José Agustín Ortiz Pinchetti

La prioridad mayor del PRI y del gobierno: evitar divisiones

La lucha por el poder en el 2000 se plantea cada vez más claramente como una contradicción antagónica y casi insalvable entre el viejo sistema presidencialista y sus oponentes, los partidos que han surgido o que se han fortalecido durante la transición. La lucha por la Presidencia no se plantea como un proceso electoral con reglas claras y garantías, sino como un duelo decisivo entre dos formas de concebir la política. La verdadera alternancia no estaría en que un partido tomara el poder, sino en que se inicie la demolición del viejo aparato.

Esta alternativa conlleva daños y peligros para el país. Va a descontinuar el proceso de recuperación económica y a alentar las tensiones sociales. Es el resultado de la incapacidad del régimen de Zedillo para lograr un acuerdo nacional de reconciliación y reforma del Estado. El Presidente abandonó sus iniciativas democratizadoras, concentró sus esfuerzos en resolver la crisis financiera y apostó a que mejores indicadores económicos y la legitimidad de elecciones limpias aseguran el triunfo del PRI en las elecciones de mitad del término en 1997 y una nueva elección presidencial favorable en el 2000. Las mismas expectativas e ilusiones de todos los presidentes de la etapa tardía. El mismo ciclo de los últimos regímenes: a) al empezar una apertura política, b) a la mitad del sexenio un reforzamiento, y c) al final, cerrar espacios y endurecer controles para poder elegir cómodamente a su sucesor.

Signos de que la última etapa está empezando: se afina el control presidencial sobre los medios electrónicos. Las elecciones, relativamente limpias de la primera mitad del mandato presentan de nuevo irregularidades. Los márgenes de triunfo del PRI se reducen y sufre derrotas, pero hay una sensación de que el viejo partido ha retomado la iniciativa.

A pesar de la retórica contradictoria de Zedillo, el paradigma no consiste en que el Presidente actúe como arbitro y estimulador del proceso de la transición sino como lo hicieron sus antecesores, en ser el padrino del PRI. La reforma, como imagen política del futuro no se anula, se desplaza al próximo mandatario que se espera salga del círculo mágico del Presidente y que garantice la seguridad de éste y de sus más cercanos colaboradores. No hay nada novedoso en el esquema, pero la circunstancia política es enteramente distinta. Hay dos grandes partidos de oposición con presencia nacional y articulación cada vez mayor. Cualquier observador pensaría que el endurecimiento del PRI y del gobierno llevaría a los partidos opositores a coaligarse para vencer al decadente pero todavía funcional sistema presidencialista. Pero esto no está a la vista.

Las prioridades que se plantean al Presidente y al PRI son muy obvias: 1. Impedir que los opositores establezcan una alianza y mantenerlos divididos tanto como se pueda. 2. Mantener una unidad "inquebrantable" en sus propias filas.

El primer propósito no es difícil porque las fuerzas opositoras están empeñadas en encontrar las formas de distinguirse y de distanciarse (hay unos cuantos indicios recientes de un cambio de esta mentalidad autodestructiva). El PRI cuenta como trinchera con la ley electoral que traba y "castiga" hasta hacer improbable una coalición. El tricolor ha anunciado su decisión de bloquear un cambio en estas normas antidemocráticas.

Pero la suerte del PRI no depende sólo en lograr, de modo maquiavélico, que sus adversarios permanezcan combatiéndose el uno al otro. La "prioridad mayor" está en conservar la unidad con la disciplina que ha caracterizado durante 70 años al partido y que probablemente proviene del origen militar de sus fundadores. El Presidente dijo que va a intervenir en la elección de su sucesor pero no a determinarla, etcétera. Salvo que suceda algún milagro, el Presidente sí va a determinar quién va a ser su sucesor y el PRI va a aceptar su consigna. Porque los cuadros priístas saben que candidaturas múltiples o un debate en serio propiciaría nuevas escisiones.

El PRI ha roto con el ideario de la Revolución. Era un elemento impreciso pero efectivo para dar consistencia interna a los priístas. Los tres últimos presidentes han enterrado esta ideología. Lo que hoy une a ese partido es la defensa de los intereses concretos de los grupos que lo forman. Puede parecer una plataforma mezquina, pero gracias a ella se agrupan muchos hombres de talento político y experiencia. šHay que ver lo bien que lo ha hecho el PRI en la Cámara de Diputados!, a pesar de estar en minoría numérica. Las reservas de talento, astucia, perversidad política, adaptabilidad y clientela son grandes para el PRI. De nada le servirían si se fragmenta alrededor de distintos candidatos. El secreto del triunfo está, como dijo Zedillo, "en mucha, mucha unidad". Es decir, en esperar y cumplir las "instrucciones superiores".

ƑSi fuera cierto que esa es la prioridad del PRI, cuál sería la de sus opositores? Reflexionemos la próxima semana sobre el tema con nuestros amigos de cada domingo. [email protected]