El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas ha dicho que está listo para emprender un asedio más a la Presidencia de la República. Y si lo dice es porque sin duda lo quiere, lo ha meditado y ya auscultó las fuerzas a su disposición. Muchos, quizá la inmensa mayoría de sus correligionarios del PRD, le han manifestado, según afirma, su agrado porque acepte el reto y su decisión de respaldarlo en la aventura. Ello le proporcionará una sólida plataforma de talento al tiempo que le asegura una buena cantidad de votos para solidificar sus chances, que ya son vastos, para encabezar la previa selección entre los militantes de su partido.
Pero no la tendrá igual de garantizada si tal proceso se abre a la población que decida acudir a las urnas de manera voluntaria como ya es costumbre en el PRD. Menos aún si en la disputa hay otros candidatos que emergieran de una propuesta alianza entre los partidos de la llamada izquierda. Pero, y a pesar de las naturales vicisitudes inherentes a una consulta abierta a la sociedad, es posible que el ingeniero saliera avante en tal contienda.
Hay, sin embargo, otro obstáculo que pasar para rellenar sus ambiciones: el juicio colectivo sobre su desempeño al frente del gobierno del Distrito Federal. Y aquí sí la respuesta, hasta el presente día, queda en el aire. Y el aire es, bien que se sabe por ahí, una inasible oquedad. Desde que optó por entrar a la competencia por la apreciada jefatura, Cárdenas sabía que las discrepancias que surgirían entre la función pública y los requerimientos de una candidatura eran mayúsculas. La disyuntiva se ofreció enfrentarla cuando la ciudadanía palpara, en todos sus pormenores y honduras, la calidad de su liderazgo y la habilidad para administrar una ciudad tan compleja. Esa balanza de resultados no podrá esquivarse pues potenciaría las debilidades ya de por sí vastas de su persona, la inexperiencia de su equipo y la capacidad de su entorno, y de él mismo, para proponer una atrayente y moderno horizonte político, tal y como lo mostró en su campaña por el puesto que ahora ocupa y en el transcurso de su corto desempeño.
Pero ahora el jefe de Gobierno dice que no precisa de tal evaluación sino únicamente de estar preparado para un inminente recambio o substitución de su puesto que asegure la continuidad de los programas por él iniciados. Entre una actitud y la otra hay un mundo de distinciones que, de sobarlas por el lado equivocado, bien podrán conducir a los entusiastas seguidores del ingeniero, y con él a toda esa izquierda naciente, a una indeseada pero factible derrota. Pero aún bajo tan extremas condicionantes enumeradas es de nuevo pensable que, a pesar de no contar con una clara aprobación de la calidad y eficacia de su administración, los defeños, y con ellos suficientes mexicanos adicionales, estén decididos a respaldar, una vez más y hasta con similar voluntad a la mostrada en el 97, la aventura que, ya no se duda a estas alturas, emprenderá el ingeniero Cárdenas contra viento y marea. Pero tiene también que aceptarse la realidad de un amplio, amplísimo margen para la duda que, al sopesarse con honestidad y con un criterio adicional de eficacia concreta, pueda introducir la mesura y paciencia para visualizar dicha emergencia dentro de un panorama de más amplios intereses que los personales, grupales o partidarios.
De manera paralela abría que admitir que, en una de éstas, la lectura que hacen los apoyadores de Cárdenas acerca de la paciencia, el aprendizaje, la memoria y las intenciones de los votantes capitalinos sobre las bondades de su administración, esté orientada por el buen camino y se otorgue un renovado espaldarazo para que Cárdenas emprenda el vuelo siguiente sin haber empollado el nido.
Aquéllos que empujarán a Cárdenas para que emprenda su peregrinar deberán aquilatar varias impugnaciones que ya se pueden delinear. La cortedad de los programas concretos que fueron propuestos para el DF; la ausencia de planes de aliento e imaginarios atractivos para copar con los retos de la gran ciudad de México; la desatada y no controlada lucha de facciones; la insistencia en mantener designaciones que vienen mostrando ineptitudes evidentes; los huecos, las medianías y hasta errores en aspectos clave de su administración y que solicitan a gritos acciones palpables durante este año y el siguiente, son apenas unas cuantas de esas inquietudes a la manera de cerrojos que no se han eliminado con acciones claras y comprobables. El contraste entre hechos y aquellas promesas lanzadas con el desparpajo y el ardor de una campaña, pero grávidas y disolventes a la hora de la rendición de cuentas, no ha tenido lugar ni redondeo. Todo ello conforma un pulular de incógnitas que flotan en pos de una formulación previa al lanzamiento pero que se apalancan delante del futuro elector. La contienda será sin duda cruel y sin ventajas para nadie. Los demás contendientes tienen también sus cortedades, flaquezas, candados o errores. La crítica hacia sus conductas, personas, equipo, experiencia y planteamientos, debe ser y será inmisericorde.