n Odón de Buen Rodríguez* n

Buscando la luz por el cambio

Esta noche de domingo, bajo la luz de una lámpara compacta fluorescente, en mi computadora portátil y con la música de un disco compacto de fondo, intentaré hilar algunas reflexiones sobre lo que hoy día es una constante en mi pensamiento y en mi quehacer: la propuesta de cambio estructural en el sector eléctrico que el Presidente de la República ha puesto en el centro de la mesa de las discusiones nacionales.

Como un rotor de generador eléctrico (de esos que en este momento giran a sesenta ciclos por segundo en alguna parte del país para que yo pueda hacer lo que ahora hago), por mi mente han girado muchas ideas y recuerdos. Las ideas, en buena medida, parten de la necesidad de aportar positivamente a los cambios que necesitamos hacer; los recuerdos son, a su vez, resultado de una búsqueda personal, en particular los que tengo de la vida y la visión de alguien que, habiendo sido actor importante en el desarrollo de la industria eléctrica mexicana en la segunda parte de este siglo, fue mi padre: el ingeniero Odón de Buen Lozano.

Debo señalar, antes de continuar, que yo no puedo hablar a nombre de mi padre ni nadie más lo debe hacer: sólo puedo hablar a nombre propio y a partir de las lecciones y los valores que como persona y como profesional me dejó. Lo que ahora trato de hacer, sin embargo, es buscar en su memoria y en su obra un poco de la luz que le daba a las cosas y ayudarme de ella para hacerlas lo mejor posible.

En particular, creo que recordar y repasar su preocupación conceptual y práctica sobre el cambio me es de gran utilidad en este momento. A mi padre le llamaban mucho la atención los cambios en lo que nos rodea cotidianamente, en la velocidad en la que todo cambia, en la forma en las que cosas que parecen desconectadas se afectan mutuamente; en particular, le llamaba la atención la manera en que los cambios en la tecnología modifican nuestras costumbres y nuestras formas de organización social y económica. Ese interés no era, sin embargo, sólo un ejercicio intelectual. Mi padre reflejaba en este interés una gran necesidad --casi de supervivencia-- de adelantarse a los cambios, es decir, de ser su líder.

Con gran disciplina, pero también con una buena dosis de cultura general, mi padre siempre logró su propósito de estar delante. El participó, junto con el ingeniero Jorge Luque, en el diseño y construcción de lo que fue una de las primeras plantas termoeléctricas grandes en el país, la cual lleva hoy el nombre de quien fuera su jefe. En su momento, colaboró en la introducción al sistema de la tecnología de los turbogeneradores (las jets, como las llamaba), las cuales son el antecedente tecnológico de las plantas de ciclo combinado, actualmente la tecnología de punta en generación de electricidad. En su gran orgullo personal, la electrificación de colonias proletarias, fue uno de los primeros ingenieros en hacer uso de la computación, resaltando la utilización que hizo de ella para programar y dar orden al trabajo de 5 mil trabajadores en la electrificación de Ciudad Nezahualcóyotl, que entonces contaba con un millón de habitantes. En su momento, y entendiendo la corriente de integración de sistemas tecnológicos con sistemas humanos, pasó de ser ingeniero meramente eléctrico a ser ingeniero industrial, convirtiéndose en uno de sus pioneros en México.

Alimentado de este enfoque que me transmitió mi padre y tratando de comparar los tiempos de la nacionalización con los actuales, pienso primero en las razones para la nacionalización de la industria eléctrica de 1960. En aquellos años, México era un país en acelerada industrialización, la cual iba acompañada de grandes migraciones del campo a la ciudad. Estos intensos procesos presentaban un reto no sólo económico sino social y político para el Estado mexicano: la industria requería del servicio eléctrico pero también lo hacían los nuevos habitantes de las urbes (particularmente la ciudad de México), quienes, tan pronto tenían un techo, demandaban para sí, con conexiones ilegales, este servicio. La decisión de nacionalizar, de tomar las riendas de una industria que no terminaba de madurar, trajo consigo la posibilidad de responder a las necesidades de una población urbana creciente, de crear un sistema interconectado que permitiera un mejor aprovechamiento de la capacidad existente y de crear (y aprovechar) nuevos polos de desarrollo.

De 1960 a la fecha han pasado muchas cosas. Nuestro país ya ha superado la etapa de acelerada urbanización, la cual, en su momento, requirió de una conducción centralizada. La industria eléctrica ha madurado, el país se ha interconectado eléctricamente y se tiene capacidad técnica suficiente y de alto nivel. Asimismo, en estos casi cuarenta años, a nivel mundial hemos pasado, entre otros procesos, por una crisis del petróleo y por una amplia socialización de las preocupaciones ambientales. Estos procesos, aunados a la necesidad de disminuir riesgos financieros por las inversiones en grandes plantas, empujaron a la integración de la tecnología de aviación con el uso del gas natural para dar lugar a un producto tecnológico que ha abaratado la generación de electricidad y empujado grandes cambios en la estructura de esta industria en todo el planeta: la planta de ciclo combinado.

Otras cosas también han cambiado y esto tiene que ver con el papel del Estado y con el origen de los fondos para las grandes inversiones. Por un lado, y no sólo por cambios en el exterior sino también por demandas de una respetable cantidad de mexicanos, el papel del Estado se ha ido modificando de propietario a regulador: el Estado ya no fabrica cosas sino que se asegura que éstas tengan la calidad adecuada, que su precio refleje sus costos de producción y comercialización, con márgenes de ganancia aceptables, y que, si son productos de consumo básico, que exista abasto de los mismos. Asimismo, el gasto público, sea para su operación o para inversión en necesidades que requieren de su participación propietaria, se ha tenido que reducir para evitar que sus necesidades de financiamiento ahoguen las fuentes de financiamiento para actividades productivas.

Por el otro lado, la banca de desarrollo internacional (que era la fuente de recursos financieros para los grandes proyectos que se llevaron a cabo antes y después de la nacionalización) se ha preocupado por otras regiones con mayores necesidades que las de México y por otros sectores distintos al eléctrico. Hoy por hoy, el dinero para muchas de las inversiones en servicios públicos en el mundo, sean públicas o privadas, tiene que venir, a final de cuentas, de ahorro privado, y éste, sea de las ganancias por vender nopales en Milpa Alta, de fortunas familiares tradicionales o de los fondos de pensión de los trabajadores de la industria automotriz estadunidense, no puede arriesgarse y, por lo tanto, quien los maneja lo hace bajo reglas sumamente estrictas. Inversiones mayores, como las que se tienen en el sector eléctrico, están sujetas a esas reglas. Esto, queramos o no, es una realidad que nos rebasa pero que no nos debe detener.

Los cambios han sido muchos y trascendentales: la madurez de nuestro sector eléctrico; los cambios en la tecnología de generación, trasmisión, distribución y uso final de la electricidad; el cambio en el papel económico del Estado; la integración de las preocupaciones ambientales en el diseño y operación de los sistemas energéticos; la privatización de las fuente de recursos para el crecimiento del sector eléctrico, y las tendencias mundiales hacia la desintegración de los monopolios de empresas eléctricas públicas y privadas.

Estos cambios son tan importantes que han dado lugar a que muchos de los elementos de la estructura y formas de operación de nuestra industria eléctrica, que ha cambiado muy lentamente respecto del contexto institucional que la rodea en México y en el mundo, sean anticuados, imposibiliten la participación de quienes pueden participar para mejorar y abaratar el servicio, y pongan en riesgo nuestras posibilidades de desarrollo y, por lo tanto, de decisiones soberanas.

Este es un cambio necesario y urgente que requiere de voluntad para que sea posible y salga bien. La mía está, como me enseñó mi padre, con el cambio.

* Funcionario de la Secretaría de Hacienda