Jordi Soler
La receta de Shakespeare

Romeo tuvo la desgracia de enamorarse de Rosalina, una mujer que por uno de esos golpes del destino, que a veces son un doloroso bolopunch directo al corazón del enamorado, decidió consagrar su vida a los deberes religiosos, que suelen tener poco en común con darse besos, tocarse y otras cosas menos santas. Benvolio, su primo, lo descubre tristeando en algún sitio, que puede ser cualquier rincón de escenario de teatro estándar y le dice: ``¿Qué pesadumbre alarga las horas de Romeo?''

Romeo, más adelante, a la altura de la escena cinco del acto tres, oirá cómo Julieta, su segundo amor frustrado, define la relatividad del tiempo de los amantes, con esta frase apasionada, dicha desde el fondo de sus 13 años: ``Necesito saber de ti cada día y cada hora, porque en un minuto hay muchos días''. Romeo el desgraciado, que durante el interrogatorio de su primo todavía no ha conocido la verdadera desgracia, que lo espera agazapada debajo de la crinolina de Julieta, le responde a Benvolio: (estoy) ``Privado de los favores de aquélla a quien adoro''.

Y más adelante, con en esa radicalidad que es territorio de los amantes despechados, declara, con voz un poco llorosa, supongo: ``He abjurado del amor y con este voto vivo yo muerto, que sólo vivo para contártelo ahora''. Aquí es donde Benvolio, por gracia de la pluma de William, comienza con la receta que pretende librar a su primo del recuerdo de esa mujer que lo ha dejado y que sigue amando; le dice: ``Guíate por mí, deja de pensar en ella''.

Romeo, como cualquier lector de esta historia, casi suelta una carcajada para celebrar la obviedad del primo y pregunta con una línea que es más bien un desafío: ``Enséñame, ¿cómo puedo dejar de pensar''. Benvolio responde con esta otra aparente obviedad, que irá cobrando sentido páginas más adelante, antes de la escena tres del acto uno: ``Dando libertad a tus ojos. Mira otras hermosuras''. Podemos ir adelantando que la receta de Benvolio, que es la de William, dará resultados sorprendentes. En la escena tres, del acto dos, Romeo entrará a la celda de fray Lorenzo gritando un sospechoso ``feliz madrugada, padre''.

El saludo, además de sospechoso también será desproporcionado, porque la última vez el fraile había dejado al muchachito gimiendo de amor por Rosalina. Fray Lorenzo, sorprendido hasta la tonsura, le preguntará: ``¿Estuviste con Rosalina?''. Romeo responderá: ``He olvidado ese nombre y la amargura de ese nombre''. Esta será la prueba de que la receta de Benvolio fue un éxito y también de que Romeo, a juzgar por la rapidez con que se recuperó de su tragedia amorosa, sufría por Rosalina mucho menos de lo que lloraba por ella.

Regresemos a la escena dos del acto uno, que es donde Benvolio empezaba a hacer más abundante su idea: ``Un fuego apaga otro fuego. Una pena se calma con el sufrimiento de otra. Da vueltas hasta que te acometa el vértigo y te serenarás girando en dirección contraria. Un dolor desesperado, con la aflicción de otro se remedia. Coge en tus ojos alguna nueva infección y desaparecerá el violento veneno del mal antiguo''. La nueva infección, ya lo sabemos, llevará el nombre de Julieta. Quizá el final trágico de esta historia hubiera podido evitarse si Romeo el ligero se hubiera encontrado, durante su destierro en Mantua, con una mujer más bella que su nueva infección; pero en Mantua no había infecciones talla Capuleto y por eso pasó lo que pasó.

Para probar su receta, Benvolio lleva a su primo a una fiesta en casa de los Capuleto, donde estará Rosalina, la mujer que todavía lo atormenta. Aquí la idea del primo toma la dimensión de remedio para el enamorado que ha dejado de ser correspondido, o para decirlo de una forma que introduzca mejor esta receta en línea, la idea cobra cuerpo y plumaje: ``Ven allá, y, con ojos desapasionados, compara su rostro con algunos que yo te mostraré, y convendrás conmigo en que tu cisne es un cuervo''. Aquí termina la receta de William, que cada quién distribuya como pueda sus cuervos, sus cisnes y sus nuevas infecciones.

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