Un monopolio clave en el atraso de México está por romperse. Es el monopolio para determinar y manipular los tiempos. Todos los tiempos: desde los cacareados ``tiempos políticos'' sólo discernibles por la casta política profesional, hasta los tiempos culturales e históricos, e inclusive los tiempos de reír o de llorar; de avanzar o de retroceder.
Ese monopolio es tan pernicioso que, ahora mismo, casi nadie mira más que el reloj electoral. Casi nadie habla más que de sucesiones adelantadas, de candidatos o precandidatos, y de coaliciones más o menos prematuras. Todo lo demás puede seguir esperando. Y eso vale para los problemas reales del país, para las organizaciones simplemente civiles (es decir, apenas en la infancia), para los sujetos anclados en la premodernidad (indígenas por delante). Y vale incluso para nuevos actores que, aun confesando su vocación política, son minimizados, ya sea por no querer convertirse en un partido político, o bien por haber mostrado una capacidad excesiva para renovar a la política misma y estremecer al país (EZLN por ahora).
Lo cierto es que el país no avanza mayormente bajo el reloj de la vieja y monopolista casta de los políticos profesionales. De hecho, muchas veces parece un reloj con sus manecillas moviéndose hacia atrás. Tal vez no sea necesario echar a la basura ese reloj, pero sí renovarlo para que aprenda a marcar y a sincronizarse con los muchos otros tiempos que mueven a México.
Una gran oportunidad puede encontrarse en la propia fiebre electoral del 2000. Mas primero habría que reconocerla como una fiebre muy ``adelantada'' conforme al reloj monopólico, pero muy atrasada frente al nuevo tiempo requerido: tan diverso como democrático y del todo ajeno a los monopolios. De acuerdo con este otro tiempo, ya va siendo hora de una nueva política. Una donde hablen todos y no sólo los de siempre. Una en la que las promesas y los compromisos sólo se hagan para cumplirse. Y una en la cual comiencen por cumplirse las deudas con los primeros habitantes de este país.
De ahí la necesidad de que las consultas a la sociedad se vuelvan la norma y no la excepción en la vida de México. Cada vez son menos los dispuestos a ajustarse al reloj electoral. Seis años, ya resulta un tiempo insoportablemente largo para atender en serio los problemas del país. Máxime cuando las autoridades elegidas conforme al tiempo de las urnas siguen usando su elección cual Olimpo de los Elegidos que luego ya ni siquiera desean hablar con su electorado.
Y de ahí la singular importancia de la consulta del próximo 21 de marzo sobre los derechos de los pueblos indios y sobre la guerra con que se busca su exterminio aunque pacífico (sin mucho ruido ni borlote). Esa consulta tiene una importancia especial, en primer lugar porque ofrece la oportunidad de frenar la guerra y reconstruir a México de acuerdo con los tiempos de la igualdad en la diversidad, de la justicia en la libertad y de la historia en el futuro. Pero, además, dicha consulta podría terminar de abrir cauce a una nueva cultura política. Una que convierta en costumbre, y en valor muy preciado, la comunicación permanente y las decisiones conjuntas entre gobernados y gobernantes.
La consulta zapatista también ayudará a afinar el reloj electoral en su horario hoy más debatido: ¿coaliciones o no? El tiempo oficial vence a fines de este año, lo que a unos parece suficiente y a otros no. Pero otra cosa marca el tiempo de la verdadera democracia: coalición hasta que se sustente en un programa ciudadano; un programa desde y para la propia sociedad. ¿Cómo lograrlo? Con más y más consultas en verdad movilizadoras, como la del próximo 21 de marzo. De otra manera, la coalición resultará frágil y hasta contraproducente. Según creemos, a la sociedad no le interesa tanto quién gobernará en el 2000, sino cómo garantizar que ahora sí se gobierne en su beneficio.
Es hora, pues, de que el tiempo politiquero abra paso al tiempo de la política ciudadana. Es hora de que la democracia electorera sea contrarrestada con la democracia cotidiana y desde abajo. Es tiempo de una democracia de consultas, más que de urnas y artificios electorales. Y más de resultados que de promesas.