n Pedro Miguel n
Absolución en Washington
Después de muchos meses, la pesadilla puritana en Washington parece llegar a su fin. El viernes el Senado decidió que las mentiras de William Clinton sobre su relación con Monica Lewinsky no eran pecado suficiente para echarlo de la presidencia; demócratas y republicanos se fundieron en un abrazo de reconciliación y se prometieron una luna de miel política de aquí al inicio de las campañas para los comicios del año entrante. Las instituciones y los medios dejarán de exhibir la genitalidad presidencial ante el gran público, el mandatario acosado podrá dedicarse a su trabajo y, si actúa con la cautela requerida, a nuevas y excitantes aventuras eróticas secretas. De ahora en adelante --y eso es una conquista laboral de Clinton para sus sucesores-- los episodios de comercio carnal en la Casa Blanca no podrán ser considerados asuntos de Estado.
Ahora los legisladores y los ciudadanos aborrecen a Linda Tripp --la confidente traidora de Monica Lewinsky-- y a Kenneth Starr, nuevo depositario del asco nacional. Quieren olvidar que estos personajes no actuaron solos ni por sí mismos, sino que encarnaron los excesos más enfermizos y totalitarios de eso que se llama "rectitud moral" y de los cuales está hondamente contaminado el común de los estadunidenses. Pero no basta con echar tierra. Tarde o temprano, el país más poderoso del mundo tendrá que darse cuenta que la imputación pública por episodios de la vida privada es una práctica que lleva de regreso a las peores épocas de opresión absolutista y a la destrucción de las libertades individuales y de los derechos humanos. El negar a cualquier persona --presidente o mendigo-- el derecho a la intimidad es, a la postre, tan grave como atentar contra la libertad de creencias, de pensamiento, de ocupación. Y el ejercicio de la intimidad implica la potestad de rehusarse a informar sobre ella.
Por lo demás, la persecución contra el Presidente no parece ser sólo un asunto de sistema de valores y de imaginario colectivo. Tras la absolución senatorial del pecador, nuevos indicios señalan que efectivamente existió la conspiración de ultraderecha a la que Hillary Clinton atribuyó el acoso contra su marido, antes de que éste confesara a medias su batidero en cadena nacional.
Ayer, la edición de Newsweek correspondiente al 22 de febrero presentó un anticipo del libro de su reportero Michael Isikoff en el cual se dibuja una red de relaciones, hasta ahora desconocida, que vincula a Linda Tripp con Kenneth Starr. "Aunque los complotados eran conservadores, no eran el vasto grupo que sospechaba Hillary", dice el informador. Eran, en cambio, un puñado de enemigos convencidos del Presidente, los cuales no sólo ayudaron al bando de Paula Jones, sino que condujeron a una dispuesta Linda Tripp hasta Kenneth Starr.
Ya se sabrá más. Pero la conspiración --si es que existió--, el proceso legal y el juicio senatorial son expresiones de un espíritu intolerante, persecutorio y represor que está patéticamente vivo en Estados Unidos y que choca de frente con la modernidad política, económica y social de ese país.