El Partido de la Revolución Democrática puede convertirse en partido gobernante dentro de 17 meses. Esta es una posibilidad real. De tal manera, quien resulte electo presidente el 14 de marzo encabezará un partido que puede ser gobernante al principiar el siglo XXI, y va a enfrentar problemas de complejidad sin precedentes. De ahí la importancia de la elección interna del PRD, tanto para los miembros de esta organización, sus simpatizantes, electores y la opinión pública del país.
En las circunstancias actuales, una elección como ésta tal vez se puede ganar gracias a la habilidad de los candidatos y sus operadores para negociar, hacer compromisos, intercambiar puestos por votos y, sobre todo, alinear a quienes -jefes de grupo- manejan el voto corporativo más o menos controlado con formas clientelares. Este voto, minoritario sin duda, va tener sin embargo un peso importante en los resultados; será determinante, incluso, si la gran masa de miembros del PRD ajenos a los grupos se mantienen al margen y no participan en el acto de elección.
Y se puede, ciertamente, ganar una elección interna con esos métodos distantes de la democracia, dominantes en el PRD por ahora, pero con ellos no puede construirse una dirección competente, capaz de conducir acertadamente a este partido de izquierda en una situación como la actual. Más aún, si quienes aspiran a dirigirlo no cuentan con un proyecto político y propuestas para convencer a los miembros de su partido, más allá de los estrechos marcos de los grupos de interés, con el objetivo de ganar un respaldo consistente de la mayoría del PRD, sin el cual ninguna dirección podrá enfrentar con éxito los difíciles problemas internos y externos de los próximos meses.
Los candidatos a la presidencia del Partido de la Revolución Democrática tienen ideas más o menos conocidas, pero a tres semanas de la elección, ninguno ha expuesto un discurso articulado y coherente, de diagnóstico de la situación nacional y de enfoque de los grandes problemas del país y de la sociedad, cuya solución puede iniciarse el año próximo si se produce la victoria de una coalición de centro izquierda, en la que el PRD debe ser protagonista central. Tampoco hay confrontación de ideas entre los candidatos, pese a que esto es por completo necesario para que, independientemente de los resultados electorales, se elabore un enfoque común sobre los principales problemas externos e internos que enfrenta este partido.
Entre esos problemas, destacan algunos. Por ejemplo: elaborar la plataforma electoral del partido con la cual disputar la dirección del país a los partidos del continuismo neoliberal, el PRI y el PAN; definir la propuesta de cambio de rumbo de la economía nacional, una propuesta que no puede ser ambigua con la esperanza de dejar satisfechos a todos los sectores, pues eso es imposible; acordar una política de alianzas que no existe, pues la simple postulación de candidatos externos no lo es y este partido no puede guiarse en esta materia con la idea expuesta por un dirigente, de que ``para llegar al gobierno vamos a aliarnos hasta con el diablo'', o sea ``el fin justifica los medios'', con el que se puede ir a cualquier parte, pero no a la construcción de una sociedad democrática, a la justicia social, a la igualdad.
Otros problemas importantes son los internos. Por ejemplo, conducir la selección del candidato a la Presidencia con transparencia democrática y estilos que eviten las sacudidas bruscas, los atropellos o las fracturas. Y un asunto más sobre el cual están obligados a pronunciarse los candidatos: la falta de organicidad del partido y el predominio en su estructura de los grupos clientelares que envilecen la relación con los ciudadanos, falsifican la democracia interna y diminuyen la credibilidad del organismo político.
Sería muy sano que Amalia García, Jesús Ortega, Mario Saucedo, Raúl Alvarez Garín y Carlos Bracho expusieran sus ideas sobre éstos y otros problemas de la agenda del PRD, y debatieran entre ellos y con los militantes del partido. Es un debate necesario.
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