La Jornada Semanal, 28 de febrero de 1999



Dos prosas poéticas

Carmen Villoro

El paraguas

Los paraguas fueron hechos para ser olvidados; en la butaca de un cine, en la casa de un amigo, en la oficina de un notario, en el asiento del camión, cumplen su riguroso destino. Caballeros como son, saben quedarse solos y servir, con la misma prestancia y cordialidad, a su nuevo dueño. Pero bajo la lluvia, dejan salir un discreto y silencioso llanto que se confunde con el aguacero, y despliegan ampliamente su tristeza sobre las calles de la ciudad.



Silvia Eugenia Castillero

Eurídice

De cara pintarrajeada, los edificios saltan sobre sus pupilas hurgando álamos negros. Le traen un mirar de trebejos y corredores donde el aire es una sombra dividida. Llora a solas la hora violeta del alba. En sus cabellos despiertan finas arañas, al andar levantan costras de mugre en la frente. Sobre el asfalto, el sol la ablanda como larva y el tizne de su boca desliza hacia el cuello. La ágil giganta que escalaba de dos en dos los peldaños, vive desmayada en una acera. Encina de gestos cercenados y dentro una luciérnaga. Diosa caduca, pisoteada por algún ejército enemigo. Las horas le arremolinan desperdicios. Bucea en ellos, sirena gris de ancas nerviosas. De pronto abre las manos para mendigar una pausa a tanta espera, suelta gritos al viento. Uno a uno sus miembros se despeñan sobre su propio cuerpo. Lame los restos, hunde la cabeza entre los huecos.