n Elba Esther Gordillo n
Los frágiles equilibrios
El reciente fallecimiento del rey Hussein de Jordania, quien gobernó durante 46 años, y la presencia en su funeral de muchos líderes políticos del mundo, nos llama a re- flexionar acerca de quién fue Hussein ibn Talal, lo que representó y los efectos que su ausencia tendrán en aquella estratégica y conflictiva zona y, por su importancia, en el mundo.
En el Medio Oriente comenzó la historia de nuestra civilización, aunque las contradicciones originales que se dieron desde su gestión nunca han podido ser resueltas debido a que de ellas surgen las diferentes cosmovisiones que explican y nos explican, y que han permanecido vigentes a pesar del tiempo transcurrido, contradicciones a las cuales se agregan nuevas razones resultado del peso geopolítico que el nuevo armado del mundo ha dado a la región, y por los inmensos recursos energéticos de los cuales la moderna tecnología es adicta.
Cómo pudo Hussein lograr la viabilidad de un país que, como muchos otros de esa zona, fue resultado del armazón geopolítica del mundo y que, antes de su reinado, estuvo sujeto a una gran violencia que condujo al asesinato de su bisabuelo, Charif Hussein, y de su abuelo Abdallah, y a la defenestración por locura de su padre Talal ibn Abdallah.
Cómo pudo lograr un arreglo institucional teniendo como vecinos a Siria, Arabia Saudita, Irak e Israel, sufriendo los enormes efectos de la revolución egipcia del nacionalista Nasser, la nacionalización del Canal de Suez, la guerra del 67 y el Septiembre negro de 1970.
Cómo logró la convivencia entre católicos, musulmanes, así como palestinos, árabes y judíos, y resistir el haber sido el primero en reconocer que Israel existía sin tener que pagar su osadía con la revolución o con el asesinato. Y más, cómo pudo dar sentido y futuro a un país pobre, no mayor al estado de Puebla, sin petróleo, desértico en las tres cuartas partes de su territorio, que tiene junto a sí los pozos petroleros de Mosul, en la región kurda de Iraq, el Golfo Pérsico, el Canal de Suez y las vitales aguas del Eufrates y el Jordán.
La respuesta es compleja, a la vez que simple: empleando la política, para lograr el equilibrio entre posiciones irreductibles, entre visiones incompatibles, entre dogmas irreconciliables, entre intereses opuestos.
La Jordania de Hussein es el mejor ejemplo del equilibrio, ya que, sin pretender imponer una idea preconcebida, y quizá por eso, pudo aceptar que la diversidad puede abrirse un espacio en que la convivencia es posible, y la paz, su resultado.
Los impactados rostros de Gerald Ford, de Carter, de Bush y del presidente Clinton, lo mismo que los de Yeltsin y Blair, son una expresión más de ese equilibrio que pudo tejer la habilidad política de Hussein. Concepciones tan opuestas como las de Arafat o Netanyahu tuvieron la grandeza de espíritu para reconocer y elogiar a quien pudo lograr que las diferencias para concebir el mundo, aun desde posiciones radicales y violentas, no son irreductibles.
Sin Hussein, el reto, no sólo de su heredero Abdallah II, sino de todas las potencias y sus intereses corporativos, es mantener la paz que fue el resultado de la prudencia, la sensatez y la grandeza de un enorme líder.