Olga Harmony
Dos clásicos

Probablemente sea Arlequín, servidor de dos patrones, junto a La posadera, la obra más representada de Carlo Goldoni. Es archisabido que Goldoni es el gran reformador de la comedia italiana que con la Commedia dell'Arte había llegado en el siglo XVIII a una estratificación extrema, en que había perdido gran parte de sus virtudes iniciales de frescura e improvisación. También se sabe que el comediógrafo veneciano tuvo grandes ligas con esa corriente, al grado de escribir este texto a petición de Antonio Sacchi, un importante Arlequín de la época. En Arlequín, servidor... Goldoni mantiene el nombre de las "máscaras" ųTruffaldino es un personaje gemelo del más conocido Arlequínų, aunque suavizando muchas características de cada "máscara" y dotándola de matices que el estereotipo de los modelos no permitía. Así, Pantalone sigue siendo un comerciante, pero ya no es un ridículo avaro, o Brighella ha perdido su picardía aunque sigue siendo un semicriado en este caso posadero atento al servicio de sus huéspedes.

La Compagnia italiana, que dirige Adalberto Rosset, es una agrupación italo-mexicana. Como su director, el escenógrafo Luciano Spanó es un italiano avecindado entre nosotros; el vestuarista Santi Mantegno y la sastrería ų"Bice Miñori"ų radican en Italia. Los actores, todos mexicanos, son en su mayoría jóvenes, algunos provenientes de los estados, y en general poco conocidos. La bisoña compañía tiene grandes desniveles de calidad, que van desde la gracia auténtica de Carlos Camarillo como Truffaldino, con Vanesa Ciangherotti sigui-éndole de cerca, hasta las limitaciones de Fernando Berzosa como Silvio, que se mantiene en el grito (lo que, por otra parte, parece ser característica del equipo).

Rosseti sustituye las máscaras con modos propios de cada personaje, aunque en mucho se aleja de las acrobacias de los comediantes primitivos. Brighella, por ejemplo, casi no se mueve y Silvio mueve las manos espasmódicamente. Truffaldino ondula como rappero, lo que es una barrera para que la gracia casi cantinflesca del actor se manifieste totalmente. Desconciertan, también los dos tonos que el director imprime a su espectáculo, con la gran rigidez de los actores encerrados en un rectángulo de voz en la primera parte y el trazo más convencional de la segunda, por lo que no se entiende a cabalidad esta propuesta no del todo convincente.

En cambio, Alarconeando (título que me es muy grato porque me recuerda a Rueleando, el espectáculo preparatoriano que preparé en homenaje al maestro Enrique Ruelas y que sirve como título a una columnilla para el Festival Cervantino en esta sección, aunque ya no se me dé crédito) de María Morett y bajo la dirección de Alvaro Hegewisch, la pareja del teatro y de la vida que anima al grupo Me xihc co, es una escenificación muy redonda y muy recomendable. Proyectada para unas Jornadas Alarconianas, Angelina Peláez y yo pudimos verla en audición para seleccionar la programación de la Temporada de Teatro Escolar 1998-99, en que éramos jurado y a ambas nos entusiasmó grandemente, y si no escribí de ella en su momento fue por el principio que sigo de no hacer nota allí donde cobro honorarios. Ahora, que culmina temporada con taquilla abierta y cuando la volví a ver porque se me invitó a develar placa de sus 120 representaciones, puedo ya compartir con el lector algunas líneas.

María Morett encontró un modo muy inteligente de hablar de nuestro clásico. Por un lado juego con la disputa de la nacionalidad de Juan Ruiz de Alarcón, presentándolo como el hombre viejo que desea regresar a la Nueva España; un joven estudiante de Taxco sueña con ganar un concurso que lo lleve a España para buscar los lugares en que habitó el novohispano. Esto es un modo de regresarlo, pero también de mostrar su vigencia y, al mismo tiempo dar datos de su vida. En una especie de ensueño, los personajes de la plaza de Santa Prisca (que en funciones fuera de Taxco se deja a la imaginación, con cámara negra y dos elementos de metal, un globo teráqueo hueco y una pirámide también hueca, que penden en el aire) se desdoblan para incorporar al dramaturgo, a su nieta, a un personaje alarconiano, a la servidora y a ese juante que es lastre y corcova del autor. A lo largo de las representaciones los actores, todos muy bien, han ido dando paso a otros. Pudimos reconocer a Humberto Espinoza el mago de las Burbujas de muchos niños y a Jorge Zárate. Sin olvidar cierto didactismo, la escenificación es disfrutable también para un público adulto por las muy bellas escenas que logra Alvaro Hegewisch, el buen desempeño de todos y la magia que autora y director logran en escena.