n Guillermo Almeyra n
ƑHay una tercera vía?
ƑHay en realidad una tercera vía entre el "Estado del bienestar social" y la política del capital financiero internacional basada en el imperio total del mercado? ƑEs posible una versión cualitativamente diferente del modelo que intentan imponer el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial? ƑO la política de los países principales de la Unión Europea no es más que una variante obligada, que debe adaptarse a las resistencias sociales y a la necesidad de mantener un fuerte mercado interno, construyendo "la fortaleza Europa" frente al resto del mundo?
A mi juicio, la respuesta debe ser doble. Por un lado, el capital tiene necesidades y objetivos y las políticas frente a ellos están subordinadas. Anteriormente todos los actores y profetas actuales del neoliberalismo eran keynesianos convencidos y nada asegura que, cuando las papas quemen, se hagan neokeynesianos o algo semejante para mantener el sistema, como parece demostrar la crítica en Davos al FMI formulada por el establishment francoalemán. Pero, por otro lado, la mundialización es un hecho irreversible, al igual que la concentración de la riqueza, y no es una mera política sino que es la forma misma de vida del capital en esta fase. De modo que puede haber diversas graduaciones y modalidades en las formas concretas en que el capital ųque es una relación social entre las clases antagónicasų funciona en cada país o continente pero hay, sin embargo, una profunda unidad de fondo de ese capital cualesquiera sean las actuaciones de los gobiernos que lo sirven y que, al mismo tiempo, tratan de preservar la paz social, precisamente para no lesionarlo. En pocas palabras, la tan mentada tercera vía europea no es más que el mismo "modelo" que se aplica de modo más prolijo y gradual porque, a diferencia de Estados Unidos o Japón, o de los países dependientes, la tradición y las peculiaridades nacionales no pueden ser ignoradas. O sea, porque el capital no puede pasar por alto las trincheras levantadas en siglo y medio por el movimiento obrero, ni las conquistas de civilización, ni las relaciones de fuerza sociales y culturales construidas por el marxismo y el socialismo en Europa.
Las políticas sociales europeas, la lucha contra el desempleo, la mayor lentitud y menor descaro en las privatizaciones son, pues, un subproducto del hecho de que la derrota de los trabajadores, si bien importante, no ha sido decisiva en Europa ni tiene la misma magnitud que la sufrida por los de otras riberas, los cuales, por razones históricas (menor politización de sus sociedades, menor organización o menor peso específico del movimiento obrero), han cedido más y antes. Podría incluso uno arriesgarse a decir que si los trabajadores europeos resisten más y obligan al capital a cambiar no los objetivos, sino los ritmos y las políticas que con forman su ofensiva es porque, a diferencia del resto del mundo, incluso cuando seguían una política reformista, tenían organizaciones propias y cierto grado de independencia de clase y no eran populistas (en cualquiera de las versiones, incluyendo el New Deal) ni tampoco dependentistas. Por consiguiente, no se puede esperar nada de los socialdemócratas, aunque no sea posible dejar de utilizarlos como parachoques, como quien elige un terreno de batalla más favorable para las propias fuerzas, sin esperar mucho del campo sino confiando, antes que nada, en la propia capacidad táctica y estratégica. Por lo tanto, los que, como los Demócratas de Izquierda italianos, por ejemplo, llaman a dejar que el gobierno de centroizquierda maniobre frente a la extrema derecha, sólo desarman la fuerza real que todavía sostiene a ese gobierno y preparan relaciones de fuerza y derrotas aún peores para los trabajadores, cuya salvación depende sólo de su propia fuerza, su propia conciencia, su independencia política.
El raciocinio más elemental lleva, en efecto, a aprovechar las contradicciones en el campo adversario y, en ese sentido, a no tratar del mismo modo al menos peor que al mal extremo. Pero también obliga, al mismo tiempo, a tener una política laica, no fideísta, frente a esos gobiernos, a no creer que éstos puedan tener una tercera vía, una política diferente a la del capital y, sobre todo, a construir, apoyándose en los movimientos sociales, su independencia política sobre la base de la autogestión social generalizada y de la autoorganización.