Jean Meyer
Rusia

Impotentes para modificar el curso de la historia, observamos de lejos aquella Rusia que, día tras día, se hunde. Boris Yeltsin no sale del hospital sino para correr de manera fulminante a su equipo, hacer una declaración truculenta y volver al hospital. Matones pagados por algún organismo institucional o por un grupo mafioso o político asesinan en su casa a una diputada culpable de ser honesta, demócrata o mujer. Los comunistas gritan lemas antisemitas al unísono con grupos nazis, púdicamente calificados de ``patriotas''. La Iglesia ortodoxa calla, lo que significa que otorga. Su silencio puede explicarse por el peso que tiene y tendrá en la lucha por el poder que libran partidos y grupos económicos. Su ausencia de reacción pública frente a la crisis social que golpea a Rusia puede explicarse por el asombro y la impotencia.

La situación de mucha gente es terrible y algunos la comparan a la vivida en los periodos más negros de la historia del país. No quiero presentar un frío análisis estadístico, sino evocar algunos aspectos de esa dura realidad.

El invierno en San Petersburgo es glacial. Nadie puede sobrevivir una noche a la intemperie en las calles barridas por el viento del Báltico. Los sin techo, los niños de la calle lo saben bien y buscan cada tarde un refugio en cavas, bodegas, tapancos, escaleras, drenajes. Niños se acurrucan contra las tuberías de agua caliente de la calefacción de los inmuebles; la droga les ayuda a escapar hacia un mundo de ilusiones que los lleva a la muerte. Los adultos se emborrachan para no sentir el frío; si se duermen en la calle, no volverán a levantarse. Cientos de infelices despiertan en el hospital con los miembros helados. Muchas veces esos pobres diablos, mal alimentados, sin posibilidad de comprar medicinas, mueren en dormitorios sucios y sobrepoblados. El presente invierno es para Rusia el más difícil desde 1946-1947. Y muy frío además. La región del Báltico acaba de conocer el récord de frío del siglo. Las cosechas han sido malas, muchas ciudades sufren de apagones y de falta de calefacción, los infantes nacen en maternidades que ni alcanzan a ser tibias; los niños de la calle son cientos de miles; los pobres, millones. Para la población que se encuentra debajo de la línea de pobreza (oficialmente 40 por ciento) se trata de una catástrofe social. Los hospitales muchas veces no pueden curar ni alimentar a los enfermos que no tienen dinero con qué pagar. A los sin techo, los devuelven a la calle o les permiten tirarse en los pasillos del hospital. A los enfermos les dan la lista de las medicinas que les toca comprar. Las Iglesias, las hermandades, se movilizan, pero faltan recursos en una sociedad acostumbrada a recibir todo del Estado, desacostumbrada a organizarse.

De los orfanatorios, internados, centros de reeducación, ¿qué decir que no parezca copia de Dickens? Una adolescente cuenta: ``Me abren la puerta, las muchachas están sentadas, cubiertas de tatuajes. Yo tenía amigos que habían sido arrestados, amigas también, conocía la costumbre, lo que debe y no debe hacerse, los rituales de iniciación. Entro: una toalla en el piso. Me habían dicho que en tal caso, había un vaso de agua sobre la toalla, que uno debía desplazar con el pie, antes de limpiarse los pies con la toalla. Me asusté porque no había vaso y tenía que ser un rito. Ni modo, entré, me sequé los pies. Una niña dijo: `es de las nuestras'. Luego entró mi amiga Lialia. Las paredes eran de cemento burdo, con una liebre dibujada. Las niñas me preguntaron: `¿cómo vas a pelear, hasta la sangre o hasta los moretones?'. No sabía. Tenías que pegar la liebre con la mano abierta hasta sangrar o que el puño cerrado quedara azul (...) Uno sale de aquí con una violencia increíble, los amigos me lo contaban y lo viví yo; cuando salí, me sentía capaz de hacer pedazos a cualquiera. Los encerrados ya no son seres humanos, sino animales humillados por la vida y los demás. Nadie se salva''.

El padre Alexander Stepanov trabaja con los niños de la calle. Dice que en el siglo XX Rusia ha conocido tres veces ese fenómeno masivo. La primera vez en los años 20, después de la revolución, de la hambruna, de la guerra civil, de la represión que dejaron millones de huérfanos. La segunda vino justo después de la Segunda Guerra Mundial con sus millones de muertos y decenas de millones de personas desplazadas; la tercera es la presente, ligada a condiciones económicas dramáticas, pero también a una crisis de la sociedad y de la familia. ¿Por qué los lazos biológicos, los lazos de la sangre, dejan de unir a los padres de sus hijos? Muchas familias han sufrido la historia siguiente: la empresa cierra, no hay trabajo; el padre o éste junto con la madre toman más que de costumbre; la mafia les ofrece comprarles su departamento (que no les costó nada a la hora de la privatización); los pobres tontos aceptan y se encuentran en el campo o, víctimas del fraude, en un apartamento que ya tiene dueño legal... La familia se dispersa: el muchacho de 10 años se encuentra en un internado; el de seis, con unos primos. Las madres que crían solas a sus hijos son muy numerosas. A veces beben (el alcoholismo femenino es una plaga social) y dejan niños chiquitos solos. Hay ejemplos de madres que se van una semana, cortan agua y luz para evitar accidentes; los niños viven en un tugurio helado y los mayores salen a pedir limosna o a robar. Cuando los vecinos avisan a las autoridades, los niños huyen para no ir al internado. La situación es peor aún cuando el cónyuge golpea a la mujer y a los niños. Por eso hay tantos menores que se lanzan a la calle para huir del infierno doméstico. Los olvidados de Buñuel en la ciudad de Dostoievski.