n Arnoldo Kraus n

Testamento en vida

Es probable que las polémicas acerca de si el individuo es o no dueño de su vida nunca finalicen. Circunstancias religiosas, filosóficas, sociales, culturales, económicas e individuales circundan estas discusiones. Es decir, todo lo que conforma la vida influye en estas decisiones. Sin duda, el suicidio es el ejemplo que esquematiza mejor esta dicotomía: Ƒtiene o no la persona derecho a quitarse la vida, su vida? El abanico de respuestas es inmenso: quienes respetan la autonomía de la persona no lo condenan. Quienes consideran que existen compromisos societarios y con alguna deidad lo reprueban. No deja de sorprender que la contraparte de la muerte voluntaria, los nacimientos, sean objeto de escasa o nula polémica. Hablo, por supuesto, de los nacimientos "indeseables", de las procreaciones no caviladas.

En este mundo, devastado en lo económico, lo moral y lo humano, en donde la mayoría de sus habitantes pervive con dificultad y carece de futuro, Ƒhasta qué punto es ético engendrar si no hay futuro para el vástago?, Ƒdeben seguirse algunas doctrinas religiosas que abogan por que las familias tengan tantos hijos como Dios quiera? Las discusiones acerca del derecho para seguir reproduciéndose indefinidamente, aun a costa de una vida miserable, y la facultad para decidir la hora de la muerte, deberían discutirse bajo la misma luz.

Quien ha cavilado acerca de la transitoriedad en esta Tierra, es muy factible haya dedicado algunos momentos para asomarse a las probables circunstancias de su fin, y las condiciones que podrían, en determinadas situaciones, englobar su proceso de morir. Asimismo, el avance de las ciencias médicas, la figura del doctor Kevorkian, la publicidad que se ha hecho, sobre todo en naciones del Primer Mundo, de algunos casos de pacientes terminales cuyos médicos se negaban a retirar las medidas de apoyo, han sido también motivos para meditar acerca del "cómo morir". Los testamentos en vida, y más recientemente los "poderes duraderos del abogado" (durable powers of attorney), son algunas de las respuestas generadas --en México lamentablemente adolecemos de esos documentos-- por sociedades que vindican y bien valoran la autonomía del ser.

Ambos documentos deben llenarse cuando la persona se encuentra sana, tanto física como mentalmente. Estos testimonios le permiten al individuo expresarse en relación a lo que desearía o no de las ciencias de la salud cuando determinada enfermedad le impidiese tomar decisiones médicas vitales. Los testamentos en vida deben, idóneamente, ser instrumentados por el doctor de cabecera --"el médico amigo"-- junto con el paciente. Los "poderes duraderos del abogado" se llevan a cabo con un apoderado. Los testamentos en vida entran en vigor cuando existe la posibilidad de morir y la persona es incapaz de tomar decisiones médicas. En cambio, el apoderado es llamado cuando el enfermo no puede tomar decisiones médicas y opera indistintamente si existe o no amenaza de muerte.

Problema inherente en ambas formas es la imposibilidad para presagiar con exactitud cómo será el final: ni la medicina es una ciencia exacta ni los enfermos son iguales ni las patologías siguen siempre caminos idénticos. Se ha sugerido que las posibles ambigüedades de los testamentos en vida --consideremos un caso: si a un individuo con Alzheimer avanzado se le diagnostica neumonía, Ƒdebe ser tratado?-- pueden ser superadas cuando se cuenta con un apoderado quien supone tiene las características para confrontar y resolver ese tipo de preguntas. De ahí la importancia de los diálogos oportunos con médicos, apoderado y familiares; entre más claros, precisos y amplios, menos dudas.

Los testamentos en vida o los apoderados no eximen al doctor de sus responsabilidades éticas. Al contrario: exigen del médico un interés, encuentro y conocimiento más profundos de cada caso, pues los obliga a fungir como abogados de los pacientes y no como simples administradores. Al considerarse cualquiera de las posibilidades mencionadas para "decidir", hasta donde sea posible, "como podría ser la muerte", es preclaro que las normas éticas diseñadas para el cuidado médico, así como la terapia para alargar la vida, deben ser nítidas.

La vida podría ser prolongada a menos que las medidas utilizadas para evitar la muerte impongan más dolor que beneficios o sea fútil. Fútil es un término que recientemente se ha implementado en algunos círculos médicos dotados de comités de ética, y que denota la inutilidad de continuar tratamientos médicos que no conducen a nada y que, sobre todo, no favorecen a los enfermos. En ese tamiz, tanto los testamentos en vida como los apoderados, pueden hacer que terapias inadecuadas no se lleven a cabo, amén de permitirle a la familia que sean ellos quienes tomen las decisiones finales.