n Arnaldo Córdova n

Las alianzas

El tema de las alianzas se va convirtiendo en un asunto central de la lucha política en nuestros días. No podría ser de otra manera en un ambiente político cada vez más democrático. Manuel Camacho, presidente del Partido de Centro Democrático (PCD), ha insistido siempre en el problema y ha hecho de ello casi un emblema de su partido, postulando, a la vez, que no puede haber un verdadero cambio democrático si no se saca del gobierno al PRI y si eso no ocurre a través de una amplia coalición de todas las fuerzas políticas de México. Camacho, desde luego y desde mi punto de vista, tiene razón. La cuestión es cómo hacerlo.

Las declaraciones de Felipe Calderón Hinojosa, presidente saliente del PAN, favoreciendo la posibilidad de una eventual alianza entre su partido y el PRD para enfrentar en el 2000 al PRI, han sido recibidas, por lo general, con un profundo escepticismo, pues no hay modo, hoy, de conciliar posturas políticas tan antagónicas como las del PAN y las del PRD. Casi nadie ha podido explicarse por qué Calderón hizo ese pronunciamiento cuando está por terminar su periodo al frente de su partido, por qué no lo hizo antes y, después de todo, qué es lo que busca con esas declaraciones en un ambiente tan confuso como el de estos días.

Pero pienso que las declaraciones del líder panista deberían ser acogidas para su meditación y por muchas razones. Entre ellas, podría mencionar la que es esencial: no habrá modo de vencer al PRI ni dar un gobierno estable a la República en el 2000 si no es a través de una gran coalición de todas las fuerzas de oposición que, en su conjunto, son ya una mayoría visible. El gobierno y su partido, por otra parte, no se ven dispuestos a soltar el poder para que éste sea disputado democráticamente. Las experiencias electorales recientes, sobre todo la de Guerrero, demuestran que el PRI no quiere correr riesgos democráticos y que su verdadera opción es la de mantener el poder a como dé lugar.
Las propuestas de Calderón y de Camacho tienen sentido. Está claro que hoy no aparecen viables y ya se ha hecho notar. No se puede pedir a los grandes prospectos de candidatos, Fox y Cárdenas, que renuncien a sus ambiciones. Hace tiempo, Fox dijo que él renunciaría a sus candidatura si veía que Cárdenas tomaba una delantera contundente en la lucha por la Presidencia. Todo el cielo panista le cayó encima y no volvió a hablar del asunto. Pero las condiciones podrían dar para ello en cuanto se desate la contienda, tal vez dentro de un año.

Esta no es la hora de decidir el problema. Es la hora de plantearlo y hacerlo del mejor modo. Ni panistas ni perredistas están listos para decidir al respecto; pero deberían acoger la propuesta, porque ésta es realista y, además, factible. Es un hecho que el PRI es el partido más abocado a ganar las elecciones del 2000 y que su apuesta está en la división de las oposiciones. El gobierno y los priístas harán cuanto puedan para mantener alejadas entre sí a las fuerzas de oposición, principalmente a los panistas y a los perredistas. Sus voceros no cesan de desgañitarse diciendo que se trata de una coalición contra natura. Y hacen bien, pues en ello les va la vida y, lo más importante, el poder.

Ni los panistas ni los perredistas tienen por qué tomar una determinación ahora mismo. Lo más adecuado será que empiecen sus campañas, con sus candidatos naturales y observen la marcha de los acontecimientos. Llegará el momento en el que deban tomar una determinación, como Fox lo señalara, cuando se vea de qué lado se inclina la voluntad popular. Pero el objetivo que hoy puede discutirse es vencer al partido oficial y a su gobierno en las próximas elecciones federales, lo que, repito, sólo podrá hacerse mediante la unidad de todas las fuerzas de oposición. No hay más camino.

Debe tomarse en cuenta, porque los hechos nos lo han demostrado hasta la saciedad, que no habrá verdadera reforma democrática de nuestras instituciones y de la vida política del país mientras el PRI siga siendo dueño del gobierno. La idea de Heberto Castillo en el sentido de que sólo avanzaremos como lo deseamos y lo necesitamos si sacamos al PRI del gobierno. No se trata de un mero maniqueísmo político. Es que es la verdad. No podremos ya avanzar más si el PRI sigue adueñado del poder. Ese partido no desea el cambio; no está dispuesto a ceder el poder; no quiere competencia por el mismo, y tampoco quiere ningún cambio que signifique la pérdida de su sistema de dominación.

Perredistas y panistas deberían discutir fríamente la propuesta de Calderón. Podríamos imaginar que estarían en condiciones de decidir al respecto ya cerca de las elecciones, digamos un mes antes, cuando las cuentas aparezcan más claras. En todo caso, deben tomar en cuenta esa propuesta y discutir sin descanso. De ello puede depender el futuro de la democracia en México.