n Alejandro Ordorica Saavedra n
Grandes ciudades, problemas magnificados
Los pronósticos que se formulan sobre el futuro de las grandes ciudades suelen ser escalofriantes.
Las ya hacinadas macrourbes, con su enorme complejidad funcional y problemática cotidiana, podrían acentuar sus insuficiencias para responder a las necesidades de su creciente población hasta llegar al colapso.
Cuando se hace referencia a los planes de largo plazo, normalmente las metas que se fijan en los diferentes rubros, hacen referencia a que se tienen que duplicar o triplicar los satisfactores necesarios, ya sea en el rubro de vivienda, en el drenaje o el agua potable.
Y a partir de aquí, tan sólo en este ejemplo, sobre todo cuando se cuantifica el costo de obra pública que se requerirá realizar en los próximos diez o 15 años, la parálisis empieza y el futuro se obnubila. Pero al igual, en los diagnósticos del presente se acumulan rezagos que posean mucho por la magnitud de lo que tiene que hacerse.
Se calcula entonces que al legar el año 2000, por ejemplo, en materia poblacional las ciudades en el mundo podrán tener una población de 6 mil millones de habitantes y cada década adicionar casi mil millones de habitantes.
En estudios recientes, el geógrafo Daniel Noín, sobre el Mapa de la distribución mundial de la población, concluye que las concentraciones de la población se ubican con una distribución irregular a lo largo y ancho de la tierra. Pero además señala que más de las tres quintas partes de la población mundial se ubican en sólo un décimo de la superficie terrestre, así como que a partir de 1900 se inició una tendencia masiva a la concentración poblacional en grandes ciudades, que se aceleró entre los años 1950 y 1980, y continúa a un ritmo de 2.6 por ciento anual, lo que es mucho más elevado respecto al crecimiento de la población mundial, como ocurre en el Distrito Federal.
Así, en los registros de tan sólo esta variable, nos topamos con una realidad preocupante, porque no sólo se requeriría más infraestructura urbana, sino respuestas en el ámbito social para satisfacer las demandas de educación, empleo y salud. No queda más que actuar con una visión y un sentido diferentes de los plazos que hay que cumplir para hacer frente a la crisis urbana a nivel internacional y a nivel nacional.
Para empezar, los países que comparten tal problemática deberían intensificar la comunicación y la interrelación de estas ciudades e intercambiar experiencias y soluciones posibles. Crear una verdadera red de ciudades en el mundo, más que organizar foros internacionales que desfallecen entre cientos de ponencias y mesas redondas, que no siempre culminan ni perduran.
Hacia el interior, el camino a seguir es igualmente complejo y no pueden recitarse fórmulas simplistas, pues el asunto tiene implicaciones que van desde históricas negligencias gubernamentales en materia de urbanismo, despilfarro de recursos e ineficiencias descentralizadoras, hasta la corrupción en el campo y el abandono de las actividades productivas en áreas estratégicas.
Pero no caben lamentos ya. Es preciso dejar de hacer lo que no funcionó y aplicar nuevas soluciones, pues en buena medida ese amenazante futuro, ya está aquí, y tenemos que dominarlo.
De lo contrario, nos situaríamos entonces en las inmediaciones del siglo XXI ante una carga potencial de peligrosas consecuencias: ciudades aún más conflictivas, inseguras, caóticas y con una alta marginación e inequidad social.