n José A. Ortiz Pinchetti n

Al final del invierno: antevíspera de la batalla

Ya se prepara el escenario para la guerra electoral del año 2000. Pero las acciones decisivas todavía están lejanas. Es casi imposible poder predecir lo que sucederá. La incertidumbre acredita el cambio político y una vida pública que parece una inmensa comedia de equivocaciones.

No hay duda que Zedillo no está en su mejor momento. Sufre una baja constante en los niveles de aprobación popular. Pero el PRI parece disciplinársele. A pesar de que muchos lo tachan de políticamente inepto ninguno de los grupos en el poder se atreve a desafiarlo. Las corrientes renovadoras más respetables están adquiriendo presencia y agresividad. Pero la masa principal mantendrá la disciplina y seguramente le permitirá o le pedirá que designe a su sucesor. Los precandidatos ''fuera de control'' (Bartlett, Madrazo) van poco a poco debilitándose.

En el campo opositor prevalece una división feroz que, por supuesto, favorece al PRI y que no rinde ningún fruto a favor del PAN o del PRD. Las dirigencias de estos partidos siguen enconadas en luchar uno contra el otro, en lugar de orientar su energía a poner en jaque al sistema. Hay signos (leves) de un posible cambio: se aproximan cambios de dirigencia, tanto a nivel nacional como local. Se consolidan tempranamente las candidaturas de Fox y Cuauhtémoc Cárdenas. El primero va adquiriendo presencia pública. Por primera vez es conocido por la mayoría de los pobladores del país, pero Cárdenas tiene un fuerte ''posicionamiento''. Ha podido hasta hoy soportar el ataque masivo del sistema, que aparentemente lo ve como el adversario más peligroso.

Ningún candidato resulta abrumadoramente superior al que pueda ofrecer el PRI. Los analistas están muy sorprendidos de los triunfos recientes del partido oficial (a punto de cumplir 70 años) y la gran mayoría de ellos apostarían a que el tricolor gana ųaunque con escaso margenų si sus enemigos no se alían y ofrecen una alternativa única. Esto resulta muy difícil en las actuales condiciones de la ley electoral. El Partido Revolucionario Institucional ganó, al empezar 1999, las gubernaturas en varios estados y esto anima, como es natural, a sus partidarios. Pero no pueden sentirse seguros. Si uno analiza con cuidado y compara los resultados electorales del PRI en la elección federal de mitad del término en 1991 contra la de 1997, y los resultados en las elecciones para gobernadores durante los comicios salinistas y las contrasta con las del actual sexenio, es imposible dejar de ver un descenso muy significativo del voto a favor del partido oficial. En términos de mercado, el Viejo Gran partido está perdiendo posicionamiento y no parece fácil que revierta la tendencia. Unos cuantos ejemplos:

Guerrero, en 1993, el PRI ganó por 64 puntos porcentuales, y 1999, manchando la elección con irregularidades, apenas logró 49.8. Hoy la oposición llega a 50 por ciento. En Baja California Sur, el tricolor ganó la elección de 1993 con 50 por ciento y en 99 la perdió con 36. La oposición en conjunto rebasó 60 por ciento; en Quintana Roo, donde el actual gobernador ganó en 1993 con el bonito porcentaje de 92.5, este año el Revolucionario Institucional apenas si pudo ganar, ahora con 43 por ciento; la oposición en conjunto alcanzó claramente la mayoría de los votos. En Hidalgo, uno de los estados más priístas del mundo, en 1993 el PRI triunfó con 78 por ciento y ahora sólo pudo alcanzar 50, mientras que la oposición se llevó la otra mitad.

Si la economía en el segundo semestre del 99 es muy mala, y en el primer trimestre del 2000 es mala o muy mala, y la oposición tiene un candidato fuerte o si está unida, la suerte del PRI podría estar echada.

La transición va de modo tan torturado, que parece un proceso de agonía y no un tránsito que lleve de la normalidad autoritaria a la democracia.

El presidencialismo sigue controlando al país y determinando la política económica casi a capricho. La iniciativa para reprivatizar y extranjerizar la industria eléctrica, no sólo carece de lógica interna sino que es profundamente impopular.

En una encuesta de la prestigiada casa Alducin, 70 por ciento de la población se opone a que la industria eléctrica pase a manos de extranjeros, y 60 por ciento a que se privatice.

El PAN, que ya pagó una cuota de popularidad con la aprobación del Fobaproa, sabe que sufriría daños si endosa la iniciativa de Zedillo. ƑLo hará? ƑContra qué?

Las cosas podrían tomar un curso mejor si el Presidente de la República se decide a proponer en serio un conjunto de puntos mínimos de acuerdo que permitieran una nueva reforma, la última de su reinado. Hace poco lo propuso tibiamente.

La oposición podría arrebatarle la iniciativa y asumir una propuesta integral, firmada por los más fuertes precandidatos del PAN y del PRD. Tendría un efecto muy sano para la vida pública.

Zedillo no pasará como un presidente de la transición, pero podría recabar un relieve inesperado si admite y garantiza el triunfo de un opositor y le impone la ''terciada de tres colores'' el primero de diciembre del 2000, improbable, no imposible.

 

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