La Jornada Semanal, 7 de marzo de 1999
Existe en la Italia actual un debate sobre el papel de los intelectuales y de los escritores en la vida social?
-Tengo la impresión de que es una pregunta optimista. El papel desempeñado por Vittorini en la posguerra frente a un estalinista como Togliati, o el de Passolini y Sciascia ante lo que ellos llamaban ``el poder palaciego'' -en otras palabras la corrupción a nivel de Estado-, quedó sepultado en los magníficos años ochenta, bajo la etiqueta totalizadora de ``socialismo al estilo de Craxi''. Desde entonces se impuso un modelo de vida que aún perdura y es mantenido por los continuadores de aquel pensamiento o de aquella época. El ``bacilo'' constituido por los intelectuales y los escritores está en letargo.
Italia es un país en el que reina el chiste ingenioso; pero se trata de un chiste muy distinto al mot d'esprit de Voltaire, o al subversivo practicado por Karl Kraus, o al Witz freudiano revelador del inconsciente. Nada de eso; es un chiste basado en la retórica, lo formulan el ingenio y la bufonería, y cumple la función de vaciar el problema de su contenido para dirigir el interés hacia la formulación del gracejo, a la demostración de una inteligencia brillante que gira en el vacío. Se trata de un funambulismo verbal que recuerda la causerie de la corte de Luis XIV, aquella de Las preciosas ridículas o de Las trapacerías de Scapin en cuanto se refiere a Francia, y que en Italia recuerda la máscara del Arlequín típico de nuestra cultura y de La commedia dell'Arte, personaje que, no lo olvidemos, es servidor de dos patrones. Existen, naturalmente, diferentes niveles estilísticos en este chiste ingenioso, que van de la vulgaridad disfrazada de esnobismo refinado al frío ejercicio de una inteligencia geométrica, pasando por la bufonada goliárdica. Todo esto se inspira en la misma cosa: el cinismo.
Recientemente, un gran historiador de la literatura italiana, Alberto Asor Rosa, le ha dado una nueva dimensión a la figura de Maquiavelo, considerado como uno de los grandes clásicos de la literatura italiana. Su análisis apunta, principalmente, al papel que ha tenido en la formación de un aspecto de la mentalidad característica de nuestro espíritu nacional. Este escritor cortesano, mediocre en todo menos en la astucia, siempre gozó de una enorme simpatía, hasta el extremo de convertirse en un punto de referencia. Yo iría más allá de la crítica de Azor Rosa para considerar a Maquiavelo no tanto el responsable, sino el paradigma, y casi el código genético de cierto aspecto del espíritu italiano que ha perdurado a través de los siglos. Me pregunto, por lo tanto, si el cinismo del que estoy hablando no será, desde un punto de vista antropológico, una forma de sobrevivencia del pueblo italiano, en fin, una especie de ``fenomenología del espíritu'' de un pueblo que a través de los siglos se ha visto obligado a adaptarse a los patrones más diversos: de los longobardos a los Anjou, de los borbones a los austrohúngaros y a Napoleón, y de los ``Savoia'' al fascismo y a la democracia cristiana.
-Tal vez sea conveniente dar algún ejemplo de ese mot-d'esprit oportunista del cual estás hablando.
-En lo que se refiere al ámbito del salón literario, podemos citar a algún cronista de uno de los grandes diarios, tal vez progresista, que frecuenta al jet-set o a la nobleza negra, y que trata con el mismo tono superficial el problema de los indocumentados o el de los albaneses, el de los pedófilos o el de la tortura en Somalia, para referirse después al trash, el punk, Gucci, los estilistas italianos, el tema de las cuerdas bucales de la Callas o de la última cantante de moda aunque sea calva. Para nuestro infortunio ese cronista está convencido de que posee un gran esprit de finesse.
Otro ejemplo puede ser el del presidente del Parlamento, un alto cargo institucional de la República, quien declaró que el 25 de abril (fecha de la liberación del país después del fascismo) debía ser la fiesta de todos los italianos; tanto de los que liberaron a Italia, como de aquellos de los que Italia fue liberada. He aquí un matiz ingenioso que me hace pensar en Lewis Carrol, a menos que se trate de una manifestación humorísticamente freudiana del famoso pentimento italiano. Quisiera detenerme en un chiste político que ha alcanzado uno de los mayores éxitos de los últimos años: un grupúsculo de la izquierda juvenil, tal vez ingenuo, pero respetuoso de las órdenes de marcha, creó un eslogan contra el poder demócrata cristiano corrupto hasta el extremo que todos sabemos. El slogan decía: El poder desgasta. En una ocasión, un inoxidable ministro democristiano que ejercía el poder desde los primeros días de la posguerra, interrogado por un periodista que le citaba esa frase respondió: El poder desgasta al que no lo tiene. Gracias a esta ocurrencia reveladora, o digamos que gracias a esta cínica frialdad, este ministro asumía cándidamente su propio cinismo y, al mismo tiempo, pulverizaba el eslogan del adversario. Este chiste tuvo gran resonancia en Italia, y fue repetido a diestra y siniestra con respeto, y yo diría que con la reverencia que en mi pueblo se reserva para los ``listillos''. No se cómo el ex-ministro Andreotti se las entienda con esos chistes ahora que está sujeto a juicio por sus presuntas ligas con la mafia. Tal vez se vea obligado a cambiar de registro, pero ese es su problema.
-Regresando al texto de ``Un fósforo Minerva'' (artículo en el que Tabucchi comentó las afirmaciones publicadas por Umberto Eco en una de sus columnas de la serie ``Un sobrecito de Minerva'', a la cual dio el título de ``El principal deber de los intelectuales es quedarse callados cuando no sirven para nada''. N. del T.) ¿podrías decirme cómo reaccionaron las personas a quienes mencionaste, especialmente Umberto Eco?
-Al principio adoptó una actitud distanciada y ausente, casi senatorial. Era una actitud admirable, porque provenía de un espíritu científico muy alejado de las reacciones de algunos de sus compañeros del extinto ``Grupo 63'' quienes, a pesar de su edad ya avanzada, cometen a veces excesos verbales muy deplorables. Umberto Eco escribió un artículo de difícil interpretación, a la manera de una charada, en el cual evocó a Leopardi, nuestro gran poeta romántico, en forma irónica. En resumen afirmaba que a la posteridad le interesa muy poco saber si Leopardi detestaba a las muchachas de Recanati, su pueblo natal y que, por lo tanto, el único personaje digno de ser tomado en cuenta en nuestros días es Silvia, la muchacha que permaneció en la poesía leopardiana. No estoy del todo seguro si se refería a Sofri y a mí. De todas maneras Sofri le respondió con una ironía helada (diríase carcelaria), para hacerle notar que, efectivamente, Leopardi detestaba a las muchachas de Recanati, pero que en compensación le gustaban mucho las de Pesaro. Esto equivale a decir que, indudablemente, Flaubert odiaba a las muchachas de Criosset, pero admiraba enormemente a las de Rouen. Más tarde Eco publicó un artículo en la revista Micromega en el cual equipara el caso Sofri al de Dreyfus, y pide una revisión del proceso, cosa que deseaba yo también. Pienso, por lo demás, que Umberto Eco podría contribuir con sus medios científicos, especialmente la semiología, al esclarecimiento de algunos aspectos procesales, tal como lo hizo el historiador Carlo Ginsburg, quien ha puesto en tela de juicio el proceso utilizando sus instrumentos de investigación histórica, en su impecable libro-encuesta, El juez y el historiador. Por lo demás sería recomendable que los grandes semiólogos deshicieron las pérfida imagen, difundida últimamente, que equipara a la semiología con el rastreador indio que vive en el fuerte de los cara-pálidas y que avanza por la pradera descifrándole a la caballería yanqui las huellas dejadas por su tribu.
Pero la mayor contribución al debate la ofreció el mismo Sofri, primero con un artículo aparecido en Panorama, al cual dio el título de ``Querido Sofri, aquí no está Moravia'', en referencia a una frase siniestra e intimidatoria que le lanzaron en un juzgado en el cual se desarrolló uno de los tantos procesos que ha sufrido en relación con el homicidio del comisario Luigi Calabresi (Sofri, el líder indiscutido de ``Lucha continua'' fue condenado, a pesar de las protestas de cientos de intelectuales, entre otros Norberto Bobbio, a veintidós años de prisión. N. del T.). En el mencionado artículo, Sofri, recordando unos de los textos que Moravia escribió para defenderlo, retomaba la idea de que la literatura es una forma de conocimiento muy distinta a las deducciones de tipo pragmático y que, por esta razón, es siempre perturbadora. Sobre este tema recordaba también la sentencia dictada en otro de aquellos procesos. En él uno de mis cuentos perteneciente a la colección El ángel negro (``¿Puede el batir de alas de una mariposa en Nueva York provocar un tifón en Pekín?''), junto con ``Una historia simple'' de Sciascia, lograron, con su fuerza metafórica, turbar al juez que redactó la sentencia, hasta el punto de que nos señaló como brujas que debían ser enviadas a la hoguera.
Pero la refutación a la tesis de Umberto Eco según la cual el intelectual debe contenerse con educar al sobrino del alcalde de Milán, o con llamar a los bomberos cuando la casa se quema, vino sobre todo de una serie de artículos y declaraciones de Sofri en torno a la situación del sistema carcelario italiano. Esta situación ya había sido objeto de sus preocupaciones de hombre libre, pues publicó, en la colección que dirige en las ediciones Sellerio, el informe sobre las presiones italianas preparado por la Comisión del Consejo de Europa para la prevención de la tortura y de los tratos inhumanos y degradantes, dirigida por el jurista Antonio Cassese.
Para quien no lo sepa debemos advertir que la situación de los reclusos italianos es una de las más preocupantes de Europa. Para su desgracia, Sofri la ha podido constatar y verificar personalmente. El mismo Ministerio de Justicia de Italia, que hasta ese momento se había hecho el sordo, prometió hacer una investigación e iniciar una reforma de las condiciones carcelarias, gracias a las numerosas e insistentes denuncias de Sofri. Esto demuestra que si se hubiera contentado con llamar al guardián para que limpiara la celda, como se llama a los bomberos cuando la casa se quema, tal vez el habitáculo hubiera quedado limpio, pero el problema no se habría solucionado.
-¿Además de las reacciones de las personas directamente mencionadas en tu texto, ha habido otras?
-Muy pocas. Entre ellas una gacetilla publicada en l'Unitá, el periódico de los ex-comunistas, y firmada por el doctor Gravagnuolo, director de las páginas culturales, quien con el silbato en la boca decretaba el final de aquello que definía como un match entre Umberto Eco y yo, pues consideraba que nuestra discusión sobre los intelectuales era obsoleta. Es preciso decir, incidentalmente, que la cultura de este diario, tal vez interpretando a su manera lo que Boris Vian llamaba ``la espuma de los días'' ha hecho a un lado la vieja discusión sobre el pensamiento de su fundador, el filósofo marxista Antonio Gramsci (quien mucho reflexionó sobre la función del intelectual), para dedicarse al estudio de la doctrina de John Fitzgerald Kennedy. En contraste leo que el pensamiento de Gramsci es ahora muy estudiado en algunas universidades estadunidenses. Esto es lo que se llama intercambio cultural entre los pueblos.
Aparte de eso se efectuó una investigación (estrictamente telefónica) organizada por otro periódico, que consistía en preguntar a algún escritor o intelectual si se consideraba ``comprometido''. Este es un término absolutamente inoportuno, que yo nunca utilicé, y que en Italia provoca un disgusto inmediato por su asociación con la idea comunista. Ningún escritor o intelectual italiano quiere ser comunista hoy, tal vez porque casi todos lo fueron. Debemos reconocer que Italia es un país muy católico, y que el sentimiento de culpa es uno de los grandes pilares del catolicismo, así como el arrepentimiento.
Para culminar, se publicó una tira cómica, más bien ingeniosa, de Tulio Pericoli quien, junto con un equipo de escritores también ingeniosos como Fruttero y Lucentino, intenta retomar el humorismo italiano del cual hemos venido hablando, y cierra el cerco a este peculiar debate. Y por lo tanto Monsieur Ubu está a la puerta.