En las últimas semanas las autoridades cubanas han adoptado medidas represivas contra la oposición tolerada dentro de la isla. El parlamento promulgó una ley que pena la colaboración de ciudadanos cubanos con los objetivos desestabilizadores del gobierno de Estados Unidos y, en particular, con la ley Helms-Burton, incluso si es mediante la publicación de artículos en la prensa extranjera; la fiscalía pide penas de hasta seis años de prisión contra cuatro integrantes del denominado Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna y paralelamente las fuerzas de seguridad detuvieron durante dos o tres días a varias decenas de activistas para impedir su asistencia a las sesiones del tribunal que los juzgaba.
Cualquier calificación de estos hechos que obvie, o no valore en sus implicaciones para la seguridad interna, el virtual estado de guerra no declarada contra la isla que mantiene desde hace 40 años el poderoso vecino, corre el riesgo de ser injusta e inexacta.
La administración Clinton hizo abrigar en algunos momentos la esperanza de que pudiera iniciarse una verdadera distensión y, sobre todo, un diálogo constructivo entre Washington y La Habana, pero las últimas decisiones hacia Cuba retornaron al rumbo burdamente injerencista y de desprecio a su soberanía nacional. Pudo más el interés en los votos de Florida que una propuesta de revisión de las sanciones y reconsideración integral de la actitud con la isla, formulada nada menos que por Henry Kissinger y 21 senadores, en su mayoría republicanos conservadores.
En este contexto resulta explicable que el sentimiento de orgullo patriótico herido conduzca a exabruptos y excesos. Lo que está en juego es la existencia misma de la nación. Sin embargo, no hay razones para pensar en una escalada represiva contra la oposición tolerada si Estados Unidos atiende el mensaje que le están mandando para que aquella no rebase ciertos límites.
Por otra parte la economía no acaba de experimentar una reactivación decisiva y ello hace pensar en la necesidad impostergable de continuar las reformas en ese campo. Pero las reformas estimulan no sólo el crecimiento, también el egoísmo y las prácticas delictivas y cierto ambiente de relajamiento social, como ya se ha visto. La batida y desmantelamiento en los últimos meses de las redes delincuenciales y el reciente endurecimiento de las sanciones del código penal constituirían ųjunto a meter a la oposición en cinturaų una cura en salud antes de proseguir con las reformas.
No se trata de extender un cheque en blanco al régimen de La Habana para que haga y deshaga a su antojo. En estas mismas páginas he expresado mi opinión de que Cuba debiera deslindarse claramente del llamado socialismo real y despojar ųmediante un ejercicio de consulta democráticaų su proyecto emancipador de las influencias políticas, ideológicas e institucionales que recibiera de aquél, así como de sus vicios endógenos. Con una consulta sistemática a las masas pudiera haberse creado ya un consenso nacional más robusto y esclarecido sobre las vías para rebasar la situación actual y acaso restado argumentos a los adversarios. Pero estos son problemas cubanos y es en Cuba ųsin presiones ni injerencias externasų donde debe decirse la última palabra sobre ellos.
Justamente lo que hace que la oposición carezca de crédito y hasta de interés entre la población de la isla es su incapacidad de articular un programa que se haga eco de sus auténticas aspiraciones y sentimientos. Y esto es así porque es una fuerza animada y en gran medida fabricada desde afuera. Nunca ha sido capaz tampoco de formular sus propuestas desde la única perspectiva políticamente viable en Cuba hoy. Una que prescinda de todo entendimiento y cooperación con la contumaz política estadunidense de acoso y agresión y reconozca el carácter históricamente popular y justiciero de la revolución. Y es que desde el siglo XIX está muy claro en el pensamiento cubano ųdel que Martí es la cumbre más alta y lúcidaų que la esencia del proyecto nacional es la justicia social, la independencia y autodeterminación frente a los designios hegemonistas del coloso del norte.
La ya larguísima y costosa resistencia que hacen mis compatriotas en la isla por su independencia, frente a la prepotencia insolente del más grande poder de la historia, será reivindicada algún día como una de las pruebas más conmovedoras de dignidad y coraje del siglo XX.
Tengo la esperanza de que los hombres y mujeres libres de este mundo comiencen pronto a hacer algo más efectivo por impedir que esta flagrante injusticia se adentre en el siglo XXI.
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