Angeles González Gamio
Josefa viva
Hace unos días se conmemoró un aniversario más del fallecimiento de Josefa Ortiz de Domínguez, esa mujer notable que toda su vida luchó por la libertad de México. Es de todos conocido el incidente del encierro forzado al que la obligó su cónyuge, el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, al ser descubierta la conspiración de la que ambos eran parte y la manera en que, desafiando la prohibición marital, se las ingenió para mandar avisar al cura Miguel Hidalgo que comenzara de inmediato el movimiento de independencia. Vale la pena reflexionar sobre este acto sin el cual, posiblemente, la gesta libertaria hubiera tardado muchos años más en iniciarse.
También hay que recordar que esa acción le costó a doña Josefa cinco años de encierro en conventos de Querétaro y de la ciudad de México. En ese año de 1810, estaba esperando a su décimo hijo y aún así, en avanzado estado de ingravidez, fue recluida en el convento de Santa Clara, del que fue liberada para dar a luz. Sin que esto disminuyese un ápice su fervor libertario, combinó la crianza de la criatura con la función de informante de los independentistas.
Esto se descubrió y se le trasladó a la capital del país, manteniéndola incomunicada en la institución religiosa de Santa Teresa la Antigua, actual sede del X Teresa, centro cultural que expone el arte de vanguardia. Allí permaneció varios años, hasta que su salud se vio severamente menguada, siendo trasladada al convento de Santa Catalina de Siena cuyo templo, en la calle Argentina, aún se conserva, ahora dedicado al culto protestante.
Finalmente fue liberada, ya convertida en una heroína, papel que nunca aceptó, pues veía como un deber de cualquier ciudadano que amaba su país el luchar por su liberación. En su casa de la calle Indio Triste, hoy Correo Mayor, organizó reuniones con las logias masónicas, las cuales agrupaban a las mentes liberales de la época.
Con la vehemencia que la caracterizaba, rehusó ser dama de honor de la esposa del emperador Agustín de Iturbide y rechazó la jugosa pensión que le ofreció el Estado por los "valiosos servicios prestados a la patria". También se recuerda cuando corrió de su casa al presidente Guadalupe Victoria, por haber permitido el saqueo del mercado de El Parián, propiedad de españoles, acto vandálico que en su opinión demeritaba el ideal del gobierno independiente y justo que habían buscado los forjadores del movimiento libertario.
Así fue toda su vida, una lucha constante por defender sus convicciones, siempre basadas en el interés y el amor por su país, sin importarle los riesgos o el precio que tuviera que pagar, como lo mostró al enfrentar los encierros y el poder imperial y presidencial. Esto hace de doña Josefa Ortiz una figura viva que continúa siendo un modelo para las actuales generaciones, las cuales ahora tienen que enfrentar la "célebre" globalización, cuidando de no perder la independencia que tanto esfuerzo y dolor nos ha costado.
Todo esto se recordó en la sencilla, pero emotiva ceremonia que organizó el gobierno de la ciudad para conmemorar el 170 aniversario del fallecimiento de la insigne mujer, en la majestuosa Plaza de Santo Domingo, enfrente de la estatua que la representa, colocada en el centro de una hermosa fuente con alegres chorros de agua y a unos paso de los conventos en los cuales estuvo recluida tantos años y de la casona que la vio morir, misma que ojalá se restaurara, pues está en un estado lamentable.
La estatua de bronce fue un proyecto de Jesús Contreras, famoso escultor y autor, entre muchas otras obras, de Malgre Tout (A Pesar de Todo), esa maravilla de mármol que adorna el vestíbulo del Museo Nacional de Arte. La fundió el catalán Federico Hondedeu, en la Fundición Artística Mexicana que creó Contreras. Se colocó en ese lugar el 5 de febrero de 1910, en el marco de los festejos porfiristas del Centenario de la Independencia. Aunque es una excelente escultura, no le hace justicia a doña Josefa, que era guapetona y aquí aparece como una viejita chupada.
De todos modos, había que festejar el acto, y el sitio adecuado era la hostería de Santo Domingo, a unos pasos de la plaza, en la calle de Belisario Domínguez. El dueño, Salvador Orozco, heredero de una larga tradición familiar, ha cuidado de mantener la calidad de la comida mexicana de siempre ofreciendo, además de la carta usual, platillos de la temporada, lo que permite degustar huauzontles, salsifis, romeritos, gusanos de maguey, escamoles y demás suculencias que se dan en las distintas épocas.