n Un prodigio de boleros, danzones y guarachas cubanas


...Y los héroes antillanos lanzaron sus centellas

Pablo Espinosa n Silencio, que están durmiendo/ los nardos y las azucenas./ No quiero que sepan mis penas/, porque si me ven llorando morirán.../ pooorque-si-meven-llorando-morirán.

A golpe de versos de bolero, un señor que lustraba botas con betún en las calles de La Habana hace unos meses sigue siendo bolero: esta noche está ųdirían los beisbolerosų en el montículo de las responsabilidades, sentado en los cuernos de la luna, en la cima que se encima con graciosa jiribilla en la cantinela que arma ahora, al frente de un ejército moreno, cuyas armas toman forma de máquinas de hacer música, a fuerza y enjundia de riquísimos boleros y una que otra cantinela sonsacada con frasecillas de tenores, tales como este: a-la-que-me-lo-pida-se-lo-doy/ a-la-que-me-lo-piiida-se-lo-doy, y suena el redoble del timbal y refulge más el saco solferino de Ibrahim Ferrer, que así se llama el señor que está, a sus tiernísimos 72 años, en la cumbre de la vida, tan sólo hace unos meses un desempleado más de la aldea global, mientras los desempleadores ųes decir, los ricos progre que atiborran esta noche el Salón 21 y que vienen tan sólo porque ahora está de moda, manis, lo cubanoų lo ensalsan, aunque llamen ųignorantes como sonų salsa a lo que toca este ejército cubano a cuyo vértice y en cuyo vórtice rezumba y suena el chicotazo de uno de los bajos más altos del mundo, el que activa con pulso, jícamo y tumbao el mismísimo Orlando López, mejor conocido en el mundo de habla hispana como Cachaito, sobrino de otra Gloria de la Música Cubana que estará en pocos días entre nosotros, haciendo historia con su música: Israel López, mejor conocido en el mundo de habla hispana y también del habla gringa como Cachao, pero esa será otra historia.

Por lo pronto: Es la medianoche del viernes 5 de marzo de 1999. En la zona fabril de Polanco se han congregado, en número aproximado de 2 mil 500, parroquianos de origen variopinto, pero de acusada mayoría pequeñoburguesa. En el Salón 21, que así se llama el nuevo templo de la carne hecha de música y baile, que ha habilitado el maestrísimo Miguel Nieto, con su compadre Willie Colón, se presentan durante tres noches los morenos que han puesto el mundo de cabeza, que es como debería estar siempre, y que ahora se dan el lujo de ser las estrellas del Festival de Berlín, pues son los protagonistas del nuevo filme de Wim Wenders, que vender discos maravillosos por montones (la trilogía del Buena Vista Social Club) que regresar a Mexiquito, donde a principios de septiembre dejaron impronta con tres conciertos insuperables y que ahora ejecutan ųmismas piezas, mismos músicosų en un templete volado sobre una bola de adinerados que ni cuenta se dieron, en su mayoría, que la noche del viernes inició una epifanía que durará la noche del sábado y la del domingo. Una noche de música exquisita, la música clásica cubana.

Quien en realidad comanda este ejército moreno es un señor a quien también ya daban por muerto artísticamente hace unos meses, pero que ahora es autor de uno de los discos más hermosos que se han hecho últimamente: Presentando a Rubén González (Cora Son), y cuyo trono es un aparato de madera al que hace latir al sonoro rugir del danzón. Don Rubén González ųque así se llama nuestro héroeų está sentado, y su gesto es similar al que nos cuenta Homero tenía don Zeus cuando lanzaba centellas sobre las crismas de los mortales y causaba en éstos maravillas. Así don Rubén activa la cabellera lapislázuli de su gentil teclado, y quienes escuchamos ųmortales de frágil mortandadų quedamos encantados, presas de una súbita emoción, una fuerza cordial que nos compele, exulta, embelesa y embellece, pues lo que cantan las sirenas en que han devenido todas y cada una de las teclas no es otra cosa que un himno órfico en honor de los placeres de la vida.

Con una muy heraclitiana Melodía del río, bolero de la autoría de nuestro ídolo, inicia el vuelo límpido del piano de Rubén González, seguido siempre muy de cerca por la alfombra mágica, el tapete persa, el finó tisú del contrabajo magistral de Cachaito. Con el segundo tema, Siboney, el oído chabacano, facilón, de la concurrencia adinerada se siente complacida, pero inmediatamente rebasada pues los morenos traen ímpetus sinceros de danzón y dan sazón a los requiebros, giros y armonías con inflexiones, fraseos, engarzamientos, acoples, sonido de conjunto que ya quisieran muchas orquestas sinfónicas del mundo. Pobrecitos los villamelones que acudieron antenoche al Salón 21, compelidos solamente por el snobismo, porque no entendieron nada de lo que ocurrió: entre otras cosas, un prodigio de boleros, danzones, guaracha, un vientecillo semejante al de la Sonata de Venteuil, una música que suena como la magdalena ųsi es que necesitara sonarų al momento de mojarse en leche.

Carnalidad, hasta dónde nos vas a llevar. La exquisitez magnánima de los boleros cantados a dúo entre Jesús Aguaje Ramos e Ibrahim Ferrer, los solos de trombón de concierto del primero, los aleteos de Angel Terry, un ángel con maracas y la velocidad de colibrí, es decir imperceptible, de las manos de Amadito Valdés, Maestro Timbalero, Heracles del Son Montuno. Da en el blanco el moreno Ernesto Márquez cuando compara a Amadito Valdés con Dios, es decir, con Eric Clapton, pues el virtuosismo del esbelto cubanísimo es alelante. He aquí, entonces, a Amadito El Mano Lenta Valdés marcar tres compases, tres tan sólo, que resultan suficientes para convertir el mundo en paraíso, como si hubiera colocado megatones bajo la pista de baile y todos volamos hechos pedacitos, deliciosos pedacitos que sentimos palpitar mientras se juntan corazones con cerebro, con senos, con cinturas, con manos, con asentaderas, con placer, con entendederas. Así se juntan los cachitos en que nos convertimos, infinitesimales, cuando nos traspasa la epidermis la música grandiosa de estos héroes antillanos.

Sonó así y sonará esta noche en el Salón 21, una música del siglo XXI, que es la música clásica de Cuba.