La Jornada viernes 5 de marzo de 1999

SUCESION: LA APUESTA PRESIDENCIAL

En una esperada alocución que tuvo como marco el 70 aniversario del Partido Revolucionario Institucional, el presidente Zedillo esbozó, ayer, las reglas para la designación del candidato de ese partido a la primera magistratura en las elecciones del año 2000. La instrucción del mandatario a su partido en el sentido de que ''el voto popular, individual y secreto de los militantes en activo y de todo ciudadano que simpatice con nuestro partido'' sea utilizado para escoger ''representantes con el mandato de llevar los votos obtenidos a un recuento final, donde también habrá espacio para que se exprese la voluntad de la estructura sectorial y territorial'' del PRI, admite lecturas diversas y hasta contrapuestas: algunos ųlos funcionarios partidistas y gubernamentales, integrantes del primer círculo presidencial, por ejemploų advierten en esta directriz un avance sustancial en la vía de democratizar al partido gobernante; otros ųdirigentes opositores, comentaristas y observadores políticosų consideran que lo dicho por Zedillo prefigura la reinstauración del dedazo tradicional, atribución presidencial de facto a la cual el actual jefe del Ejecutivo renunció de palabra a comienzos de su sexenio.

El hecho es que la fórmula esbozada por el primer priísta del país hace posible, al menos en teoría, un ejercicio realmente democrático de selección del aspirante presidencial de ese partido, pero deja también margen a las decisiones cupulares, así como a correlaciones internas de fuerza que hagan indispensable el recurso al ''voto de calidad'' o al ''fiel de la balanza''.

Independientemente de la intencionalidad del procedimiento propuesto, es evidente que éste plantea riesgos inocultables para la cohesión y la disciplina del tricolor, y tal vez haya sido la conciencia de esos riesgos la que aconsejó la perceptible reiteración de la palabra ''unidad'', tanto en el discurso presidencial como en el del líder del CEN priísta.

En tiempos recientes, el PRI ha ensayado mecanismos participativos de selección de candidatos, pero no siempre ha conseguido evitar la adulteración de los resultados ni el recurso, en sus propias filas, de prácticas fraudulentas. Las consecuencias de tales ejercicios han sido, en varias ocasiones, desastrosas: fracturas, escisiones y derrotas electorales ante priístas descontentos postulados por otra formación partidaria.

En suma, la iniciativa del presidente Ernesto Zedillo, si se concreta y organiza con un espíritu verdaderamente democrático, puede fortalecer al tricolor y a su candidato presidencial frente a los comicios del 2000; pero, si se convierte en un mero mecanismo de simulación de decisiones cupulares e inercias antidemocráticas, puede colocar al PRI en una posición de gravísima debilidad y llevarlo a una derrota electoral sin precedentes.