Horacio Labastida
Marcha de la lealtad y Guerrero

En el interior de nuestro ánimo, los mexicanos rendimos año con año pleitesía al regreso del presidente Madero desde el Alcázar de Chapultepec a Palacio Nacional, acontecimiento registrado en 9 de febrero de 1913, durante el amanecer de la Decena Trágica. El triunfo de Madero en las elecciones de 1911 blandió por todo el territorio del país tanto las banderas de Sufragio Efectivo-No Reelección como el principio de justicia social --reparto de tierras--, contenidos en el Plan de San Luis Potosí (1910), creando en aquel entonces un escenario histórico entrelazado estrechamente con las seculares demandas de la Insurgencia, hacia 1813, y del movimiento de Ayutla expresado en la Constitución de 1857.

¿Cuáles son las esencias de ese escenario apuntalado luego de la marcha de Porfirio Díaz a París? El punto es a la vez sencillo y trascendental porque ha estado vivo en los casi 200 años de nuestra existencia independiente: se trata de la lucha por lograr que el pueblo ejerza el poder político por medio de un gobierno que en verdad lo represente; esto se llama democracia sin intermediación alguna; y es precisamente el proyecto democrático lo que alarma gravemente a quienes gozan de los fueros y privilegios del statu quo antidemocrático. Porque Madero malgre tout mantuvo la esperanza democrática en los quince meses de su gobierno, las clases legatarias del porfiriato y las poderosas subsidiarias extranjeras, principalmente estadunidenses, prepararon mañosamente el golpe de Estado que acabaría, así lo supusieron los conservadores, con el renacimiento mexicano.

Los resentimientos de Bernardo Reyes, aspirante fracasado a la sucesión de Díaz, las no ocultas ambiciones de Félix Díaz y la maligna mente de Victoriano Huerta, perversamente mezcladas entre sí activaron el drama que concluiría con el asesinato de Madero y Pino Suárez. Fue lógico que en esta atmósfera corrompida reuniéranse los dos siniestros personajes. Victoriano Huerta, antiguo tratante de indios en Valle Nacional, donde se vendían a latifundistas y caciques yucatecos, y el lóbrego embajador Lane Wilson, representante del presidente Taft, acordaron un plan que consideraban suficiente para proteger los intereses petroleros estadunidenses y los prósperos negocios que auspició la administración premaderista. Aunque la lógica de los acontecimiento parecía fatal para el gobierno maderista, los apoyos en su favor se multiplicaron en el país. Zapata ofreció apoyo militar al Presidente no obstante los términos del Plan de Ayala (noviembre de 1911); Carranza se movilizaba en el norte con el propósito de organizar un frente de gobernadores que defendieran la legalidad presidencial, y el pueblo en general, obreros, campesinos y clases medias, arreciaron su adhesión al jefe del antirreeleccionismo; pero en el conjunto de tales hechos, destacó el que ahora llamamos con orgullo: La marcha de la lealtad. Enterado el presidente Madero de lo sucedido en Palacio Nacional --fue tomado por rebeldes y luego liberado por guardias fieles, su jefe era Lauro del Villar; en el encuentro murió Bernardo Reyes-- se hizo acompañar por cadetes del Colegio Militar, a quienes siguió una multitud de ciudadanos, para trasladarse a Palacio y adoptar medidas contra la revuelta; los jefes de ésta, Mondragón y Félix Díaz, habían tomado la Ciudadela y los enormes recursos militares con que pretendían apoyar a Huerta y Wilson.

En esas complejas circunstancias, ¿qué significa la marcha de Madero a Palacio Nacional? No hay duda alguna: el 9 de febrero de 1913 fue y es la reafirmación de los sentimientos democráticos de la nación; fue y es la identidad del pueblo con la libertad y la justicia social, identidad que celebramos los mexicanos el martes pasado, precisamente dos días después de la burla electoral registrada en Guerrero, entidad en la que, a quince meses de la elección presidencial del año 2000, la contrarrevolución busca destruir las esperanzas de cambio.

La marcha de la lealtad invoca un México sano, honesto y confiado en el porvenir. Las elecciones de Guerrero desvelan un México corrupto, angustiado e indigno. Sin embargo, el pueblo continúa marchando por el sendero de la lealtad a la patria: sufragio efectivo versus sufragio fraudulento.