Ahora que el enérgico ministro de finanzas alemán, Oskar Lafontaine, renunció a su cargo, las tareas de gobierno del canciller Gerhard Schröeder tal vez se simplifiquen; al mismo tiempo, es posible que el gobierno de su mismo partido se haga más difícil. Recordemos números y acontecimientos previos: 16 años de un gobierno conservador bajo Helmuth Kohl que, sin embargo, mantuvo la estructura fundamental de la seguridad social: pensiones, seguro de desempleo, etcétera. Desde fines de 1995 Oskar Lafontaine guía la socialdemocracia alemana (la SPD) a la difícil tarea de recuperar el gobierno del país, lo que finalmente lo llevaría a la cancillería en septiembre del año pasado.
Sin embargo, la SPD llega al gobierno en un momento complicado de la economía y la sociedad alemanas. La tarea fundamental consiste en abatir una tasa de desempleo que sigue apenas por debajo del 11 por ciento, lo que significa la cifra gigantesca de cuatro millones de hombres y mujeres en la calle. Paralelamente, existe un abanico de problemas con distintos grados de dificultad: la recesión económica, que en el último trimestre ha producido un retroceso en la producción industrial en el orden de 7-8 por ciento; un déficit fiscal superior al 2 por ciento del PIB, que, sin ser grave, es preocupante para una economía tan abierta al comercio internacional; el tema de las 19 centrales atómicas que los verdes ųaliados del actual gobiernoų quisieran cerrar, y, para completar, el debatido tema de la reforma fiscal.
Oskar Lafontaine, máximo representante del sector reformista y keynesiano de la SPD, pasó los primeros cinco meses del nuevo gobierno tratando de pensar e instrumentar medidas que pudieran permitir un retroceso del desempleo alemán. Sus principales iniciativas consistieron en introducir un presupuesto público para 1999, que incrementaba el gasto público en cerca de 7 por ciento; apoyar una reforma fiscal que reduciría la carga sobre los sectores de bajos ingresos, e incrementar los impuestos a la industria energética. En el frente externo, Lafontaine fue una figura incómoda por su insistencia en dos propuestas que no obtuvieron apoyo en los círculos europeos de Bruselas: la reducción de la tasa de interés del euro para relanzar inversiones, consumos y empleo, y una propuesta de coordinación de las políticas fiscales para evitar una carrera intraeuropea a la reducción de los impuestos.
Ningún asombro, entonces, que en los días posteriores a la renuncia del poderoso ministro de finanzas alemán, tanto el euro como la bolsa de Francfort registraran importantes repuntes. Los conservadores europeos y los empresarios e inversionistas alemanes mostraron claras señas de agrado por la salida de escena de un hombre político que podría haber presionado a Schröeder y a Europa hacia una política de inspiración reformadora. Lafontaine ha sido castigado por una Europa que, dominada por la socialdemocracia, aún no define una estrategia socialdemócrata, y por los círculos financieros y empresariales alemanes que, según libreto antiguo, están más preocupados por la inflación que por el desempleo.
Y ahora, para evitar arriesgados vacíos políticos, el canciller Schröeder decidió asumir la presidencia de la SPD. Este es el único caso, excluyendo a Willy Brandt, en la historia de la socialdemocracia alemana. ƑCuál es el problema? En realidad, los problemas son esencialmente dos. El primero es que, después del largo dominio conservador, los electores alemanes esperan que el nuevo gobierno muestre una iniciativa reformadora que hasta ahora no viene y que la renuncia de Lafontaine amenaza matar en la cuna. El segundo es que la SPD es un partido en busca de una identidad que no termina de cuajar. De una parte hay un sector de izquierda en el cual es especialmente fuerte la voz de los sindicatos, las organizaciones juveniles y los desempleados. Un sector que exige la conservación de la seguridad social y una política de estimulación de la economía a través de la demanda. Pero del otro lado hay una Neue Mitte, un nuevo centro, del cual Schröeder es la figura más importante, temeroso de iniciativas políticas que puedan alterar en algún sentido profundo el funcionamiento de la economía alemana.
La izquierda socialdemocrática ha sido derrotada y es evidente la voluntad del canciller de ejercer un control más firme sobre su propio partido. Una tarea no fácil. En la SPD hay un estrato duro de antipatía, o por lo menos de escasa confianza, hacia el actual canciller. Para medir el clima en el partido habrá que esperar el congreso extraordinario del 12 de abril y, sobre todo, el congreso ordinario previsto para diciembre de este año. Y no se tratará solamente de ratificar una maniobra de poder, sino de definir señales que permitan a los alemanes entender las grandes opciones de uno de los mayores partidos progresistas europeos y su capacidad para definir puntos más altos de equilibrio entre economía y necesidades sociales.