n Teresa del Conde n

Pedro Friedeberg

No lo suficientemente difundida, o mejor dicho compitiendo con la muy atendida Maestros del impresionismo en el Palacio de Bellas Artes, la exposición de objetos, muebles y esculturas de Pedro Friedeberg pudo haber ocupado, en otro momento, la Sala Nacional. No sólo por la larga e inusitada trayectoria del artista, nacido en Florencia en 1937 y desde 1940 afincado en México, sino sobre todo porque su producción, rabiosamente individualista, constituye un caso aparte en la historia del arte mexicano. Caso aparte y no tanto, Friedeberg influyó en los inicios de otros pintores, en Xavier Esqueda, por ejemplo, y desde luego que en no pocos diseñadores y hacedores de objetos.

Su formación de arquitecto lo puso en contacto con Mathias Goeritz, cuando éste impartió cátedra en la Universidad Iberoamericana durante el rectorado de Felipe Pardinas, en lo que antes fue la hacienda de Goicochea y ahora el restaurante San Angel Inn. Entonces Friedeberg, culto e inteligente que es, posiblemente ya había advertido que sus proyectos constructivos eran incosteables e invivibles, más no por ello los canceló, sino los convirtió en creaciones delirantes. Algo del humor y la irreverencia de Goeritz compartió su discípulo, pero Friedeberg, desde sus inicios, ejerció su propia ''educación visual" que ya traía desde la infancia.

Goeritz, impulsor de la arquitectura emocional, tuvo el buen tino de no desviarlo de sus propósitos. Enamorado de proyectar construcciones, pero incapaz de seguir los presupuestos de una lógica funcional, Friedeberg se dedicó a dar cuerpo a sus caprichos arquitectónicos, como el veneciano G.B. Piranesi (1720-1778) que jamás construyó edificio alguno, pero sí que dejó su impronta mediante su fantasía y su registro de cuanto monumento romano encontró a su paso, o como Etienne Louis Boullée (1728-1799), autor del proyecto del monumento a Newton, que jamás se llevó a cabo pero que aparece en todos los tratados de arquitectura. Los profanos lo conocemos mayormente por la película La panza del arquitecto, de Peter Greenaway.

Sean torres inclinadas de Pisa (alguna convertida casi en charamusca), templetes al estilo del Partenón, que sufren inesperado encogimiento de las columnas o bien su desaparición a partir del nacimiento del fuste, manos que se abren para ofrecerse generosamente a las asentaderas del espectador, relojes señaladores de un tiempo elíptico, mesas sostenidas por la cabeza de una virgen, muebles con piernas y pies humanos, escenas op que prolongan al infinito el espacio como si se reflejaran en múltiples espejos, maquetas de ciudades ideales, El Escorial convertido en motel de lujo, monumentos conmemorativos rematados con manos indicadoras, pirámides construidas con los espacios-no espacios de Escher, maquetas para lujosos edificios posmodernos terminados en torreones, Friedeberg une pasado, presente y un imposible por utópico futuro en una rica colección de objetos y obras bidimensionales que en sus primeras apariciones y aun ahora resultan inéditos en el país. Observador de las teorías de la percepción, la meticulosidad de sus perspectivas con varios puntos de fuga y sus juegos subversivos, por ser multiestables, con el blanco y el negro a través de ajedrezados en disminución, llegan incluso a causar mareo y cierta desesperación en el espectador, que se acerca a ellos con el ánimo divertido y se ve presa de una alteración en apariencia juguetona de los espacios, próxima al paroxismo.

Friedeberg, con su gusto por el ornato y por los patterns complicados susceptibles de repetirse ad infinitum, no es ajeno al kitsch, pero no al kitsch nostálgico y dulzón, sino al que se erige como categoría estética desde Egipto y la Grecia clásica hasta nuestros días. El esoterismo y la magia ocupan un lugar privilegiado en sus aficiones, los traslada a sus obras de manera poco ortodoxa, combinándolos a veces con imágenes de santos, alternando grecas, mandalas, astros, aspas, tilos y animales míticos.

Vestido como dandy, el artista tocado con un sombrero de copa similar al del sombrerero loco de la Alicia de Lewis Carroll, narra sus experiencias y sus preferencias deambulando por su biblioteca o cerca de los pináculos que rematan la iglesia de San Miguel de Allende, en un video bien logrado entre cuyos responsables está Pablo de Icaza. Ojalá pueda transmitirse por Canal 22. La muestra ocupó las salas Justino Fernández y Paul Westheim de Bellas Artes. Ida Rodríguez Prampolini, que lo conoce desde hace décadas y que es la autora del volumen sobre Friedeberg ųpublicado por la Colección de Arte de la UNAMų, escribió un ensayo próximo a aparecer en la colección Círculo de Arte de la Dirección General de Publicaciones del CNCA.