Juan Arturo Brennan
Jazz a la vista

El hecho de que el jazz sea una expresión musical popular no justifica que en nuestro medio, por lo general, se le ignora, se le olvida o, en el mejor de los casos, se le asignan los espacios más incómodos, aquellos con peor acústica, peor visibilidad, peor promoción y peor todo. Dicho de otro modo: parece haber una estudiada actitud institucional que tiende a relegar al jazz a los antros o a las plazas. Como saludable muestra de salud mental en contra de esta deplorable y añeja actitud, el Centro Nacional de las Artes le ha prestado al jazz su mejor espacio musical y los resultados han sido altamente benéficos: una apuesta por sacar al jazz de esa especie de limbo clandestino en el que habita, en la que todos han salido ganando a juzgar por el éxito de la primera sesión del ciclo Jazz en el Blas.

Para abrir brecha con esta propuesta, el auditorio Blas Galindo del CNA recibió al trío de Roberto Aymes, contrabajista que a lo largo de muchos años ha dedicado tiempo y esfuerzo a la promoción del jazz en un medio que, inexplicablemente, es poco receptivo a esta lúdica y sabrosa música. Meter al Blas Galindo suficientes jazzómanos para ocupar 90 por ciento de su capacidad en la noche de un viernes de ``puente'' es mérito suficiente en sí mismo; si además la sesión musical resulta redonda y atractiva como en esta ocasión, mejor para todos.

Con la colaboración de Luis Zepeda en el piano y Salvador Merchand en la batería, sus cómplices de mucho tiempo, Aymes propuso un programa de líneas básicamente tradicionales al interior del cual hubo, sin embargo, una buena dosis de variedad. Para comenzar, el trío pagó el indispensable y merecido tributo que muchos otros jazzistas (desde Jacques Loussier hasta el Modern Jazz Quartet) han pagado a la empelucada memoria de Juan Sebastián Bach. Enseguida, una variada colección de piezas, propias y ajenas, llenas de homenajes, referencias, préstamos, glosas e interpolaciones referidas a figuras importantes no sólo del jazz, sino también de otros ámbitos musicales.

Así, una pieza dedicada de carambola a Antonio Carlos Jobim, y otra en la que John Coltrane y Guadalupe Trigo conviven sin mayores problemas genéricos. Así, ejemplos de una especie de soft bossa alternados con el flexible rigor del blues de 16 compases, vocalizado aguerridamente por Luis Zepeda. Y de la pluma del propio Zepeda, la pieza High Mess dedicada a su colega contrabajista, urdida en una muy pura y pulcra aproximación al bebop, es decir, todos tocando en paralelo con un buen trabajo de ensamble.

Para la segunda parte, una revisión al enorme Thelonious Monk mediante su Blue monk, especie de fascinante cubismo sonoro firmemente anclado en las raíces clásicas del jazz. Luego, un repaso indispensable a la negritud jazzística por medio de una rara versión de Drume negrita, de Grenet, filtrada sucesivamente por Leo Brouwer y el propio Aymes, y llena de referencias musicales que conectan elegantemente los ámbitos sonoros de la palapa isleña y del sótano urbano. El Ritmo fascinante de Gershwin también pasó revista esa noche, ejecutado en un toma y daca de cualidades casi improvisatorias que permitió recordar cuánto de aleatorismo controlado puede tener el buen jazz. Y después de atacar una sólida pieza de Don Thomson, el trío de Roberto Aymes concluyó el programa propuesto con una sólida muestra del jazz europeo de Sigmund Romberg, añadiendo sus voces a la textura instrumental para hacer una ilusoria pero efectiva aproximación al sonido de un big band, o por decirlo con más precisión, de un not-so-big-band.

En suma, una rica y sabrosa noche de Jazz en el Blas, exitoso ciclo que en sus tres primeras sesiones ha resultado prueba contundente de que esta música se ha ganado a pulso el derecho a ser sonada y escuchada en los mejores auditorios y en las mejores condiciones. Si esto se vuelve la costumbre en vez de ser la excepción, será buena noticia para los amantes y conocedores del jazz, una cofradía muy sui generis de melómanos que, por razones que no acabo de entender, ha sido obligada a llevar una vida musical underground. Y sin duda, será una mejor noticia para quienes no sabemos nada de jazz pero intuimos que es un mundo musical de una variedad y profundidad poco común.