Margo Glantz
Viaje sentimental

Las condiciones de viaje han cambiado muchísimo: Perogrullo. ¿Cómo comparar siquiera los viajes de Marco Polo con los de los cronistas de Indias, y cómo, cosa imposible, comparar esos periplos con los que yo he estado narrando en esta sección cultural? ¿Y si elijo reseñar a los viajeros que salieron de su país natal para dirigirse a las tierras descubiertas o conquistadas allende el mar, qué tipo de viaje privilegiaría? No sé por qué, quizá tenga que ver con mi estirpe plañidera, pero los cronistas que más me llaman la atención son los que fracasan, más bien, los que naufragan, en primer lugar Alvar Núñez Cabeza de Vaca, mi náufrago preferido, luego, algunos otros cuyas desventuras narra Gonzalo Fernández de Oviedo al final de su Historia general y natural de las Indias y, last but not least, la Historia trágico marítima de Bernardo Gómez de Brito, en la que se relatan algunos desastres de navegantes portugueses.

Y es evidente que ser náufrago implica de inmediato la pérdida de las embarcaciones que han transportado a los viajeros desde su tierra natal, porque naufragio significa hacerse pedazos el navío, de navis y frango, reitero: la fractura de las naves. Fernández de Oviedo lo sabe bien y por eso hace culminar la narración de sus viajes con estas palabras lastimeras que encarecen las miserias de quienes emprendieron largos viajes hacia tierras extrañas: ``Determinado tengo de reducir en este último libro algunos casos de infortunios y naufragios y cosas acaecidas en la mar, así porque las que a mi noticia han venido con cosas para oír y notarse como porque los hombres sepan con cuantos peligros andan acompañados los que navegan. Y si los que yo no he sabido ni aquí se escriben todos se hubiesen de decir, sería uno de los mayores tratados que en el mundo están escritos y de mayor volumen, porque así como las mareas son en diversas partes navegadas por diversas gentes y lenguas, así es imposible venir a noticia nuestra todo lo que en ella han acaecido de semejantes cosas''.

El naufragio es entonces una de las formas más refinadas del infortunio y entre sus maldiciones está la desnudez, alguna vez condición paradisiaca, aunque señal de desgracia en el mundo ``civilizado'' y lo digo con entera seguridad, en esta mi condición de consumista empedernida que en mis viajes suelo dedicar una parte importante de mi tiempo a comprarme ropa para colmar mi desnudez. Oigamos lo que tiene que decir al respecto Cabeza de Vaca, después de que un golpe de mar hace naufragar a Pánfilo de Nárvaez y a sus hombres en Florida, lugar donde pensaban repetir sin contratiempos las ``gloriosas'' hazañas de Cortés en México: ``Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nacimos y perdido todo lo que traíamos, aunque todo valía poco, para entonces valía mucho. Y como entonces era por noviembre y el frío muy grande y nosotros tales que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propia figura de la muerte''. Y sin vestidos han perdido de pronto su condición civilizada, se han vuelto irreconocibles, tanto que los indios que en general andaban desnudos, al ``ver el desastre en que estábamos con tanta desventura y miseria se sentaron entre nosotros y, con el gran dolor y lástima que hubieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio y tan de verdad que lejos de allí se podía oír y esto les duró más de media hora y, cierto, ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía creciese más la pasión y la consideración de nuestra desdicha''.

La desnudez es, pues, terrible, pero nunca lo es tanto como cuando esa desgracia le acaece a una mujer. La mayor parte de los náufragos consignados por los cronistas mencionados son varones, sobresale por ello el caso de doña Leonor, mujer de don Manuel de Souza, portugués que en 1552 regresaba de Asia en el galeón Grande San Juan, traficando especias y mercaderías orientales y quien al llegar a Africa naufraga junto con otros 90 pasajeros, obligados por las trágicas circunstancias a recorrer a pie grandes extensiones de tierra, en medio de privaciones de alimento, despojados de su ropa y de su razón y a la merced de los habitantes de esa región, los que el cronista llama ``cafres'': ``Pues, reitera Gomes de Brito, ¿qué se puede creer de una mujer muy delicada, viéndose en tantos trabajos y con tantas necesidades y, sobre todas, ver a su marido ante sí maltratado y que no podía ya gobernar, ni mirar por sus hijos? Pero, como mujer de buen juicio, con el parecer de aquellos hombres que aun tenía consigo, comenzaron a caminar por aquellos bosques sin ningún remedio, ni fundamento, solamente el de Dios...'' Y ese buen juicio es en realidad una forma extrema del pudor, ese pudor que hizo que tanto Eva como Adán al ser expulsados del paraíso cubriesen de inmediato sus cuerpos pecadores, pudor que sin remedio sólo la conduce a la muerte: ``Aquí dice -¿el cronista?- que doña Leonor no se dejaba desnudar, y que se defendía a puñadas y a bofetadas, porque era tal que quería antes que la matasen los cafres, que verse desnuda ante la gente; y no hay duda que acabara allí en seguida su vida, si no fuera que Manuel de Souza le rogó que se dejase desnudar, que le recordaba que nacieron desnudos, y pues era Dios servido de aquello, que lo fuese ella... Y viéndose desnuda Doña Leonor, tiróse al suelo y cubrióse toda con sus cabellos, que eran muy largos, haciendo un hoyo en la arena, donde se metió hasta la cintura, sin levantarse más de allí''.

Pero el máximo extremo de la desnudez es el hambre. En tierra de salvajes, los náufragos regresan al estado de naturaleza, desnudos como nacieran, o como lo habían estado sus primeros padres antes del pecado original, se han convertido literalmente y, para colmo de males, en seres irracionales: ``Y porque hacía tantos días que no habíamos hecho cambio, ni metiéramos en las bocas cosa que tuviese nombre, obligó la necesidad a que muchos fuesen de parecer que nos comiésemos a este cafre...''