n PURASANGRE
Lottman: Jules Verne
1. No tuvo paz, ni reposo. Más de cien libros en su haber, en su mayoría novelas, fueron su vida por entero.
2. Julio Verne se devela ante los ojos de Herbert Lottman, el biógrafo estadunidense que ha también encendido lámparas en las existencias de Camus, Flaubert o Colette, como uno de los más incansables escritores de los que se tenga noticia. Y esto, el hecho de producir infatigablemente una historia tras otra, no es más, pero tampoco menos, que uno de los datos de relieve en la vida del prosista.
3. El libro se titula Jules Verne (Barcelona, Anagrama, 455 pp.), para atender a su nombre escrito en francés y da cuenta de prácticamente todo lo que conformó el entorno y el sentir de uno de los más grandes ilusionistas del XIX quien, por cierto y de manera póstuma, siguió acompañando con sorpresas librescas a sus numerosos lectores al menos durante seis años después de morir, ya entrado el XX.
4. Nunca puso pie en la Academia Francesa, pese a que buscó uno de sus sitios con afán e incluso ayudado por Alejandro Dumas hijo, y contó, feliz de él, con el trato de Dumas padre. No fue, aunque en ello puso el tesón de su pluma, un autor dramático de éxito. Varios años fueron dedicados por Verne a crear obras teatrales sin que el público de la época las valorara un poco. Desde luego, ese es el inicio de una trayectoria que lo descubriría como narrador casi al mismo tiempo en que consigue la independencia de su familia, a la cual debió su primera estancia en París y sus empeños, casi todos ellos fracasados, de ser corredor de bolsa.
5. En su tiempo fue acusado de plagio, fue sospechoso de adulterio, y se coló tras bambalinas la especie de que mantenía relaciones más allá de la amistad con un joven de nombre Aristide Briand. Ninguna de las tres posibilidades prosperó. Aquí importa el escritor, no el hombre de la calle y la vida cotidiana, pero en la biografía de Lottman todo lo que lo rodea es insoslayable. Vale decir, entonces, que con amplitud demostró, en los dos casos que le imputaban tomar obra de otro para enriquecer la propia, que salió completamente limpio. Como él mismo lo dijo en su momento, poco tendría que tomar de un autor diferente un narrador que para entonces tenía en su haber 80 libros publicados. Y tenía razón.
6. Tuvo, acaso, una sola necesidad desmedida, navegar. Hizo inversiones cuantiosas para poseer el Saint-Michel III, un steam yacht capaz de alcanzar diez nudos y medio con las velas desplegadas. No habría modo de encontrar el reproche en su necesidad de viaje, aunque, curiosidades del destino, lo cierto es que jamás se acercó ni de lejos a realizar los diversos tránsitos de que proveyó a sus personajes.
7. Ni el balazo que recibió en un pie y que nunca terminaría de sanar, ni la ceguera progresiva que lo acosó hasta el final de su vida, ni las premuras monetarias que fueron su sino le impidieron escribir. Y si él, maestro de maestros, pasó por tales pruebas y murió casi con la pluma en la mano, la pregunta es: Ƒde qué se quejaría un escritor mientras pueda escribir?
n César Güemes n