Irrefrenables impresiones me causaron las siete iniciales películas que integran el vasto cuerpo de celuloide de la 33 Muestra Internacional de Cine que ilumina 72 salas, entre otras, las ubicadas en la Cineteca Nacional y en el Centro Cultural Universitario.
Una, primera, hace referencia a la que me causó la cinta de Roberto Benigni (Misericordia, Arezzo, Italia, 1952), La vida es bella, 1998 y que bien podría plantearse así, más allá de los premios que recibió el filme en Cannes, Toronto, Vancouver, Montreal, Los Angeles, Berlín:
''No, no, no puede recrearse visual y verbalmente uno los hechos más sanguinarios de la historia universal (léase holocausto) mediante una simple, curiosa, humorística fábula como si de un juego de niños se tratara, špor favor!... Entonces la próxima versión cinematográfica del holocausto quedará en manos de cómicos y de moneros, šinadmisible!..."
La segunda impresión, también irrefrenable, me ocurrió mientras contemplaba la sórdida, árida, lenta y desesperante Pasión, de György Feher (Budapest, 1939). Pulsión en blanco y negro que debo transcribir por medio de la siguiente interrogación: Ƒpor qué me estremeció esa relación sentimental al viejo estilo novelístico de James Cain (The Postman Always Rings Twice) si los protagonistas siempre están dándonos las espaldas y sumergidos en la oscuridad, si su vestuario y su manquillaje es deplorable, si las locaciones que fatigan son sucias (interior) y enlodadas (exterior), si sus trajines emocionales nunca son encuadrados aceptablemente por la cámara? Entonces, Ƒpor qué me estremecí? ƑAcaso, porque el sexo y la muerte están siempre presentes en la pantalla?
Quizá las terribles escenas ocurridas en Sarajevo, espacio fatigado en un incesante ir y venir por la madre de Bébé, y la búsqueda de la mujer supuestamente violada por su hijo, el galán negro del mismo nombre, son las causantes de la irrefrenable impresión que me predujo Un lugar en el corazón, de Robert Guédiguian (Marsella, 1953).
Y escribí ''quizá" por la simple razón de que existieron otras, por ejemplo, la solidaridad, más acá del alcoholismo, de los padres de los protagonistas, capaces de enfrentar el racismo de tonos fascistoides de un policía galo, cuya mirada tan azul parece blanca.
La siguiente impresión nació al contemplar en la pantalla a un avión que trazaba con humo sobre un cielo absolutamente prístino la palabra ''šhelp!" con la cual el clasificado cineasta Woody Allen (Nueva York, 1935) presenta a los espectadores su discurso cinemático El poder del éxito, a propósito de una sociedad que alienta en la atmósfera contaminada del desconcierto existencial. Nunca olvidaré aquel grito humeante y desesperado, tampoco el sexo oral que practican las protagonistas utilizando sendos plátanos de cáscaras amarillentas. Entonces, y por irrefrenable extensión, Ƒel fellatio viene a ser para el realizador la nueva preocupación política y moral que agita a Estados Unidos?
Acerquémonos a Tango, filme dancístico-musical articulado con innegable sabiduría coreográfica y sentimental por Carlos Saura (Huesca, 1932) y fotografiado magistralmente por Vittorio Storaro (premio de fotografía en Cannes 1998).
Trabajo, este de Storaro, de perfectos matices lumínicos capaces de conducirnos a desentrañar aquella frase del mismísimo Saura que dice: ''...porque estar solo es maravilloso; hasta que no lo puedes soportar".
En ese momento irrefrenable lo único que resta son las piruetas tanguistas encuadradas por Storaro, Ƒqué no?
Los amantes del círculo polar, cuarto filme de Julio Medem (San Sebastián, 1958) que obtuvo dos Goya por su música original y montaje, me impresionó de manera irrefrenable por el manejo altamente circulante del pasado (flash-back) el futuro (flash-forward) y la imaginación. Por la manipulación del azar, Ƒo sería mejor decir de lo inesperado?
Por la intransigente velocidad con que se suceden escenas y secuencias que recrean diversos espacios de nuestro planeta otrora azul, y hoy ųde acuerdo con Medemų ''rojo-anaranjado". Por Ana y Otto, dos nombres capicúas y un solo amor imposible.
Y para culminar este enlistado de las irrefrenables impresiones que me produjeron las iniciales cintas de la Muestra 33, una última impresión, de agresivas tonalidades, que bien puede concretarse en una simple interrogación: Ƒpor qué exhibir a un público de escasísima información histórica sobre la Inglaterra del siglo XIX, una película como Su majestad: la sra. Brown, que plantea la grave situación ideológica que vivió en ese tiempo la reina Victoria y que evidentemente sólo interesa a ciertos grupos anglosajones?
Quiero decir que ''...la Sra. Brown" no articula una problemática universal con capacidad para conmover ni a propios ni a extraños.