n Calidad, calidez, melancolía y humor en la Sala Nezahualcóyotl
Y en el día de los amantes, Eugenia León se entregó
Arturo Jiménez n Con una voz que madura (y quemadura, como dijera Xavier Villaurrutia) y un talento que fluyó de buen talante, Eugenia (Corazón de) León inundó anoche de calidad, calidez, melancolía y humor la Sala Nezahualcóyotl.
A la manera de Fito Páez, la cantante asumió que no todo está perdido y acudió a la cita en el día de los amantes para entregar su corazón y varias canciones más fuera de programa, pues su objetivo (logrado) era ingresar al respetable a un mundo de amor y languidez, pero también de esperanza y vitalidad.
Plena, feliz y generosa, Eugenia desplegó un repertorio plural en el que transitó de Lara a Lora (de Lamento jarocho a Triste canción) y de Consuelito Velázquez a Guillermo Briseño (Bésame mucho y Remando despacio).
Boleros, danzones, baladas, rock ųtodo permeado de un permanente tono afroantillano y de jazz latinoų tuvieron su mejor momento en la salsa de Lora y el bossa nova de Velázquez.
Pero la conmoción poética, más que romántica, llegó con El piano de Genoveva, de David Haro, en la que las lágrimas de la intérprete fueron vistas en los espejos oculares de más de un espectador, alguno de los cuales le obsequió su pañuelo.
Otras recreaciones fueron Los pájaros perdidos (de Michel Trejo y Astor Piazzolla), que volvieron nocturnos para sublimar con su letra el segundo final, porque hubo tres despedidas, pues Eugenia reapareció dos veces.
Sin embargo, el primer final relumbró de imágenes marinas gracias al impulso primigenio de Jaime López y su Qué más puedo decirte del mar. De él interpretó, además, Soy el mar incluida en el disco Mar adentro. ''Porque yo soy la mar, la que esclaviza al hombre", cantó.
Renovación arreglística y vocal, autosincretismo y vuelta al propio origen, Eugenia León entregó parte fundamental de la obra de sus compositores entrañables y contemporáneos: aparte de López, Briseño y Haro, Marcial Alejandro, de quien cantó El fandango aquí. Otras de Marcial fueron Tu enamorada y Nos caímos juntos.
Pero el momento de Marcial no concluía, pues aún faltaba esa como crónica marcial y humana que estalla fuegos en los corazones tristes y en los contentos. ''Luz a los guerreros, con inteligencia en los aceros".
Eugenia se mostraba bromista y alegre, como cuando lloró su pequeño hijo mientras trataba de concentrarse para intepretar lo del piano llorón de Genoveva. ''Es mi hijo, es la hora de su cena".
León y su público estaban en sintonía, cuando sorprendió fuera de programa con Cadáver exquisito, de Fito Páez.
Coqueta, bailó el danzón La merced. Al final, ya de complacencias, cantó La paloma, La bruja, "un cachito" de Ramona.
Y repitió y ajustó la ofrenda cardiaca de Páez: ''ƑQuién dijo que todo está perdido, México? Yo vengo a ofrecer mi corazón".