El Presidente de la República pretende crear un esquema de gatopardismo político dentro de su propio partido. Se presentó en el acto conmemorativo de la fundación del PNR para dictar las nuevas reglas para la designación del candidato a la Presidencia: asamblea de delegados con representación elegida y designada.
Si el Presidente logra sacar adelante su proyecto, él será quien designe al candidato mediante la integración de las delegaciones por parte de los gobernadores fieles -la mayor parte- y de los sectores priístas sometidos al mando presidencial y dependientes de los dineros de la Presidencia.
En la medida en que Zedillo obtenga una respuesta sumisa de los grupos políticos priístas, podrá derrotar las pretensiones presidenciales de Bartlett. No hay que mencionar aquí a Madrazo Pintado, quien en realidad nunca ha estado en la lista de posibles candidatos del PRI.
El problema radica, entonces, en el ex gobernador de Puebla, quien operó el gran fraude electoral de 1988, después de haber competido con Carlos Salinas en los juegos artificiales de Miguel de la Madrid y, de tal forma, logró mantenerse por un tiempo dentro del gabinete.
Los grupos contestatarios o críticos, del tipo de galileos o reflexivos, no tienen en realidad opción propia como no sea abandonar el PRI y nutrir a la oposición. Pero Bartlett tiene otras posibilidades; entre ellas, la de organizar un frente en favor del voto universal y la de, una vez derrotado, hacer una alianza con algún partido -si lo encuentra- dispuesto a otorgarle la candidatura.
Las pretensiones gatopardianas de Ernesto Zedillo están expuestas, mas la respuesta de Bartlett ha sido tibia y, aparentemente, condescendiente, pues éste confía en que surja en el PRI una verdadera corriente en su favor. Sin embargo, es difícil que la bandera del voto universal tenga éxito dentro del partido oficial, pues aunque el sufragio directo se ha aplicado en algunos estados -compra de votos y otras maniobras aparte-, en el PRI es la opción menos entendida y, naturalmente, menos necesitada por los grupos políticos, fuera de algunas entidades en las que no hubo más remedio.
El voto universal tiene los problemas característicos de los partidos no democráticos, mientras que la elección y la designación por cuotas de los delegados de una asamblea quedan al arbitrio del aparato partidario, el cual se encuentra en manos de los gobernadores y de los líderes charros.
En cuanto a los precandidatos directamente zedillistas (Labastida y Moctezuma), en realidad éstos cifran sus esperanzas en que Gurría no pueda alcanzar la postulación debido a las grandes resistencias a que los candidatos presidenciales priístas sigan siendo personas que nunca han ocupado un solo cargo de elección popular y no han puesto un pie en la sede del partido.
En el esquema gatopardiano (que todo cambie para que todo siga igual) en que está empeñado Zedillo, lo previsible es que se produzcan algunas escisiones en el partido oficial. Y esto es así ya que, en el fondo, lo que ocurre es que el viejo Estado priísta sigue en crisis y la evolución lógica de tal evento es que México avance hacia la eliminación de esa formación estatal. El proyecto de Zedillo consiste en postergar la superación del viejo Estado, al menos por seis años más. Es en esto en lo que Bartlett coincide. Las preguntas, entonces, son: ¿hasta dónde se podrá mantener tal coincidencia? ¿Cuál será el nivel de enfrentamiento y cuál el de la negociación? Lo que parece cierto es que el ex gobernador de Puebla está fuera de los planes de la jefatura del PRI.