n Sufren el tiempo de una manera nostálgica
El escritor interpreta su época de forma exacerbada: Tabucchi
n Saramago no me gusta, prefiero a otros escritores, opina
César Güemes /y II n De Cardoso Pires y el jefe Lobo Antunes hasta el espagueti que sabe preparar cuando le llega la inspiración, pasando por afirmaciones contenidas en algunos de sus libros y que nos llevan a costear por el siempre esquivo sentido de la vida, es el cierre de la plática con Antonio Tabucchi, quien con su ponencia de hoy a las 18:00 horas en el Colegio Nacional concluye el ciclo Apocalipsis y Utopía de la Ciudad de México.
-Luego de que establece relaciones con Portugal, Ƒcuál es su postura respecto de José Saramago?
-La literatura de él no me gusta, me hace pensar un poco en Camilo José Cela, pero con otro punto de vista político. No me gusta y por tanto me quedo con otros escritores portugueses, como Cardoso Pires o Lobo Antunes. No tengo, digamos, un diálogo con la literatura de Saramago. No pertenece a mi familia de escritores. Todos tenemos más o menos exhibida o escondida una fraternidad con escritores a la cual idealmente sentimos que pertenecemos. Bueno, yo no pertenezco a la familia de él y Saramago no pertenece a la mía.
-Así como hay fraternidades o lejanías con otros escritores, las hay en su caso también con editores. En castellano es el caso de Jorge Herralde, de Anagrama, quien para darlo a conocer en España y América Latina es fundamental.
-Me parece que Herralde hace una editorial que se abre de manera muy amplia al panorama de la literatura mundial del siglo XX. En lengua castellana creo que es una de las casas editoras más ventiladas y más curiosas. Si verificamos su catálogo, podremos encontrar autores y novelas de muchísimas partes del orbe, con un tratamiento muy distinto y que representan una parte de lo más vivo e interesante que se ha hecho en literatura durante la segunda mitad de este siglo.
Los escritores, un poco de poetas
-En La cabeza perdida de Damasceno Monteiro hace decir a uno de los personajes: "...incluso los partes meteorológicos pueden ser útiles, aunque tomados como una metáfora, como un indicio, sin caer en la sociología de la literatura". De modo que la vida mirada así es doble en su lectura.
-Lo es en cierto sentido y se pone seria cuando aparece por ejemplo un hecho incontrastable y trágico. Pero a veces hay elementos que nos obligan a manifestarnos de una manera un poco subterránea, y es necesario, me parece, tomar las señales sueltas que aparecen por ahí para que consigamos descifrar el mundo. Infelizmente, en este caso específico me refería a una novela justamente de Cardoso Pires, hecho que hasta ahora no había revelado, que se llama El delfín. Una novela que se desarrolla en Portugal en el momento en que la censura era extremadamente aguda, los periódicos no podían decir nada. La gente estaba casi obligada a buscar las señales mínimas que el periodista le transmitía como en un código secreto. A veces en el boletín meteorológico había guiños al lector, ya como último recurso para decir lo que se precisaba, con lo cual volvemos casi a lo mismo del principio.
-En Piazza d'Italia escuchamos a Zelmira que dice, refiriéndose a una persona que ha dejado de ser, digamos, normal: "Es poeta. Tiene el Mal del Tiempo". ƑUsted lo tiene, aunque no haga poesía?
-Los escritores, aunque no sean poetas, lo tienen de varias formas. Por ejemplo, perciben de manera un poco exacerbada los hechos negros de su época. ƑCómo decir? Interpretan las cosas de forma un poco distinta de los otros, y por lo tanto sufren el tiempo de dos maneras: una es la histórica, porque padecen con gran sensibilidad la ferocidad de su época histórica, cualquiera que sea; y otra, que es entender al tiempo como lo que se va, saber que la nostalgia existe. Esto es una constante en cualquier época.
-''Todos los libros son estúpidos, nunca hay mucha verdad en ellos", es la afirmación de uno de los habitantes de Dama de Porto Pim. ƑLo cierto, entonces, está en la vida cotidiana, en la calle y no en el encierro de una biblioteca?
-Nietzsche, que es un autor al que admiro, decía que la verdadera metafísica se toma y se verifica en la calle. Sería un poco arrogante de mi parte decir de qué lado está la verdad, con los libros o sin ellos. Pero pienso que ciertamente no está sólo en un volumen, sino en otros elementos más simples y que están al alcance de todos, como la mirada de un niño. Ahora, digo la mirada de un niño, pero lo mismo digo el universo completo, porque todas las criaturas tienen el derecho de transmitir su propia verdad.
-En la nota preliminar de Réquiem dice usted: "Como a Drummond de Andrade, siempre me gustó la música popular y, como él decía, 'no quiero a Häendel por amigo, ni escucho el matinal de los arcángeles' ". La vida, consecuentemente, está en otra parte, para continuar con la idea.
-Me gusta mucho la música popular. Claro que por formación y por los estudios que he realizado soy capaz también de disfrutar la música culta, de escuchar con gran placer a Mozart. Pero la música ''barata", como la llama Drummond, que entra por la ventana y no deja huella, sino un mensaje muy humilde, se acerca más a la verdad aquella de la que venimos hablando.
-Diga por último, ya que de vida cotidiana se trata, qué tanto es verdad que cocina y que incluso se ha manifestado en contra de los platos de diseño.
-Mi mujer cocina mejor, pero cuando me da la gana soy yo quien lo hace. Trabajo recetas portuguesas y españolas, y no me olvido de Italia: creo que no hago un mal espagueti. ƑQuién dice, frente a él, que un buen plato de espagueti no tiene su propia verdad qué afirmar?
n El autor de Sostiene Pereira, en el teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM
La literatura debe plantearse preguntas, no respuestas
Angélica Abelleyra n En un teatro Juan Ruiz de Alarcón ocupado a tres cuartos de su capacidad, el italiano Antonio Tabucchi tomó de la mano al francés Gaston Bachelard y, a través de la memoria, reivindicó le droit de rêver, el derecho de soñar. "Podría parecer un derecho de poca sustancia, pero si se reflexiona con calma es una prerrogativa: si el hombre es capaz de nutrir ilusiones es todavía un hombre libre".
Al mediodía de ayer, en un auditorio que no logró coparse al máximo como se esperaba, tal vez por un cambio de sede a causa del conflicto parista en la UNAM que originó el paso de la Facultad de Filosofía y Letras a un teatro del Centro Cultural Universitario, el narrador de El juego del revés ofreció un viaje, un precurso de tranvía en el cual se imaginó como el conductor que atravesaba el siglo XX con paradas arbitrarias y sin embarcar a algunos pasajeros que querían subir. Pero la marcha en locomotora, aunque llena de saltos y algunos azares aparentes, le sirvió para deshojar la margarita de lo que quiere y no quiere de la centuria que fenece, del siglo XX, "de las contradicciones, entusiasmos y desilusiones, pero también de las grandes utopías sociales e ideologías igualitarias".
El viaje también le sirvió para tener la compañía de Sergio Pitol a su diestra en el escenario universitario, y para acoger en los vagones tanto a Filippo Marinetti como a Primo Levi; a Eugenio Montale y a Jean Paul Sartre; a Pasolini, a Sciascia y a Moravia; a Pessoa y a Beckett con las reflexiones de éstos y otros muchos que le auxiliaron para hablar de él mismo y de sus temas.
Leyendo a veces y otras improvisando, con Marinetti -el narrador de Sostiene Pereira- ofreció un bosquejo del futurismo que dicho autor generó como Manifiesto y se mostró discordante con esa forma de "utopía estéril por arrogante y ambiciosa" que también fue una "opción nítidamente fascista", pues se convirtió en ideología que no ofreció puntos divergentes con su época. Fue -subrayó Tabucchi- una forma de ver el mundo con una gran complacencia frente a los peores aspectos de la sociedad moderna -el nuevo mito de la máquina- y se situó como una estilización del mundo que olvidó su papel en el ámbito social.
Acto seguido, llamó a Montale y trajo a cuento la consideración del nexo arte-vida: "Existe el falso dilema de vivir o escribir o el binomio inconciliable de literatura y vida. Pero yo, aunque soy vulnerable a ciertos sentimientos de culpa, no temo a la literatura, forma parte de mi vida, me acompaña y no veo ninguna oposición entre ellas".
Al referirse al tan sobado tema del compromiso del escritor, el también traductor de Pessoa refirió que es un tópico agotado en términos asumidos por Sartre, y llamó a ampliar ese compromiso hasta los linderos amplios del humanismo y la Política (con mayúscula). Recordó entonces a Moravia, a Sciascia y a Pasolini, y al citar al director de cine y su consideración del siglo venidero como una "cima infernal", Tabucchi insistió:
"Si la literatura no quiere ser consumida por el limbo o la cima infernal de la que hablaba Pasolini, si la literatura quiere sobrevivir, tiene que configurarse con una información diferenciada a los mass media. Tiene que plantear preguntas y no dar respuestas; para ello están los medios masivos", añadió en su viaje ferrocarrilero el responsable de Nocturno hindú.
En el chance del público para intervenir (fueron no más de tres preguntas), Tabucchi contestó inquietudes en torno a los sueños y el deseo. "Las casandras que hablan del fin de las utopías no han pensado en el deseo del hombre. Por eso es muy reduccionista pensar que algún acontecimiento político acabará con el mundo. Se han olvidado del deseo", subrayó al asir el tema de la construcción de las utopías en Europa.
Como última parada del arbitrario periplo, un traductor que era parte del auditorio le preguntó sobre esa tarea que Tabucchi ha ejercido con la poesía de Pessoa. "Si hablamos de la lengua como espacio del alma uno puede decir que escribe en otro idioma sin darse cuenta. Un psicolingüista considera que se puede olvidar en un idioma y recordar en otro, así que yo lo he hecho en portugués sin saber bien a bien cómo. Me he metido al barco de la traducción para llegar a la otra orilla lingüística de mi alma, pero no he sido capaz de hacer el viaje de regreso. Ese viaje lo ha hecho muy bien Samuel Beckett, del francés al inglés de ida y vuelta. Pero él es un ejemplo de esquizofrenia lingüística controlada que a mí me da respeto y miedo".
Mientras tanto, lo que Tabucchi recomendó al traductor que le planteó a su vez sus deseos de traducirlo fue "buscar la complicidad", además de cierta "indulgencia y una especie de compasión" por el autor de un libro. "Es que cuando el lector ve al autor lo ve en chaqueta, pero el traductor lo ve siempre en pijama", bromeó el responsable de una narrativa que Sergio Pitol había calificado mucho antes de subirse al tranvía como una escritura "conjetural, precisa" y con una "elegancia perfecta por no ostentarse nunca".