Carlos Martínez García
Elogio de la UNAM

``A las aulas de la UNAM, donde he pasado muchos de los mejores ratos de mi vida'', escribió Federico Reyes Heroles en la dedicatoria de Conocer y Decidir, su libro más reciente. Hago mío ese sentir, y a las aulas adiciono los espacios pedagógicos de la universidad, donde he tenido hermosos descubrimientos: a los teatros, cineclubes, jardines, en los que junto con otro(a)s tuve largas conversaciones; a los auditorios, testigos de interminables asambleas, explanadas que dieron cabida a multitudinarios mítines, bibliotecas, museos y tantos otros lugares donde no me dieron crédito académico alguno, pero en los que experimenté por vez primera la pasión del conocimiento.

Como miles de unamitas, en mi familia no había antecedentes de escolaridad más allá de la primaria. Distintas circunstancias posibilitaron que el autor de estas líneas accediera del bachillerato a la UNAM. Fue necesario esforzarse para, más o menos, empezar a disminuir la brecha entre quienes, como yo, carecíamos de apoyos para enfrentar el nuevo ciclo, y aquéllos procedentes de contextos en los que contaban con más recursos económicos y culturales (acceso desde la infancia a libros, otros idiomas, etcétera). Poco a poco se fue incubando en mí, por el contagio de algunos profesores y el ejemplo de un querido grupo de amigos, lo que considero es la mejor herencia de la hoy acosada Universidad Nacional: el inmenso placer de leer, el hábito de sopesar las ideas, aprender a dar razón de mis creencias, comprender el significado de la diversidad y la tolerancia, entender las causas de la trágica desigualdad en el país y el compromiso para hacer de la nuestra una sociedad más justa. Todo esto puede englobarse en una expresión que ha caído en desuso: tener una conciencia crítica.

Pienso que muchos de los embates que desde el poder político y empresarial se han lanzado contra la UNAM en las últimas dos décadas, por no citar el feroz ataque de Díaz Ordaz en 1968, tienen explicación en el hecho de que nuestra universidad ha sido un bastión contra los autoritarismos gubernamentales y contra la pretensión de los inversionistas de convertirla en una mera maquiladora de conocimientos útiles para un proceso productivo dependiente de grandes transnacionales. Unos, los gobernantes, han deseado que la UNAM sea una institución dócil y caja de resonancia de sus pirotécnicos planes. Otros, los empresarios, exigen a la universidad que se vincule más a las necesidades reales de sus fábricas, pero su inversión en investigación científica y tecnológica es de las más bajas en naciones de desarrollo similar al nuestro. Ante estas pretensiones, urge revitalizar la esencia de la universidad, que es, me parece, enseñar a pensar los problemas y sus soluciones en un sentido pascaliano; con el cerebro, el corazón y la voluntad, según nos lo recordó Pablo González Casanova a principios de los noventa. En la defensa de un proyecto intelectual de esta naturaleza los últimos rectores, desde Guillermo Soberón, han relegado su papel de liderazgo, debilitando con ello a la institución educativa. El plan Barnés sigue, por desgracia, la misma línea.

Mientras otros centros de enseñanza superior, mayormente privados y jactanciosos de su excelencia académica, se sumaron gozosos a la modernización salinista y denostaron a los que llamaban populistas por negarse a reconocer que no había otro camino que el bautizado por Carlos Salinas como liberalismo social, en la UNAM un amplio sector de estudiantes, profesores e investigadores señalaron las barbaridades del salinato en pleno auge de éste. Mientras el hoy autoexiliado en Dublin y La Habana se paseaba orgulloso por universidades nacionales y extranjeras, la Universidad Nacional le estuvo vedada por voluntad de la aguerrida comunidad estudiantil y académica. ¿No sería motivo suficiente esa rendición ante el becerro de oro, por parte de los centros de excelencia, para poner en duda el tipo de formación que están dando a sus alumnos?

Los aportes de la UNAM a la transición democrática del país no han sido aquilatados en todo lo que valen. Fue en los vitales espacios de nuestra universidad donde se fue gestando una nueva ciudadanía. Una que empezó a entender que la democracia es cuestión de elecciones limpias, pero también de un ejercicio transparente del poder en todos los órdenes de la vida social. Mantenerse por mucho tiempo como una zona de libertad ha sido una de las contribuciones mayores que permanentemente ha hecho la UNAM a la nación mexicana. En las aulas y demás espacios pedagógicos, tantos y tantos aprendimos que el conocimiento conlleva responsabilidad social. Por todo lo que este proceso de aprendizaje significó y significa, hay que preservar y potenciar a nuestra Universidad Nacional.