En su tiempo, Confucio (552-479 a.C.) creyó seriamente que si un Caballero (Chün-tzu) tomaba el poder político, al que virtualmente estaba destinado, se detendría el derrumbe de la dinastía Chou, porque en su calidad de portador de la virtud (jen), que el Cielo le otorgara, estaría en posibilidad de irradiar la virtud al pueblo y convertirlo en partícipe de la benevolencia, rectitud y propiedad en la conducta connotadas, estas cualidades, en la dignidad real. Se advierte que en el pensamiento confuciano el emperador es el Hijo del Cielo; es decir, de la suprema divinidad. De esta manera sería posible convertir a la sociedad en la comunidad feliz llamada Gran Comunidad en el Li Chi, uno de los libros clásicos estudiados en la Escuela confuciana. En la Gran Comunidad todos los hombres tendrían lo necesario, gozarían de bienestar, tranquilidad y paz, se ayudarían los unos a los otros y recibirían del emperador la permanente ilustración de su sabiduría.
Pero la idea de Confucio implicaba una pregunta ineludible: ¿Cuál sería el contenido práctico del gobierno en manos del Hijo del Cielo? La respuesta fue dada muchos años después por el más importante discípulo de Confucio, Mencius, durante la época en que fundó su enseñanza, quizá después del 392 a.C. En el Libro de Mencius se afirma que el gobierno benevolente tiene el deber central de crear las condiciones que aseguren educación y alimentación al pueblo; no hacerlo hace al gobierno merecedor de graves castigos que impondrá el Padre Celestial por desacatar la voluntad divina.
En la antigua filosofía política de China no hay una explicación racional de las causas que generan o degeneran al supuesto gobierno benevolente, salvo la teológica expuesta por el Duque Chou después de la derrota de la dinastía Shang, en 1030 a.C. El emperador que viola la virtud que le otorgó el Cielo a través del mandato que lo consagró, pierde este mandato y debe ser sustituido por otro Hijo del Cielo, explicación ésta que nada tiene que ver con la verdad histórica, de acuerdo con las pruebas que Chao-Ting Chi aporta en su investigación sobre los efectos de la prosperidad económica de los diversos pueblos en la historia china. Pero si la fantasía teológica únicamente tiene validez literaria, en cambio hacer deber supremo del gobierno la educación y el bienestar del pueblo, es un acierto de la antigua filosofía que reconoce y admite la cultura de nuestro tiempo. Y en este marco clásico de identificación de poder político y moral, ¿cómo juzgamos lo que día a día sucede en nuestro país?
Subrayemos con fuerza algunos puntos clave. A) En México el gobierno no ha resuelto hasta el presente el gravísimo problema de la educación; un alto porcentaje de la población no acude a clases en los niveles primarios y medios, o bien se desanalfabetiza por no utilizar los conocimientos adquiridos; los maestros están miserablemente pagados y se les persigue con furia si demandan mejorías, y en el nivel superior, incluidas las universidades, se escamotea el subsidio que por mandamiento constitucional debe entregar el gobierno a las instituciones públicas, para que cumplan las funciones que el Estado les encomendó. La insuficiencia de recursos que campea en las aulas y los institutos universitarios contrasta con las erogaciones destinadas a ayudas bancarias, servicios de la creciente deuda interior y exterior, y pagos por la adquisición de armas bélicas. B) El reparto del ingreso es agobiante. Un pequeño porcentaje de la población goza de las rentas faraónicas que han colocado a algunos de sus miembros entre los más ricos del mundo; en el otro lado de la medalla está más del 70 por ciento de la población en niveles de sobrevivencia y de extrema pobreza: en este círculo suele predominar una ignorancia abrumadora. C) La corrupción pública y privada se ha convertido en una cultura que guía la conducta de altas burocracias políticas y empresariales, corrupción que desafortunadamente afecta a otros amplios sectores de la sociedad. D) La corrupción, el desigual reparto del ingreso y la ignorancia son factores estrechamente enhebrados entre sí y con las dependencias que hacen de nuestro país una nación subordinada al juego del capitalismo trasnacional que Washington representa en el continente americano.
La conclusión se nos viene encima. En México la autoridad no se corresponde con la idea del gobierno benevolente de la antigua filosofía china, porque ni educa ni alimenta al pueblo, ¿o acaso las cosas no son así?