La Jornada Semanal, 28 de febrero de 1999



Martha Cerda

cuento

Para decir adiós

Martha Cerda es autora, entre otros, de Toda una vida, novela que ganó el premio al mejor libro extranjero en Italia. Sus novelas han sido traducidas al italiano, griego, inglés y francés. Recientemente, ganó el Premio Jalisco de las Letras. Con ese motivo publicamos este cuento.

Un martini?

Isabel fijó las pupilas en el líquido tembloroso y negó con la mirada pero aceptó con un gracias. Roberto alzó la copa en un gesto automático que los dedos de Isabel alcanzaron a percibir al recibirla.

-Salud -exclamó Roberto.

Isabel no contestó, dio un sorbo y retuvo el líquido en su boca, sin atreverse a cometer el pecado de tragarlo. No sabía exactamente qué contenía un martini ni le importaba. El trago empezó a crecer, no podía disimular más. Finalmente lo pasó, ante la mirada ajena de Roberto. El sabor del martini permanecía en la lengua de Isabel, ``no está mal, pero bien tampoco'', pensó.

Ella prefería los sabores dulces, de cola. Iba por el mundo pidiendo una diet coke y ganándose una merecida fama de falta de estilo. Siquiera fuera adicta al agua de Evian, pero a la coca cola... El martini resbaló por la garganta de Isabel y se alojó en lo que ella identificó como el plexo solar. No recordaba dónde había oído ese nombre, pero le gustaba, lo ubicaba en el centro de su cuerpo, el lugar donde se daban cita todas las emociones, ahí donde le dolía cuando miraba a sus padres beber hasta embriagarse. Sí, tenía que ser el plexo solar el que se llenaba de angustia y luego de vergüenza al verlos besarse en público, cantar, bailar con aspavientos, mientras ella hubiera querido ocultarse.

Roberto paladeaba su martini cuando Isabel sintió una punzada en el pecho y apretó la copa hasta casi romperla. ``Ya vámonos'', le dijo a Roberto, con la misma voz que les suplicaba a sus padres veinticinco años antes. Roberto no le hizo caso e Isabel se sintió tan impotente como entonces, mas lo único que hizo fue sonreír, igual que a los nueve años.

Isabel despertó con el corazón acelerado, la sombra de su madre la cubría totalmente. En la oscuridad no alcanzaba a verse, si no fuera por el ácido que se le derramaba por el plexo solar, pensaría que no existía. Ahí se le acumulaba toda la vida cuando se asustaba y el resto de su cuerpo parecía morirse: las manos frías, las piernas sin fuerzas, el rostro pálido, sólo el estómago ardiéndole, como si se hubiera tragado el sol. No, no podría volver a dormirse y se pasaría la noche oyendo roncar a Roberto, mirando el techo y pensando en su madre, que ella sí, estaba muerta.

El día que su madre murió no se despidió de ella. Isabel se limitó a observarla y a esperar a que su madre quisiera irse, como aprendió a hacerlo en aquellas fiestas a donde la llevaban de niña, sin preguntarle si deseaba asistir. Ahora se sentía abandonada igual que cuando suplicaba ``ya vámonos'' y acababa durmiéndose en una silla cualquiera, para despertar sobresaltada a medianoche sintiendo que la llevaban cargada a casa. No era lo mismo que la cargaran así, a que se fueran. La diferencia era la falta de voluntad de su parte. Quizá por eso Isabel no acababa de irse del todo, algo de ella seguía en medio de la fiesta, tomando coca cola, y viendo beber a sus padres.

Isabel se levantó con un vacío en el estómago. No sería la primera ocasión en que se tomara una coca de dieta a la una de la mañana como si fuera la una de la tarde. Es decir, con una avidez desproporcionada a su sed. Luego se volvía a acostar y menos conseguía dormir. Su madre aprovechaba ese insomnio para refugiarse del olvido dentro de ella. Se acomodaba en su plexo solar haciéndola sentirse embarazada, embarazada de su propia madre. Toda la noche Isabel se esforzaba por darla a luz y no lo lograba hasta el amanecer, en que se levantaba, iba al baño, se veía en el espejo y repetía: no me parezco a ella, a mí no me gustan las fiestas y sólo tomo coca cola.

La noche anterior Roberto la había hecho traicionarse al ofrecerle un martini, sabiendo que no tomaba. Ella lo había bebido completo, por eso sentía miedo de verse en el espejo. Su madre iba a cumplir cinco años de muerta. Isabel recordó la recámara vacía después de su muerte, tan vacía como su estómago, la soledad de su padre, que no había vuelto a brindar con nadie y, por primera vez en su vida, sintió vergüenza de haber sentido vergüenza de su madre, de no haberle tomado la mano en el último minuto. Le dieron ganas de vomitar. La urgencia de ir al baño la obligó a pasar frente al espejo, se miró de reojo. No quiso reconocer los rasgos de su madre en su propia cara, ni aquella mueca de asco que tanto le disgustaba en ella, dibujada en sus labios. Después de vomitar le quedó la boca seca, su madre debió sentirla seca muchas veces, pensó Isabel, viendo la botella de coca cola que dejaba siempre sobre el buró; también estaba vacía. Isabel fue a la cocina por otra y no encontró ninguna. Roberto se había olvidado de comprar más, solamente había cervezas, tequila, ginebra. Ella no tenía idea de cómo se preparaba una margarita, ni un martini, pero podía probar. Mezcló en un vaso los tres ingredientes, les puso limón y sal y bebió el contenido como si fuera diet coke. ``A tu salud, Roberto'', dijo dando un fuerte eructo. Luego regresó a su cama, se despidió de su madre y se quedó dormida.