económica plantean visiones del futuro del país que son debatibles. La privatización de la industria eléctrica y la dolarización de la economía son propuestas consistentes con el modelo económico que se ha venido aplicando desde hace 16 años en México y que hace poco más de 20 se empezó a generalizar en el mundo entero, a partir de los ejemplos de Tatcher y Reagan.
Al principio, de manera implícita, poco a poco se fue haciendo explícito el ''proyecto nacional'' de los neoliberales, a través del conjunto de medidas económicas impulsadas sucesivamente por las administraciones de De la Madrid, Salinas y Zedillo. Los dos grandes temas en el periodo 1982-88 fueron la reducción del déficit financiero y el redimensionamiento del sector paraestatal; el sexenio siguiente, el TLC, la venta de las grandes empresas estatales (Telmex, Mexicana y Aeroméxico, los bancos) y la desregulación económica; con Zedillo, la puesta en venta de la petroquímica, la energía eléctrica y la recuperación de los ''errores de diciembre''. En suma, retiro estatal de la industria, la banca y los servicios estratégicos; reestructuración del aparato legal para adecuarlo al imperio del mercado; eliminación del déficit fiscal para ampliar el acceso privado al crédito; liberalización comercial y liberalización financiera.
El proyecto nacional de los neoliberales consiste en la inserción eficiente a la globalidad, en aprovechar las ''ventajas competitivas'' (como la mano de obra barata), elevar la competitividad del aparato económico y en el predominio de la lógica del consumidor, a costa de la del productor. Para los neoliberales, el concepto de soberanía debería eliminarse, o entenderse con la estrechez de Téllez, por ello han propuesto a la nación privatizar la industria eléctrica, como un elemento más de su proyecto económico, al que indudablemente seguirá la modificación de las condiciones para permitir la participación privada mayoritaria en la petroquímica y luego, por supuesto, la privatización del petróleo. Este es el paso siguiente, consistente con la manera como razonan y como entienden el futuro nacional, con un gobierno que formule una política económica pasiva, sin instrumentos para actuar y evitar las distorsiones que producirá el mercado.
Uno de los vicegobernadores de Banco de México, en un artículo dedicado a discutir la pertinencia a finales del siglo XX de buscar un proyecto nacional, advirtió que ''...el único proyecto atendible para cada uno de nosotros es el personal'', ''...la búsqueda de un 'proyecto nacional' debe abandonarse por un esfuerzo mucho más modesto y promisorio: reformar las normas... de manera que generen los incentivos 'correctos'...'' (E. Elizondo, Reforma, 16/III/99, sección Negocios, página 7A).
En la misma lógica se inscribe la propuesta de los grandes empresarios de dolarizar la economía. Es una secuela del proyecto de inserción a América del Norte y también es una secuela de una política monetaria dedicada exclusivamente al objetivo de la estabilidad. El Banco de México ha proclamado desde hace 20 años, aunque con mayor énfasis desde que es autónomo, que su propósito único es el control de la inflación, abandonando los objetivos ligados al crecimiento de la producción y el empleo.
Sin embargo, para los tecnócratas en el poder el momento no era éste; había que lograr antes otros objetivos como privatizar la electricidad y el petróleo. Pero, además, el razonamiento para sostener la propuesta de dolarizar hubiera sido otro, ligado precisamente a la evolución lógica de su modelo, a las complicaciones de los flujos financieros internacionales, al desafío que propone la ruptura del consenso de Washington; lo hubiera planteado, además, el próximo neoliberal en el mando presidencial, si esto llegase a ocurrir.
Pero, resulta que el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios lo propone directamente al Ejecutivo, modificando el formato de una reunión diseñada para elogiar el régimen cambiario. Se convierte, por ello, en una crítica a esta política y una muestra de desconfianza a la consistencia y capacidad de quienes operan la política cambiaria y monetaria, es decir, Gurría y Ortiz. Así, para estos empresarios que comparten el proyecto neoliberal, se requiere que lo manejen otros que no se vean ''contaminados'' por la política; les inquieta, que se repitan los ''errores de diciembre'' y ni Ortiz ni Gurría les resultan confiables. De este modo, el madruguete de estos empresarios revela una situación en la que la incertidumbre no sólo proviene del entorno internacional, sino de la discrecionalidad de las autoridades monetarias, casualmente priístas todas. Por ello, después del Fobaproa y del desorbitante uso de recursos públicos para realizar el fraude en Guerrero, Ƒqué harán en el 2000 para apoyar a sus candidatos? La inquietud empresarial resulta, ciertamente, justificada.