ASTILLERO Ť Julio Hernández López
El virtual empate técnico de dos aspirantes a presidir el comité nacional del PRD, y el ácido enfrentamiento entre los dos candidatos a la directiva del Distrito Federal, colocan a ese partido en una situación bastante complicada que, para destrabarse y convertirse en algo positivo y no negativo, requiere imaginación política y generosidad de los cuatro principales contendientes.
Recuentos de votos e irregularidades
El escenario en el que se movían hasta anoche Jesús Ortega y Amalia García mostraba una mínima diferencia de votos entre ambos punteros y, por otra parte, una larga lista de irregularidades que llevaron a los partidarios de ambos candidatos a intercambiar acusaciones graves, y en algunos casos hasta golpes e insultos.
En esa misma franja de beligerancia incontenida están instalados Carlos Imaz, declarado ganador de la contienda capitalina, y Dolores Padierna, la diputada federal que ha dicho que el proceso electoral del Distrito Federal es una verdadera "vergüenza".
Así fuese un voto de diferencia
Una primera posibilidad en la contienda de índole nacional, de cara a esa difícil situación, sería la de cumplir en sus términos exactos los resultados oficiales de la votación interna.
Difícilmente podría un partido exigir hacia fuera respeto a los procesos electorales si no fuese capaz de hacer valer su propia normatividad en los comicios organizados por sí mismo. Mal estaría un partido que pidiese riguroso reconocimiento a sus victorias frente a otros institutos políticos si no fuese a su vez capaz de darle el liderazgo a quien ganase, así fuese por décimas en el recuento de sufragios.
Pero justamente en esa hipótesis (la de entregar el liderazgo nacional a quien gane, así sea por un voto de diferencia) están concentradas las contradicciones y los problemas sustanciales del perredismo: nadie puede asegurar que los sufragios recibidos en la votación interna hayan sido emitidos con limpieza real y contados con precisión verdadera.
El sistema interno
Al PRD se le ha caído el sistema interno, pero no hoy, no ayer, sino a lo largo de su joven historia. Construido con la prisa necesaria para que no decayeran los ánimos democratizadores expresados en las elecciones de 1988, y desarrollado luego con el objetivo prioritario de crecer y convertirse en una opción real de poder, el PRD es hoy una federación de partidos locales y regionales, de corrientes internas, de grupos, facciones y personajes.
Pero, a pesar de su impresionante crecimiento y la consecución de importantes posiciones políticas, el PRD todavía no es un partido plenamente consolidado. En aras de demoler a como dé lugar el aparato PRI-gobierno, la estrategia perredista ha ido recogiendo por el camino disidencias, fuesen genuinas o convenencieras, para convertirlas a veces en candidaturas a puestos de elección popular y a veces en cargos directivos.
En cualquier circunstancia, la estructura perredista ha ido incorporando fuerzas disímbolas, con frecuencia abiertamente contrarias a sus propósitos fundacionales, que hoy, en el importantísimo relevo de líder nacional, en la víspera de la definición histórica del 2000, han peleado con todo, unas veces con marrullerías heredadas del lado oscuro del priísmo, otras con las propias tretas orgullosamente desarrolladas en el flanco opositor.
Por todo ello, sería muy difícil ųy podría sembrar la semilla de la divisiónų pretender asumir con rigor drástico los resultados que en el plano nacional arrojase el cómputo de la elección interna del pasado domingo.
Hubo, ha habido, suficientes irregularidades, dudas e impugnaciones como para pretender que el recuento de votos sea, en sí mismo, la única regla aplicable para que en lo nacional y en lo capitalino los triunfadores puedan adoptar actitudes excluyentes ante las corrientes o grupos perdedores en cerradas finales o en muy impugnados procesos.
El repunte de Amalia
Amalia García, a quien ayer los recuentos oficiales de votos la mostraban rezagada por unos cuantos puntos porcentuales de diferencia, habría remontado (de consolidarse las tendencias a su favor) las apariencias e indicios que presentaban a Jesús Ortega como el principal beneficiario de la estructura interna perredista que, según parecía, estaría orientada hacia el apoyo al aguascalentense.
La senadora García requeriría, si fuese confirmado su espectacular repunte, de las muy bien demostradas habilidades políticas de concertación, tolerancia e inclusión para poder convertirse en la gran dirigente que el perredismo necesita rumbo al 2000.
Imaz, impugnado acremente, enfrentado con una estructura de gran poder de movilización y de acción política, tampoco ayudará bien a la causa de su partido si pretende pasar del enfrentamiento electoral al exterminio del adversario.
Y lo más importante sería, desde luego, que unos y otros, Amalia y Jesús, Carlos y Dolores, fuesen capaces de comenzar a construir el partido verdadero que la transición democrática reclama. Un partido pragmático y eficaz, sí, pero también apegado a, y celosamente defensor de, sus principios y su programa. De esa manera, el PRD podría ayudar de verdad a las tareas políticas que México necesita.
Hostigamiento, acoso, represión
Ciertamente, el Estado mexicano está obligado a cumplir con algunas normas mínimas de información y seguridad nacional que le son consustanciales. Todos los Estados del mundo, democráticos o autoritarios, de izquierda, centro o derecha, realizan tales tareas.
En México, sin embargo, la seguridad nacional ha sido convertida en una actividad menor ųejecutada por orejas, sustentada en recortes de periódicosų, cuya ineficacia fue demostrada, por ejemplo, el primero de enero de 1994, cuando estalló la rebelión zapatista en Chiapas sin que los órganos del Estado mexicano lo advirtieran o previnieran.
Uno de los rasgos pervertidos de la seguridad nacional mexicana es que se confunde inteligencia con fuerza y prevención con represión. Véase si no el caso de los delegados zapatistas que recorren el país en el contexto de una consulta nacional: son acosados, hostigados, amenazados, como si de su mero activismo pendiese la solución del problema total. En algunos lugares han sido encañonados, en otros presentados intencionalmente en los medios de comunicación influidos por el oficialismo como personajes siniestros.
El problema no son los delegados. Ni la consulta. El problema es Chiapas, la miseria, la injusticia. Y la persistente y enfermiza actitud gubernamental de negar la realidad y pretender borrar, exterminar, el juicio de la historia.
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