En las próximas semanas se dará a conocer el resultado del concurso para la rehabilitación del Zócalo. Según informes de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda del Distrito Federal, organizadora del concurso, se inscribieron 193 participantes, de entre los cuales un jurado internacional seleccionará los 15 mejores proyectos para, finalmente, dar a conocer al ganador. El proyecto se ejecutará en los últimos meses del año y puede preverse que, con el nuevo siglo, el Zócalo estrenará look. Sin duda será un acontecimiento importante para los habitantes de la ciudad.
Ver la renovación del Zócalo, un verdadero símbolo nacional, tendrá sin duda impacto en eso que llamamos el imaginario colectivo. Advertir sus transformaciones históricas puede darnos una idea de lo estrechamente ligados que están su imagen y la identidad nacional. Podemos imaginar, por ejemplo, la fundación de Tenochtitlan en el Zócalo mismo. Un águila devorando una serpiente sobre un nopal, ¿mito o verdad? No lo sabemos con exactitud, pero todos los mexicanos estamos ciertos de que ese es el símbolo de la fundación de la ciudad capital y lo hemos asumido como símbolo nacional.
Una maqueta en la entrada del metro Zócalo nos ilustra el look de lo que pudo haber sido el sitio en el esplendor de la época prehispánica. Un monumental templo Mayor, con sus dos adoratorios en la cima, palacios y espacios abiertos en los cuales podemos imaginar danzas y rituales. En 1521 la caída de Tenochtitlan puede representarse con la destrucción del Templo Mayor y, poco después, hacia 1522-1532, puede fecharse el nacimiento formal del Zócalo. Su diseñador, Alonso García Bravo, trazó la plaza, el centro de la ciudad, siguiendo el modelo de tablero de ajedrez que las ciudades renacentistas debían tener. Sin duda, se pensó entonces en una plaza tan monumental como aspiraría a serlo la ciudad misma. Hoy podemos decir que las dimensiones de la ciudad no han defraudado al proyecto original.
El Zócalo lucía, a finales del siglo XVIII, una extraordinaria imagen de ciudad colonial. La enorme catedral, con sus dos gigantescas torres y su extraordinaria capilla del Sagrario estaban terminadas. Es más, desde 1790 exponía en una de sus esquinas la Piedra del Sol. Al lado oriente ya está el Palacio Virreinal, un verdadero fuerte de dos niveles. Al sur el Ayuntamiento, gobernado por la nobleza, y el mercado de El Parián. Al poniente, los portales de Mercaderes. En el centro, El Caballito de Tolsá, el que con la Independencia tendría que ser desalojado hacia la universidad, después hacia el cruce de Paseo de la Reforma y avenida Juárez, para llegar a su actual sitio, frente al Palacio de Minería.
Hacia mediados del siglo XIX, el Zócalo se desembarazó de El Parián y lució abiertamente su cuadratura. Ostentó entonces un hermoso jardín de fresnos, con kiosco, bancas e iluminación de gas halógeno. Su look fue el de una ciudad ``cosmopolita'', un espacio para el encuentro del público, de una ciudadanía naciente. Para reforzar esa imagen llegarían los tranvías, primero de mulas y luego, ya plenamente en la modernidad, los eléctricos. Como además era época de liberalismo, se delimitó el atrio de la Catedral con las rejas que hasta la fecha existen.
Al término de la Revolución, el Zócalo volvió a cambiar de atuendo. Un concurso convocado en 1916 trató de darle una nueva imagen. Se agregó un nuevo piso al Palacio Nacional y sus muros fueron entregados a Diego Rivera, con lo que una parte del ``interior'' del Zócalo se convirtió plenamente en arte. Se demolió el mercado de El Volador para instalar la Suprema Corte de Justicia y, además, cambió de nombre. Ahora era la Plaza de la Constitución, pero todos siguieron llamándole el Zócalo, desde que en el siglo XIX se construyó la base de un monumento a la independencia.
Ernesto P. Uruchurtu, el Regente de Hierro, transformaría nuevamente la imagen del Zócalo al final de los cincuenta, para hacerlo más ``funcional'' e ``institucional''. Se le quitó el jardín y el kiosco. Sólo se cubrió con una plancha de concreto, con el asta bandera al centro. Más tarde, la cirugía urbanística colocaría la estación del metro en sus entrañas y la cirugía arqueológica desentrañaría los restos del Templo Mayor en el lado nororiente. Así es como luce ahora el Zócalo, al estilo de los ochenta. Como gran plaza para las manifestaciones de masas, cruce de identidades, lugar de encuentro y tránsito sin fin. ¿Cómo lucirá el nuevo Zócalo? ¿Qué atuendo le pondrán los diseñadores de hoy? ¿Estilo posmoderno, neoconservador, atrevido, elegante, casual?