José Steinsleger
Cuba: entre Fausto y Prometeo
En la década pasada, con motivo de la presencia de Jorge Luis Borges en una universidad de Ecuador, tuvo lugar la siguiente situación: "Maestro, Ƒcómo usted, gloria de las letras, puede ser tan reaccionario?". Impasible, Borges acarició su bastón y respondió: "Tiene razón señorita. Lo primero ha de ser porque mi abuelo fue hombre de armas y lo segundo porque soy un caballero. Y, como usted sabe, los caballeros abrazamos las causas perdidas".
La señorita era mi alumna de Teoría de la Comunicación y le puse un cero por pendeja. Desconcertada, protestó porque era buena estudiante. Pero entonces le manifesté que su intervención evidenciaba haber entendido nada. Y a partir de aquí nos enfrascamos en una discusión, recordando ejemplos debatidos en el curso: las nociones de libertad y democracia.
ƑA qué responden tales nociones? Unos dijeron "a los principios". Otros dijeron "a los valores". En efecto, son valores y, en el orden político, derechos que se conquistan. Nociones como independencia y soberanía son principios. Pueden definirse de antemano. Pero la definición de "valor" (del latín "estar fuerte", "estar vigoroso") exige realizar una opción dentro de la problemática que plantea.
Si valores como libertad y democracia se definen de antemano, se incurre en trascendentalismo o axiología, pierden su calidad inmanente y devienen en letra muerta. Es clásico y viable definir de antemano qué son independencia y soberanía. Es romántico e inviable hacerlo con libertad y democracia.
Es consecuencia, se precisa del referente concreto. Tomemos el ejemplo de Cuba. Los medios de comunicación "realmente existentes" nos dicen que un grupo de ciudadanos cubanos ha sido enjuiciado por exigir libertad y democracia. Así planteado, no restaría más que lamentar el deterioro de estos valores de cara a la contradicción de un Estado que afirma respetarlos.
Y aquí se acabó la teoría. Porque estamos hablando de Cuba, no de Italia o de la ex Unión Soviética. O sea, de un país sobre el cual, en los más de 21 millones de minutos que abarcan cuatro décadas, ni uno solo descansó Estados Unidos para descargar su inmenso poder destructivo. Y esto se llama guerra, donde independencia, soberanía, libertad y demo- cracia quedan en entredicho.
El análisis objetivo de la realidad cubana requiere deponer el ánimo romántico. Porque actualmente la guerra contra Cuba se viabiliza por mediación de una ley del Congreso estadunidense que se llama (bueno es recordarlo) Ley de Solidaridad y Libertad Democrática con Cuba (Helms-Burton), con todas las prerrogativas trascedentalistas y axiológicas referidas más arriba.
El año pasado la señora Madeleine Albright dijo: "...creemos que la mejor manera de tratar con Cuba es aislarla y hacer que cambie, animando a otros a que presionen por su democratización..." (El País, Madrid, 8.2.98). Por tanto, el análisis debería revelarnos las causas por las cuales Estados Unidos reitera su voluntad de intervenir y aislar a Cuba y los medios de comunicación informan que "Cuba se aísla". Y en lo particular, la izquierda debería explicar por qué ayer le exigía a Cuba la revolución perfecta y hoy la democracia perfecta. Y por qué haga o no haga, diga o no diga, Cuba tiene que dar explicaciones a todo el mundo.
En tal contexto, nada tiene que ver si la ideología oficial "da el ancho" en Cuba. El pensamiento tiene madre: la experiencia. Y padre: el lenguaje. No al revés. Si Cuba procediese a la inversa, creyendo que la experiencia y el lenguaje son hijos de las ideas y del pensamiento, cometería un error: no entendería que la defensa de los valores tras- cendentes de la política incluye su calidad inmanente y subestimaría que la guerra interviene en los cambios internos en la medida que el Estado agredido se lo permita.
El poder político puede liquidarse por dentro. O autoliquidarse, como en la ex URSS. Pero lo que desde hace 40 años está en juego en Cuba es la libertad de Prometeo, quien al no tener nada que vender y mucho que enseñar recibió el castigo de los dioses, y la de Fausto, que le vendió el alma al diablo para vivir, un solo día, el licor del poder.
Lo demás es opción y desventurado repertorio de una realidad indiscreta, capaz de seducir a legiones de consumidores y a devotos telespectadores. A con- tinuación, somos libres de llenar directorios completos, con variadas definiciones de un malentendido.