n Rolando Cordera Campos n
Más que modelo, políticas
Sería en efecto una desgracia, como escribe Héctor Aguilar Camín en su entrega a La Jornada del lunes pasado, que en uno de estos vuelcos funestos, pero posibles, de la historia y la política se echara para atrás el paquete de reformas realizado por el gobierno del presidente Salinas. Las voces en contra de esas reformas no me parecen abrumadoras, pero es cierto que a la menor provocación reaparecen vestidas de justicieras, cuando no de salvadoras de la patria.
La vitalidad de esas voces, la posibilidad de ese vuelco, podrían explicar la insistencia (y la estridencia) con la que desde las cúpulas empresariales y del gobierno se defienden la modernización y las reformas económicas del Estado, así como el empeño en mantener viva, como dialéctica política central, la oposición entre modernizadores y tradicionalistas, entre modernidad y tradición estatista o populista.
La actualidad de esa dialéctica, indiscutible en los años anteriores a la firma del TLC, es ahora dudosa. Los costos de revertir aquellas transformaciones son demasiado altos para todos, aparte de que la viabilidad de ese giro en redondo es poco probable si tomamos en serio el rumbo dominante del mundo en que nos insertamos.
Lo que en realidad debía estar sobre la mesa, son las políticas públicas, sectoriales o macroeconómicas, que puedan darle al ''modelo'' no sólo firmeza económica y social, sino capacidad de crecimiento sostenido y distribución social de sus frutos. Nada de eso, en verdad, nos ha ofrecido el tan traído y llevado (y denostado) modelito.
En alguna ocasión, ante una pregunta airada de un economista militante, Jaime Ros respondió que si de definir el modelo se trataba, él lo describiría como una economía abierta y de mercado. Y de construir eso es que se han tratado las reformas de los últimos años. Lo que no han producido ni pueden producir por sí solas, es un curso de expansión congruente con las propias exigencias de tal forma de desarrollo, mucho menos con las demandas que la sociedad hace de una mejor calidad de vida, nuevas capacidades productivas y mejores formas de existencia social y política.
Todo eso se logra, o no, mediante las políticas sociales y de fomento, cuya articulación con el marco global no es fácil ni está predeterminada por los parámetros del ''modelo'' así descrito.
En este terreno, que no es ya el de las abstracciones a que nos remite el vocablo, es donde se definen objetivos y se buscan los mejores instrumentos para acercarse a ellos. Aquí se escogen, política y técnicamente, las mezclas que se consideran deseables y factibles, y es aquí también donde surgen las opciones y los riesgos cotidianos.
La organización económica que ha emergido del cambio estructural no determina fatal y unívocamente tales objetivos y medios. No hay un recetario único derivado del modelo y lo peor que le puede pasar a una sociedad tan cruzada por desigualdades y dislocaciones sociales, es jugar su suerte a un solo mapa político-económico. Lo que se impone es un esfuerzo de elaboración y pedagogía que ofrezca a la población las referencias básicas para intervenir y decidir, y hacerse cargo de los riesgos y costos de una u otra opción, mientras no llegan los satisfactores buscados.
En el marco y la perspectiva histórica del cambio estructural, no hay una sola política sectorial, ni un único formato para tomar decisiones, distribuir el ingreso o encarar la pobreza de las masas. Tampoco lo hay, por tanto, para subsanar faltantes previsibles en materia energética o, cuando llegue, encarar el verdadero drama que representa nuestra industria petrolera.
La receta, así sea la más glamorosa del día, no nos lleva demasiado lejos y puede ser tan costosa como el ''salta pa' tras'' que aún anida en muchos corazones del viejo régimen. La hora ya no es la de las grandes polaridades sino la del trabajoso debate sobre políticas y la manera de desarrollarlas, de asumir compromisos con ellas y de estar alertas y dispuestos para cambiar así sea a la mitad del río.
Los héroes de la gran polaridad de los años pasados, parecen agotados y al menor descuido pierden los estribos, pero su hora pasó y lo que se espera de ellos es que se reconviertan, y pronto.