Desde hace unas semanas hemos vuelto a viajar por los majestuosos territorios de la prosa de Martín Luis Guzmán. El águila y la serpiente (en particular el capítulo titulado, ``La fiesta de las balas'') y La sombra del caudillo nos han abierto de nuevo las puertas de un México hecho de luces y de sombras, de crueldades y cinismos, pero también de proyectos, esperanzas y entusiasmos iniciales. El dedo cansado del General Fierro, el campo de la masacre bajo el sortilegio de una luna que vuelve azules los charcos de sangre, el único sobreviviente que se pierde como un puntito móvil en la lejanía, la voz del moribundo sediento y la orden tajante del juez adormilado que se traduce en el balazo que restaura el silencio de forma siniestra. Todos estos aspectos, filos y aristas de la anécdota brutal nos regresaron (a este gacetillero y a sus compañeros del diplomado en literatura de la Facultad de Filosofía de la UAQ) a un México bronco y dividido en facciones irreconciliables que sostenían diferentes ideas sobre el modelo de nación que resultaría cuando se diera por terminado el arduo proceso de cambio revolucionario. La prosa de Guzmán fluye sin tropiezos y se enriquece con un tono poético sin retorcimientos, natural y espontáneo. A diferencia de otras prosas producto del artificio rudimentario, a la de Guzmán nunca se le ven las costuras o los puntos. La tela se extiende tersa, sin fracturas ni arrugas, y los diálogos y las descripciones no se sujetan a las rupturas usuales en la novelística mexicana sino que forman parte de la misma corriente narrativa y se enriquecen y complementan. Los sentidos de Aguirre, unos minutos antes de su muerte, se agudizan de manera notable, como si quisieran llevarse los paisajes, las figuras, los movimientos de la naturaleza y de los seres humanos. Esta circunstancia da al capítulo que describe la masacre ordenada por el caudillo, el tono solemne de un requiem. Todo se mueve en cámara lenta y las víctimas y los verdugos se unen en la sádica ceremonia para cumplir los ritos de una liturgia sacrificial. Comentábamos con los compañeros del diplomado que no se puede entender cabalmente la historia de nuestro país sin haber leído esos dos libros de Guzmán, el Ulises Criollo de Vasconcelos, Los de abajo de Azuela, Pedro Páramo y El llano en llamas de Rulfo, Al filo del agua de Yáñez y La región más transparente de Fuentes. Es claro que hay otros textos narrativos muy importantes, pero los citados son esenciales para la comprensión de los procesos socio-políticos que han construido y destruido la imagen del México moderno. Es claro que esas lecturas no forman parte del repertorio de los políticos más bien inclinados a los libros sobre escándalos circunstanciales o a los folletitos ilustrados de la historiografía por entregas. Hace muchos años, este bazarista presentó, en el Palazzo Ruspoli de Roma, La región más transparente de Carlos Fuentes. Celebrábamos una semana de la cultura mexicana y presidía los actos el Embajador de México, Rafael Fuentes, padre del autor del gran fresco de la ciudad que, por esos años, iniciaba un enloquecido y teratológico crecimiento. Cuando el gacetillero glosaba el capítulo en el que se encadenan los nombres de los barrios y las nuevas colonias, el Embajador Fuentes intentó ocultar las lágrimas que le empañaban los lentes gruesos con los que luchaba contra la miopía. Al término de la charla, nos comentó que sus lágrimas eran de satisfacción por los logros de su hijo y de preocupación por lo que estaba iniciándose en la amada ciudad. El diplomático impecable sentía el ritmo tenso con el que la prosa de Carlos describía alegre, compasiva y gravemente a la ciudad de México-Tenochtitlan, capital de los aztecas, los novohispanos, los liberales, los conservadores, los ``científicos'', los revolucionarios, los ``institucionales'' y la espesa laya de pícaros, asesinos y sensibles seres humanos que quieren sobrevivir sin hacer daño a nadie y alcanzar una felicidad pequeña hecha de cosas cotidianas, de diminutas alegrías humanas. El final de estas desaliñadas notas y firmes admiraciones, nos lo da el Ulises criollo de Vasconcelos. En esta prodigiosa fabulación histórica se descubre a un país habitado por sombras ominosas y creaturas de todos los días enfrentadas a un problemático porvenir que está en manos de una acosada y deturpada democracia. HGV
Tabucchi en CU. El autor de Sostiene Pereira nos visita en el marco del XV Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México. Sin embargo, la Dirección de Literatura de la Coordinación Cultural de la UNAM, logró que el escritor italiano se presente, acompañado por su (y nuestro) amigo Sergio Pitol, en el Auditorio Che Guevara de la Facultad de Ciencias, este jueves 11, a las 12 hrs. Asista usted, si es fan de Tabucchi, porque en el Festival me imagino que habrá que soltar una lana; además, la informalidad de estar con los estudiantes seguramente le dará más frescura a la plática de este gran escritor que, junto con Saramago, ha roto la satanización del escritor ``comprometido'', lo que sólo quiere decir, ética y socialmente responsable. Homenaje a Jaime Sabines. Dentro de las numerosas actividades que genera el Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, la UAM, la Casa de la Primera Imprenta de América y el mismo Festival han organizado una exposición homenaje a Jaime Sabines titulada Por lo que te debemos, poeta. En ella participan 28 artistas plásticos, los cuales, basados en algún poema de Sabines o simplemente en su figura, han realizado una obra exclusivamente para esta muestra. Entre ellos se encuentran Alberto Castro Leñero, Claudia Lomelí Buyoli, Vicente Rojo Cama, Mónica Mayer y Víctor Lerma, por nombrar sólo a unos cuantos. La inauguración será este miércoles 10, a las 19:30 hrs., en la Casa de la Primera Imprenta de América (Lic. Verdad 10, esq. calle de Moneda, en el Centro Histórico). Reproducimos aquí el epígrafe que utiliza Juan Domingo Argüelles en el catálogo-invitación a la exposición y que la verdad nos dejó entre helados y patidifusos, como diría Almodóvar:
no lo cures de la ternura que lo enferma. Dale dolor, apriétalo en tus manos, muérdele el corazón hasta que aprenda. Ojo arqueólogos y concheros. El martes 16, el miércoles 17 y el jueves 18 se impartirá el curso La pintura mural prehispánica en México (Enfoque interdisciplinario, 5» parte) en el Aula Mayor de El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico), coordinado por la superrespetable investigadora y miembro de dicho Colegio, Beatriz de la Fuente, cuyo currículum no reproducimos aquí porque nos llevaría otras dos Antesalas. Se disertará sobre Bonampak, Toniná y la pintura zapoteca, entre otros muchos temas, impartidos cada uno por expertos en la materia. La buena noticia es que la entrada es libre; la mala (según se vea) es que se va tener usted que soplar tres días de conferencias desde las 10 hasta las 18:30 hrs. Ya en serio, esta es una oportunidad única de entrar a fondo en la materia de un universo fascinante: el arte muralístico prehispánico. Para mayores informes llame usted a los tels. 5 789 4330, 5 702 1779 (fax), o escriba al e-mail: [email protected]. Exposiciones en corto: La Dirección General de Promoción Cultural de la SHCP y el Festival del Centro Histórico lo invitan a la inauguración de la exposición Otto Dix: Gráfica crítica. La guerra 1920-1924 que está conformada por 86 aguafuertes y litografías. Otto Dix es un expresionista alemán que nos presenta ``el dramatismo de la primera conflagración mundial y su posguerra'' La cita es en el Antiguo Palacio del Arzobispado (Moneda 4, Centro Histórico) el miércoles 10, a las 19 hrs. Asista usted, vengativo lector, quien quita y pueda comerse algunos buenos chuchulucos que han sido pagados precisamente por usted, a golpes de IVA. También podrá concurrir, el jueves 11 a las 19:30 hrs., a la inauguración de la muestra Fragmentos, de Uriel Parker, en la Galería Mexicanos (Dinamarca 44-A, Col. Juárez). Si la muetra tiene la calidad del desnudo desgarrador que aparece en la invitación, bien vale la pena darse una vuelta. CG-T
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Hay gente que lo primero que inspecciona de una persona son los zapatos. Registra vagamente el rostro del recién conocido e inmediatamente baja la cabeza y clava la vista en el calzado. Hay elocuencia en los zapatos: ¿son caros, italianos, o baratos, de León, Guanajuato?, ¿vistosos o serios, a la moda o conservadores?, ¿nuevos, usados, ya muy viejos, aseados o les urge una boleada? Cada respuesta dice algo preciso de su poseedor, una microconfesión en miniatura, sincera por involuntaria. Los zapatos indican no sólo carácter o modo de ser, sino estatus social. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si un presidente compareciera a rendir su informe anual calzado de zapatos tenis y sube al micrófono con ágiles brincos de corredor? Ninguna ley lo prohibe explícitamente y, sin embargo, sería un escándalo. Ese calzado se interpretaría como burla y vejación del honorable recinto en tan solemne ocasión. Cuando Pla fue a oír a Ortega y Gasset en clase, en Madrid, advirtió, además del legendario genio verbal, la elegancia en el vestir del filósofo: terno cruzado de corte moderno, corbata de pajarita de color fuerte combinada con camisa a rayas, de buen gusto. Pero lo que observó con mayor detenimiento fueron los zapatos. Eran a la moda, tal vez de dos colores (¿te acuerdas de los zapatos masculinos blanco y marrón que se usaron en los veinte y treinta?) Pla miraba con atención los zapatos porque sospechaba que pudieran ser de doble plataforma o tacón cubano para aumentar un poco la estatura del orador que era muy poco ambiciosa. Pero no, los zapatos no ocultaban dispositivo alguno. El divino emperador Augusto, en cambio, sí usaba plataforma aumentativa. ``Es posible que a causa de la imagen que quería dar de sí mismo -escribe Régis Martin- Augusto lamentara no ser más alto; por esa razón, Suetonio habla de unos zapatos un poco altos para hacerle aparecer más grande.'' Extraña vanidad, porque Julio Marato, su liberto y archivero, señala que Augusto alcanzaba los cinco pies, nueve pulgadas, es decir, 1.70 m, ``estatura que no es pequeña para un mediterráneo''. Ni para un mexicano. El que sí era breve era el actor John Dereck, famoso en películas de acción y en papeles de pistolero invencible (el fue Shane, por ejemplo). Para este galán no bastaba el tacón cubano: en las escenas de amor tenía que usar un banquito a fin de estar a nivel a la hora de besar a la estrella en turno. Ya me imagino al director gritando en el plateau: ``Banquito para míster Dereck, por favor.'' Otro de estatura epigramática es, quien lo diría, Rocky, Rambo, el Demoledor Stallone, pero él puede firmar lo que comentó Dempsey cuando le hablaron los periodistas de la estatura colosal de Luis çngel Firpo, su contrincante: ``Mientras más grandes son, más duele la caída.'' ``¿Son nuevos tus cacles'', así decíamos de niños. La palabra ``cacle'' es voz nahua y, sorprendentemente figura en el Diccionario de la Academia: ``sandalia de cuero usada en Méjico (sic), familiarmente todo tipo de calzado''. La primera acepción, como se ve, confunde ``cacle'' con ``guarache'' (que figura en el diccionario como ``sandalia tosca''). De niño en la zapatería preguntaban ``¿Quiere botín o choclo?'' ``Choclo'' era todo zapato que no fuera botín, y, en este sentido viene del latín socculus. En su otro sentido, el de ``mazorcas tiernas de maíz'', ``choclo'' viene del quechua. Hay un tango famoso que se llama ``El choclo'', es decir, supongo, aunque es extraño, ``El elote''. Tanto ``choclo'' como ``cacle'', creo, han dejado de usarse. ¿Por qué? Las extinciones lingüísticas son fenómenos extraños y complejos. En mi infancia, los niños no usábamos zapatos tenis, eso vino después, los tenis cundieron y alcanzaron gran variedad de diseño. Ahora hasta los hay barrocos, elegantes y muy caros. ¿Por qué en México se llamarán tenis? En inglés se llaman ``sneakers'', viene de ``sneak'', que quiere decir ``furtivo, escondido, a hurtadillas'', y ``to sneak'' es ``andar agazapado, sin ser visto, merodear'', ``sneak thief", es ``ratero que aprovecha los descuidos de sus víctimas'', es decir, en inglés alude a ``zapatos para caminar ágilmente y sin hacer ruido''. En mi infancia tampoco había agua embotellada, que no fuera los grandes garrafones de agua electropura, las botellitas de plástico vinieron después. Si alguien me hubiera dicho: ``La gente se hará rica vendiendo agua'', no le habría creído. Cuando era muy niño no había muchas cosas que ahora son comunes. Aquí va una pequeña lista de ausencias: no había televisión, ni cámaras o reproductoras de video, ni aviones sin hélice, ni computadoras, pero tampoco había sida, ni telenovelas, ni metralletas cuerno de chivo, ni crack o misiles teledirigidos, ni había, gracias a Dios, teléfonos celulares. Vayan unas cosas por otras. Aquí termino y ten salud.
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