Jacinto Viqueira
Landa
La propuesta
presidencial de restructuración eléctrica plantea dos
aspectos: uno, la apertura a la iniciativa privada de las actividades
de generación y distribución de energía para
servicio público; el otro, una nueva organización para
el sistema eléctrico, separando las actividades de
generación, transmisión y distribución y tratando
de introducir la competencia en la generación.
La
participación de la iniciativa privada en actividades de
suministro de energía eléctrica para servicio
público es una condición ineludible para recibir
financiamiento de los organismos internacionales. Por otra parte, es
una tendencia mundial el desligar las funciones rectoras del Estado de
la propiedad estatal de los medios de producción.
Sin embargo, cada
país constituye un caso particular, en función de los
antecedentes históricos, del desempeño pasado de las
empresas públicas y de las distintas alternativas de desarrollo
futuro.
Hay otros países,
como Argentina, donde el funcionamiento de las empresas
públicas se deterioró considerablemente en los 80 por
falta de inversiones oportunas en mantenimiento de las instalaciones
existentes y en las ampliaciones necesarias. Buenos Aires llegó
a sufrir prolongadas interrupciones en el servicio
eléctrico. Evidentemente, en un país con esos
antecedentes la privatización de la industria eléctrica
es acogida por la opinión pública de una manera
más positiva que en México, donde el suministro de
energía eléctrica por las dos empresas públicas:
Comisión Federal de Electricidad y Luz y Fuerza del Centro, ha
cubierto de manera satisfactoria las necesidades del
país.
En cuanto a la segunda
cuestión, se plantean serias dudas sobre la viabilidad de la
nueva organización propuesta para el sector eléctrico y
la posibilidad de atraer inversión privada a algunas de sus
actividades. El esquema de desintegración del sistema
eléctrico propuesto en la iniciativa presidencial está
inspirado en la solución adoptada y aplicada en Inglaterra y
Gales.
Se trata de abrir la
generación a la competencia, mantener la red de
transmisión como un monopolio regulado ųcuyo control
operativo es privado en Inglaterra, y sería estatal en
Méxicoų y concesionar la distribución a empresas
regionales privadas.
En primer lugar, debe
decirse que hasta ahora la competencia en la generación en el
sistema inglés ha sido muy imperfecta y los que se han
beneficiado no han sido los consumidores sino los inversionistas
privados.
En segundo lugar, se
quiere extrapolar la experiencia de un sistema con una
extensión geográfica limitada y generación
puramente termoeléctrica y muy interconectado, a un sistema
mucho más extenso geográficamente como el de
México, con interconexión débil en muchos puntos
y una generación hidroeléctrica significativa.
Por otra parte, es
posible que al corresponder exclusivamente a la nación el
control operativo de la red nacional de transmisión de
electricidad, y mantener el Estado el dominio de las redes generales
de transmisión y distribución de energía
eléctrica, se condicione el funcionamiento del mercado
eléctrico y la libre competencia entre inversionistas privados,
y finalmente el Estado siga subsidiando esas actividades.
La propuesta de
desintegración vertical del sistema eléctrico mexicano
tiene el riesgo de sustituir el sistema actual, que desde el punto de
vista técnico ha funcionado bastante bien, por un esquema no
probado para las condiciones del país. Parece más
prudente buscar soluciones graduales que permitan ampliar la
participación privada en el suministro de electricidad para
servicio público, y al mismo tiempo propicien cierto grado de
descentralización que disminuya el poder político
central excesivo y contribuya a democratizar la vida nacional, pero
que preserve los logros técnicos alcanzados y apoye el
desarrollo de la ingeniería eléctrica mexicana y de la
industria de manufacturas eléctricas.
A continuación se
presenta una propuesta alternativa, basada en el hecho de que el
sistema interconectado nacional está formado por ocho sistemas
regionales, controlado cada uno por un centro, en Mexicali,
Hermosillo, Gómez Palacio, Monterrey, Guadalajara,
México, Puebla y Mérida.
Se propone convertir
esos sistemas regionales en compañías eléctricas
autónomas integradas verticalmente, incluyendo la
generación, transmisión, distribución y
comercialización, coordinadas por un organismo técnico
que podría ser el actual Centro Nacional de Control de
Energía.
Esas
compañías regionales, en las que se aceptaría la
participación del capital privado, operarían con
criterios técnicos y comerciales que hicieran posible remunerar
razonablemente el capital invertido.
Además de
establecerse cierto grado de competencia por comparación entre
las ocho compañías regionales, podría aceptarse
en cada región la existencia de generadores independientes y la
posibilidad de que los consumidores mayoristas pudieran elegir su
suministrador de energía eléctrica, recibiéndola
a través de las líneas de la empresa eléctrica, a
la que se le pagaría el peaje correspondiente.
En México, el
crecimiento sostenido del suministro de electricidad, la
normalización de las características técnicas y
especialmente la unificación de las frecuencias
eléctricas, la integración de un gran sistema interconectado
y la electrificación rural y de zonas urbanas
periféricas son logros indiscutibles de la
nacionalización de esa industria.